Jue 30.08.2012
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. HISTORIAS QUE SóLO EXISTEN AL SER RECORDADAS ESTRENA EN EL CAIRO

La fábula de un pueblo de viejos

Producida por la realizadora rosarina Julia Solomonoff, la ópera prima de la directora brasileña Julia Murat gira en torno a la llegada de una joven fotógrafa a una pequeña localidad en la que el tiempo parece haberse detenido.

› Por Leandro Arteaga

La razón del título Historias que sólo existen al ser recordadas es, de por sí, esencia del film. Julia Murat, la directora, hubo de señalar que éste formaba parte de uno de los diálogos de la película, omitidos en el montaje final. "Una fábula se puede borrar en cualquier momento, ser olvidada si no se cuenta de generación en generación. No puedo pensar en nada más simbólico: el título de la película aparece a través de un diálogo que fue borrado, abandonado, olvidado", se lee en el pressbook de la película que hoy, a las 20, estrena El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120) con la presencia de Julia Solomonoff, productora de la ópera prima de la realizadora brasileña.

En diálogo con Rosario/12, Solomonoff --realizadora de Hermanas y El último verano de la Boyita, y productora en títulos como Cocalero de Alejandro Landes, y Todos tenemos un plan de Ana Piterbarg, que se estrena hoy en Rosario﷓- señala estar muy contenta por lo que significa el estreno en Rosario, su ciudad, pero también como consecuencia del "sabor dulce" que le provoca "una película en la que vengo involucrada desde hace varios años, por cómo ha sido recibida en su recorrido por distintos festivales así como en su estreno en Buenos Aires la semana pasada". Entre estos festivales, destacan Venecia, Toronto, San Sebastián, Rotterdam. Y un rápido repaso a la crítica dará buena cuenta de la adhesión positiva y generalizada que el film de Murat ha provocado.

"Es la historia de un pueblo en Brasil, en donde pareciera que el tiempo se ha detenido, el cementerio está cerrado, nadie muere, es un pueblo de todos viejos. Lo que sucede tiene algo de fábula. A este lugar llega una joven fotógrafa que de alguna manera va a irrumpir en la rutina que tiene el pueblo, para descubrir también ciertos rituales y ciertos secretos --apunta Solomonoff--. La manera en la que me fui envolviendo en la película comenzó desde una amistad con Julia, en el 2006. Ella estaba desarrollando este guión en Madrid, en la residencia de la Fundación Carolina/Casa de América, mientras yo estaba con el guión de El último verano... y Ana Piterbarg con el de Todos tenemos un plan. Eramos un grupo como de veinte personas, pero por alguna razón Julia, Ana y yo terminamos conviviendo en unos edificios, un poco separados de la ciudad universitaria; la razón tenía que ver con que teníamos hijos y teníamos que ocuparnos de ellos. Esto significó un trabajo de colaboración, de ayuda y amistad, que con el tiempo fue derivando en participar en la tarea de producción de las dos películas, la de Julia y la de Ana".

- ¿El rol de productora es disfrutable?

- Sí. De todas maneras prefiero dirigir. Pero, al mismo tiempo, producir me ayuda a pensar cómo dirigir, desde un ángulo distinto como es el de la producción. Es importante tener esa perspectiva, tal como acostumbramos a estar los directores, metidos en nuestros sueños y nuestra historia. Lo que me gusta de producir productos como estos, en los que uno cree profundamente, es que están hechos con mucho amor. Me gusta ver cómo se van sumando las distintas voluntades para volver realizables las cosas. Así como en el caso de Cocalero, una coproducción que envolvía a Bolivia y a un director boliviano﷓ecuatoriano, me gusta hacer un poco esas ligazones entre distintos países latinoamericanos. Me interesan esos vínculos, así como me interesa Brasil, ya habiendo trabajado también bastante con Walter Salles en Diarios de motocicleta. Me gusta ver cómo es el cine en otros lugares, cómo se financia, cómo responde el público. Lo que hago como productora es un trabajo que tiene que ver, en parte, con entender el armado financiero, pero lo que hago es un trabajo creativo que consiste en identificar dónde habría que buscar los fondos, quiénes serían las personas indicadas para el proyecto y, en el caso de Julia y en el de Ana también, realizar un trabajo muy cercano al guión, a la edición, al casting, y al armado del equipo técnico. Como se trataba, para las dos, de una ópera prima, les resultó interesante tener una perspectiva cercana, con un poquito más de experiencia como la mía.

- Hablás de las tareas simultáneas que significan hacer cine, y se nota también cómo tu obra se inscribe desde esta totalidad: no hay un corte entre la producción y la realización.

- Eso es lo que trato de hacer. El haber trabajado con directores como Salles, Carlos Sorín, Luis Puenzo, me permitió ver cómo piensan otros la dirección. Por momentos, a la hora de dialogar con otros directores, eso es algo que me ayuda tanto como mi propia experiencia. He estado muy adentro del proceso de otras películas y otros directores.

- ¿Cuál es tu próximo proyecto como realizadora?

- Justamente mi primer proyecto es parar un poquito el tema de la producción porque no tengo una estructura, no puedo hacer las dos cosas a la vez, y tengo ganas de dirigir una ficción. Fue un enorme desafío y algo difícil hacer los documentales sobre el Paraná (Paraná Ra'anga), que salieron por canal Encuentro en coproducción con Señal Santa Fe, me dieron muchas satisfacciones y me tomó prácticamente dos años. Ahora estoy con mucha necesidad de volver a la dirección y sobre todo de ficción. En estos días estoy trabajando en una adaptación que en su momento habíamos anunciado, pero que estaba un poco parado, sobre Las grietas de Jara, de Claudia Piñeiro, y por primera vez estamos considerando la posibilidad de traer este proyecto a Rosario para rodarlo aquí. Estamos investigando porque Rosario está atravesando un momento que me parece interesante para pensar, debatir y observar, que tiene que ver con las transformaciones urbanas y edilicias del último tiempo. Me interesa ver cómo estas transformaciones dialogan o interceptan los espacios públicos, que para mí han sido el gran tesoro de la ciudad en los últimos veinte años. Estoy sorprendida por las transformaciones, no creo que sean necesariamente negativas, a la vez que obligan a que todos los habitantes de una ciudad piensen qué ciudad quieren.

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