CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. VIDA Y OBRA. OTRA VUELTA AL GIRO AUTOBIOGRáFICO.
En esta nueva obra, editada por Beatriz Viterbo, Alberto Giordano profundiza sobre temáticas abordadas en libros anteriores, y afila sus herramientas de análisis y crítica literaria en ensayos amenos para cualquier lector.
› Por Beatriz Vignoli
Un libro oportuno, cuando es demasiado oportuno, puede condenar a su autor a tener que explicarlo indefinidamente en libro sucesivos, tal vez para fastidio propio y seguramente para alegría de los lectores que ya habían disfrutado con el primero. Tal parece ser el caso de Alberto Giordano. En su libro Vida y obra. Otra vuelta al giro autobiográfico (2011, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 128 páginas) afila sus herramientas de análisis y crítica literaria en ensayos amenos para cualquier lector (no sólo del ámbito académico, sino también del periodismo cultural o el lector culto de a pie) donde continúa definiendo su concepto de "giro autobiográfico".
En su prólogo a su célebre libro anterior sobre los mismos intereses y con el mismo "impulso crítico", El giro autobiográfico de la literatura argentina actual (Buenos Aires, Mansalva, 2008), Giordano ya advertía contra el uso abusivo del concepto, aclarando que no es "giro autobiográfico" cualquier texto que porte "huellas del yo" del autor. O de cualquier yo poético, para el caso: El giro autobiográfico de la literatura argentina actual salió publicado en la cresta editorial de una ola de "novelas del yo" y "autoficciones", acompañadas por reseñas donde se exhibía una consecuente obsesión de la crítica por rastrear autobiografía dondequiera que asomara su cabeza la primera persona del singular. Mientras tanto, eclosionaban el reality show televisivo, los blogs y el polémico ciclo Confesionario, de Vivi Tellas, en el Rojas.
Si en aquel libro diferenciaba entre lo privado y la intimidad, en Vida y obra, ya desde el prólogo, Giordano arriesga otro término "más abarcador" que podría definir mejor su idea que "giro autobiográfico": "giro subjetivo", acuñado por Beatriz Sarlo. "El pensamiento sociológico", escribe allí Giordano, "nos explicó hace tiempo y en forma convincente cuál es la lógica que suponen las últimas estribaciones de la moda autobiográfica: la del espectáculo, es decir, la de la imaginación mediática". Así, el gordito rumano que se filmó bailando Numa Numa Dance y los autorretratos de la fotógrafa Gabriela Liffschitz fueron, según una monografía que cita Giordano, dos acontecimientos que se procesaron al mismo nivel.
En los cuatro ensayos reunidos en este libro, Giordano se propone "entrar en intimidad con la intimidad de algunos escritores, eso que desconocen de sí mismos aunque lo muestre su escritura". Además, reconoce la influencia de María Moreno en su elección de textos de Liffschitz, Raúl Escari (sobre quien ya escribió en El giro...), Diego Meret, Inés Acevedo y Gabriela Massuh, que son los autores de cuya obra se ocupa en cada uno de estos ensayos. La gratitud para con el aporte de sus colegas o la polémica con sus interlocutores dentro del ámbito de la crítica son rasgos constantes en estos ensayos, que, siguiendo una ética de juego limpio académico, no sólo revelan un pensamiento construido a partir del diálogo sino que materializan el diálogo mismo a través de jugosas citas que Giordano comenta.
¿Por qué atrae tanto a los críticos, por qué les despierta tanta pasión la primera persona del singular? ¿No será el "yo" (o su primo más elegante, el inasible "sujeto") la línea de fuga por donde se permiten dejar de lado áridas disquisiciones históricas, semióticas, estilísticas o narratológicas y meterse de lleno con la ética, léase, la moral? La respuesta a la pregunta de en qué medida es lícito hablar de uno mismo, ya desde los escritos de Bajtín sobre lo confesional en el diario de Tolstoi, siempre es extraliteraria y moral: atañe al pudor y a las buenas costumbres, y permite a los críticos aterrorizar a los autores que no se toman la molestia de inventar sus novelas de un modo parecido a como lo harían las madres, tanto de críticos como de autores: apelando a la vergüenza.
