CULTURA / ESPECTáCULOS › A PROPOSITO DEL ESTRUENDOSO ESTRENO DE "EL CODIGO DA VINCI"
› Por Leandro Arteaga
El Código Da Vinci. (The Da Vinci Code), EEUU, 2006
Dirección: Ron Howard.
Guión: Akiva Goldsman, sobre la novela de Dan Brown.
Música: Hans Zimmer.
Fotografía: Salvatore Tonino.
Montaje: Daniel P. Hanley, Mike Hill.
Intérpretes: Tom Hanks, Audrey Tautou, Ian McKellen, Jean Reno, Paul Bettany, Alfred Molina, Jurgen Prochnow.
Duración: 149 minutos.
Salas: Monumental, Cairo, Del Siglo, Village, Showcase.
Puntos: 3 (tres).
Tratar de encontrar algún modo desde el cual hablar "bien" de El Código Da Vinci" resulta tarea ímproba. Ni siquiera desde la supuesta afrenta ideológica que, ante la "historia oficial" cristiana, los medios publicitarios y de comunicación tanto han hecho por destacar. De hecho, al tener en cuenta las conclusiones argumentales del film, no deja éste de ser absolutamente respetuoso e incapaz de transgresión alguna.
Pero, claro está, ¿por qué habríamos de pedir tarea semejante a una película escrita por Akiva Goldsman (quien amenaza con escribir y destruir -tal como hiciera con Batman Forever o Yo, robot- el guión de Soy leyenda, del magnífico Richard Matheson) y dirigida por Ron Howard (Apolo XIII, Una mente brillante)? Lo que sí podríamos esperar es, por lo menos, un buen relato, de cierto suspense, aún cuando éste fuese previsible o efectista. Un ejemplo podría darlo El luchador, anterior trabajo del mismo Howard.
Nada de esto caracteriza a El Código Da Vinci, que adolece de ingenio narrativo y abunda en giros argumentales absurdos. El desenmascaramiento continuo en el que caen algunos personajes, no hace más que acostumbrarnos a sorpresas carentes de sentido, que no involucran interpretación alguna más que la que supone saber que alguien engañó y que, de nuevo, volvió a engañar. Aún más, el film no se permite dejar ningún cabo suelto que el espectador, desde su butaca, pueda relacionar; así es que cuando Teabing (Ian McKellen) desciende solitario del avión, ante la sorpresa que para la policía significa la ausencia de la pareja prófuga, no tardará en hacerse presente la escena que nos explique detalladamente cómo es que esto ocurre. Por otra parte, en el film existe una simpleza tan extrema ante la resolución de ciertas escenas (como palomas inoportunas que evitan disparos, tal vez guiadas por la gracia del Espíritu Santo, vaya uno a saber), que vuelven inverosímiles tanto la situación como la caracterización de los mismos Tom Hanks y Audrey Tautou, aquí simples nombres de marquesina.
Desde una linealidad narrativa absoluta, libre de quiebres intelectuales verdaderos, El Código Da Vinci no sólo es predecible, sino también reiterativa y abrumadoramente extensa.
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