CULTURA / ESPECTáCULOS › "PRíNCIPE AZUL", DE EUGENIO GRIFFERO LOS DOMINGOS DE ESTE MES EN LA SALA AMIGOS DEL ARTE.
Aquel clásico forjado en los históricos Ciclos de Teatro Abierto de los años '80, ahora recreado por el grupo Gente Rosarina de Teatro. La riqueza de un texto que se sostiene más allá de los tiempos que corren, y el protagonismo de los actores.
› Por Julio Cejas
El intento por hacer realidad una cita imposible, pactada en la juventud por dos amigos que prometieron por amor volverse a encontrar después de cincuenta años, es el disparador fundamental de la obra "Príncipe azul", de Eugenio Griffero. Ahora recreado por el grupo Gente Rosarina de Teatro, se podrá ver los dos últimos domingos de este mes a las 20 en Amigos del Arte (3 de Febrero 755).
Aquel clásico forjado en los históricos Ciclos de Teatro Abierto de los años '80, significó en su momento un fuerte impacto porque eran tiempos donde hablar de la libertad y el amor entre personas de un mismo sexo, era tan subversivo como enfrentar al poder genocida que quemaba libros en nombre de la moral y el orden.
El texto pareciera sostenerse por una poética propia que va más allá de la sexualidad y plantea el tema de los sueños juveniles, las esperanzas de volver a encontrar al ser amado, será entonces que "uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida", como dice la canción de Tejada Gómez y Cesar Isella.
Poeta y músico de una época que podríamos parangonar con la historia de Juan y Gustavo, aquellos jóvenes que se conocieron entrando al mar con caballos, casi como una metáfora de la pasión irrefrenable, amando la vida en sus propios cuerpos. Libres hasta que fueron separados por sus padres, al igual que Romeo y Julieta, texto que reaparece citado por uno de los protagonistas, otro cruce con un trágico desenlace.
Lo más interesante de esta propuesta de Gente Rosarina de Teatro, es esa otra lectura que puede hacerse desde el aquí y ahora, a partir del retorno a la escena local de tres integrantes del legendario teatro independiente rosarino.
Es como si Carlos Caruso y Carlos Soto Payva volvieran por los polvorientos caminos que recorrió el teatro durante tantos años, para encontrarse como los dos personajes de la obra de Griffero, en una cita frente a un muelle donde los aguardan nuevos espectadores que están del otro lado del mar.
La puesta en escena, coordinada por la tercera integrante en cuestión: Susana Ansaldi, es un homenaje al teatro de los 70, luces y máquina de humo incluida, para generar aquel "teatro de atmósfera", con algunos regodeos en entradas y salidas de los personajes que por momentos dispersan la atención y quiebran cierto clima de intimidad que la obra requiere y que el crujir de las tablas de la sala no ayuda a disipar.
Pero llega el momento esperado, el ansiado reencuentro entre estos seres que esperaron tanto tiempo para volverse a ver, allí el oficio de Caruso y Soto Payva se apodera de la escena y este doble juego de intercambiar los roles por parte de Juan y Gustavo para atenuar el impacto de verse a la luz de una noche oscura que no impide mostrar el deterioro del paso del tiempo, es uno de los instantes donde la teatralidad alcanza su mayor esplendor.
Un Juez y un actor de un sórdido teatrillo: uno arrastrando su "medio cadáver", hemiplejia que es la metáfora de su vida escindida, el otro atravesado por la soledad y el vicio de robar, terminan abrazados bajo una lluvia que por unos instantes pareciera devolverles algo de aquella felicidad que el mar del tiempo se llevó, transformándolos en náufragos encallados en la niebla.
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