Consciente de estos posibles excesos, en pocos párrafos Giordano desarma estos presupuestos. En una entrevista de 2010 por Diego Recoba y José Lagos para La diaria (Montevideo, Uruguay), César Aira fustiga a los autores jóvenes que abusarían de una primera persona autobiográfica trivial: "Uno se da cuenta de que todos estos escritores están absolutamente contentos y satisfechos con sus vidas. Y tienen motivos, si no tienen ningún problema: viven en los cafés, no tienen problemas económicos porque vienen de familias más o menos bien, y hoy en día hay tanta beca, tanto subsidio...".
Convencido de que no importa la respuesta ya que tal vez sea una ficción más, Giordano cita extensamente, se pregunta quiénes serán esos autores y si bien toma como divisa una frase que Aira pronunció hace treinta años: "Yo nunca usaría la literatura para pasar por una buena persona" y la enaltece a "principio ético", luego le cuestiona a Aira la autocomplacencia de sus juicios y la sigue: "¿En quiénes estará pensando? (...) ¿En Pablo Pérez? El lector de sus confesiones sabe qué poco satisfecho está con lo que le ocurre...". Cabe detenerse a aclarar que Pérez es de los buenos, Pérez sufre una genuina metamorfosis y sus confesiones expresan "un auténtico ejercicio espiritual" (El giro..., página 34; citado por Ignacio Lucia en su reseña para Orbis Tertius, 2009, XIV).
Volviendo a Vida y obra, allí Giordano pasa entonces a distinguir "la oposición falsa entre inventar y narrar la propia vida" y otra distinción más productiva "entre novelarse y experimentar en la escritura de sí mismo la íntima ajenidad". "No sé desde cuándo, pero de forma muy perceptible en los últimos tiempos algo que podríamos llamar cultura de lo autobiográfico, o de lo vivencial, o de lo íntimo, absorbe y tritura, cuando no alimenta y promueve, la circulación literaria, periodística, incluso académica, de escrituras del yo. Es el avatar letrado de la sociedad del espectáculo: la reducción por escrito de la privacidad a mercancía y fetiche". Ah, bueno, ha visto. Estaba mal, nomás.
La cronista, ya bajo la presión del cierre, logra dejar de lado el libro y hurga entre los restos de escritura que hizo circular por email más temprano en el día de hoy. En una correspondencia inédita que data de hace diez años y medio, un poeta objetivista escribía: "Sí, el objetivismo está del lado de las cosas, pero creo que su apuesta es que el sujeto (y por ende la emoción) se intuyan precisamente ahí donde faltan, que la aparente neutralidad de la proposición manifieste un emisor demasiado elegante para imponernos su presencia. A eso me refería con 'consistencia de lo imaginado', no a la infinitud del sujeto, pavada literaria y filosófica: consistencia quiere decir designación, la relación de la proposición con la cosa, imaginado quiere decir que la cosa no está ahí, que es una representación mental; y esto implica al sujeto. Que no podamos ver si el sujeto es joven o viejo, si está triste o exaltado, no importa, eso es miseria biográfica; como posición singular está ahí, aunque sólo podamos percibir la forma de esa singularidad".
En una nota publicada hace tres días, otro poeta (en una obscena primera persona, como decían los objetivistas en los años 90) afirma: "Me parece que la experiencia del objetivismo ha demostrado que, a lo sumo, el poema puede ocultar al sujeto, pero no borrarlo" y antes asegura: "Con respecto a la lírica, yo la abordo desde su concepto más despojado: el del yo manifestando en poesía sus percepciones. La lírica no implica para mí la utilización de tropos ni retruécanos, sino simplemente la presencia de alguien enunciándose a través de un fenómeno de la lengua que se ajusta a una voz". Bien. Nos debe Giordano otro libro donde diferencie "lírica" de "primera persona". A tomar nota.
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