CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. COINCIDEN EN LA CIUDAD DOS MUESTRAS DE RAúL "NEGRO" GóMEZ
A la magnífica exposición que hasta el 2 de septiembre puede visitarse en el CCBR, donde puede apreciarse al artista en toda la plenitud de su madurez creativa, se le sumará este jueves una muestra de obras recientes en Córdoba 1773.
› Por Beatriz Vignoli
Esta semana coinciden en Rosario dos muestras del pintor Raúl Gómez (Santa Fe, 1961). El Negro Gómez, para quienes lo conocen desde sus comienzos como historietista en las revistas Risario (Rosario) y Fierro (Buenos Aires) mientras estudiaba Bellas Artes en la UNR. Las tres salas de la planta baja del Centro Cultural Bernardino Rivadavia (San Martín 1080, Plaza Montenegro) albergan hasta el 2 de septiembre una muestra antológica de sus pinturas, dibujos y obras en técnica mixta desde 1988 hasta la actualidad, titulada Yo soy. Además, este jueves a las 19.30 se inaugura una exposición individual de su obra reciente en el local Si supieras vida mía (Córdoba 1773).
La magnífica exposición del CCBR, que se inauguró el 2 de agosto, lo muestra al Negro Gómez en toda la plenitud de su madurez creativa con una selección de lo mejor de su recorrido, que abarca piezas tanto de su período figurativo como de su período más reciente y abstracto, neo informalista. La acompaña un bello catálogo con fotos de las obras y textos del artista, de Fabricio Simeoni y de Reinaldo Sietecase.
Las ficciones pictóricas de Gómez son una apuesta ética a resonar en la verdad del otro. Ancladas en lo biográfico del autor, se incluyen en la muestra dos obras en colaboración: una de una serie de pinturas intervenidas con stencil por su hijo Tomás, alias Vualá (el seudónimo que utiliza como grafitero en las calles de Rosario), y una copia de una foto antigua del álbum familiar, pintada e intervenida con diversos materiales por el Negro, luego de ampliada por la fotógrafa Silvana Scuisatto. Son dos obras recientes, donde Gómez realiza lo impensado: renuncia a representar y deja a cargo de la figura a otros, mientras él despliega la pintura misma en la suntuosa literalidad de su materia. Es como si el poder de su mirada, depuesto, diera lugar a un lujo táctil, donde alientan su paleta y su espacio.
El placer, vital en la pintura del Negro Gómez, ya no llega al espectador desde el contenido sino desde la forma misma. El vuelco al informalismo fue súbito y sucedió hace dos años al morir su madre, Prima Andrada, cuyo retrato él dice que nunca pintó. O a lo mejor siempre lo pintó sin saberlo en cada rostro de mujer. La adolescente que monta con gallardía un pony en la obra con Scuisatto, titulada Yo soy el amor, es la madre del pintor a los 16 años, en vísperas de la decisión rebelde que la llevaría del campo a la ciudad y al hijo. "Quise volver a jugar, como un niño", cuenta Gómez al recordar cómo al perderla encontró su nuevo lenguaje: un lenguaje lúdico de péndulos y poleas que parecen moverse en el magma pictórico que los contiene.
El hall central ofrece un reencuentro con En el aire esta noche, pintura premiada en 1989 el Salón Nacional del Museo Castagnino, que tiene reminiscencias de la Nueva Figuración, al igual que los pasteles color de ese período sobre los paneles que dan a la calle. En los 80, desgarrado entre su formación académica universitaria y su temprano éxito como historietista, Gómez recibió como tantos otros la influencia del ilustrador estadounidense Ralph Steadman a través de los dibujos de Luis Scafati, pero luego un crucial encuentro con Carlos Alonso signó su opción por los pinceles a expensas de la Rotring. Quizás por estas contradicciones tempranas es que a lo largo de su período figurativo Gómez ha sido tardíamente barroco y muy dramático, muy consciente de la figura como artificio y de la imagen como teatro. La cita y la apropiación de sus maestros barrocos y modernos campean en dos cajas de colores, dedicada a Van Gogh la primera (encontrada) y la segunda (fabricada) a Velázquez y a Picasso.
Se destacan dentro de este género de pintura con inclusión de objeto dos piezas tridimensionales, en la sala intermedia: un assemblage que representa a un toro en el ruedo y un fascinante pastel con yeso, Yo tuve una novia, que despliega el relato de la invención de un hombre a partir de un niño por dos mujeres: la novia del título y "la santa viejecita" del tango, cebando mate. El Raúl Gómez escultor es menos hijo de la Facultad que de su secundaria en la Escuela Técnica 10 y su toro es una maquinita de guerra, un animal humano y medio futurista que sale a pelear sabiendo que va a morir. La guerra de Malvinas lo sorprendió, cuenta, en el servicio militar obligatorio; no tuvo que ir, pero vio cómo un tal soldado Flores dejaba la colimba sin un brazo y sin una pierna, y él le dedica a esta tragedia una pintura de dulce erotismo, que incluye un morral de verdad.
Es una rara instancia de desnudo masculino en la obra de un artista que pintó a la mujer como sólo puede pintarla un hombre que ama a las mujeres al punto de sentirse dibujado por las minas que dibuja. Los cuerpos del tango, o los fetiches con los que inventa al hombre siempre ausente una mujer que no cesa de gozarlo en sus fantasías, son el tema recurrente en una serie de dibujos en birome de comienzos de los 90 que se pueden ver en el hall. La calidad gráfica virtuosa de estos trazos desmiente su origen humilde de bolígrafo. A primera vista se cree ver a ese varón que no está, a imaginarlo en su sombrero y sus zapatos, entre las piernas de la mujer que se metamorfosea y vuelve cama. Gómez pinta la mente, no sólo los cuerpos. Y pinta mentes sexuadas (ante esta serie, titulada Cama, son las mujeres quienes sucumben a la ilusión; ellos saben de entrada que el tipo falta).
Parece haber en el Gómez figurativo una obsesión por reescribir los mitos argentinos que lo atraviesan y constituyen, en un esfuerzo por desarmar lo dado y rearmarse, ya no desde la mirada sino desde el cuerpo. Obsesión que se hace explícita en una pieza de transición, sígnica, titulada Identidad. Allí, usa un recurso historietístico: al pasaporte antiguo hallado en una funeraria le añade de puño y letra una ficción burocrática verosímil sobre las posibles utilidades de un inmigrante. La identidad es de clase: obrera, peronista y masculina.
El método "deconstructivo" con el que ha trabajado Gómez la figura da cuenta de la exhibición del dispositivo del verosímil, que no por obvio lo hace menos creíble, pero que deja librada la decisión de dejarse engañar al libre albedrío del espectador. Tanto en esta entrevista como en una de fines de los 90 sobre su serie de "niños gato" en Krass, Gómez recuerda cómo hizo su divisa de una frase del crítico de cine Miguel Angel Faretta: "Voy al cine para que me mientan". Y ahora, en 2012, escribe Gómez: "Yo soy seducir tu ojo para mentirte una verdad". Y Simeoni: "O yo o soy". Y Sietecase: "El es".
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