CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA VISION QUE NO HIERE CINICAMENTE AL FILM DE DAN BROWN
Víctima de duras y justificadas críticas desde la visión formal,
así todo "El Código..." debe valorarse como un estímulo para poner
en foco los dogmas religiosos que no aceptan el libre albedrío.
› Por Emilio Bellon
Para quien no ha leído el libro de Dan Brown, sin lugar a dudas uno de los últimos best sellers más promocionados y discutidos, esta última realización del director de la polémica Una mente brillante y de Cinderella man, ubicarse frente a este film -y este es mi caso- significa todo un desafío respecto de los propios prejuicios. Pero debo confesar que lo que me mueve a escribir sobre esta producción, ya caracterizada por mi colega Leandro Arteaga en la edición del pasado lunes, es el frente de negativas que ha desatado en el propio interior de una de las instituciones sobre la cual se construye nuestro sistema occidental cristiano. Y, particularmente, en lo que respecta a esta organización tan silenciosa que funciona dentro de la misma, el Opus Dei. Fueron varias opiniones que subestimaban el film las que me empujan, sino a defenderlo, por lo menos a no herirlo cínicamente.
Si bien es cierto que el film se sostiene en una sucesión de fórmulas del cine de la industria --lo que mereció por otra parte que gran parte de la crítica en el mismo Festival de Cannes la reviera con rechazo y silbidos--, creo que no menos cierto es es el desafío que presupone frente a los mandatos de ciertos dogmas "atreverse a". De ninguna manera pretendo igualar con la siguiente apreciación este film, que sigue causando rechazos, con las muy condenadas y perseguidas La última tentación de Cristo de Martín Scorsese y Yo te saludo María de Jean Luc Godard, esta última solo visible a partir de copias que circulan de manera escondida, y es que El código Da Vinci no sólo apunta a resolver un enigma, sino que en su trayectoria como relato de intrigas, con estudiados tramos de suspense ajustadamente calculado, va poniendo en discusión de qué manera el llamado poder espiritual de la iglesia fue y es toda una construcción ideológica a los fines de sostener ciertos poderes de turno.
La revelación de cierto secreto implicaría, por otra parte, perder un sistema de control frente a aquello que jamás debería ser puesto entre comillas, discutido, sometido a los debates de generaciones futuras. Algo similar a uno de los planteos filosóficos de El nombre de la rosa, libro de Humberto Eco transpuesto al cine por Jean Jacques Annaud a mediados de los `80, en relación con la búsqueda del tratado de Aristóteles sobre la Comedia.
Armado el film en torno a una idea central, el de la caza al tesoro, juego que, por otra parte, está en el relato de la protagonista respecto de los juegos que le diseñaba su abuelo, El código Da Vinci toma, según mi punto de vista, a la misma obra de Da Vinci como un pretexto para desencadenar una serie de fugas y escapadas, a manera de un cruce entre un road movie y un thriller político, en el que las situaciones de inminente resolución apuntan, en el término de una noche y un día, a intentar frenar una afrenta con cientos años de historia, en los que la Iglesia definió su rol como fuerza política y económica. Debate por otra parte que se puede seguir con mayor atención en la novela-ensayo de Humberto Eco.
En los días previos a su estreno, y con una actitud altamente diferente respecto de la adoptada por los grupos cruzados del Vaticano, jesuitas de México expresaron su opinión: "La investigación sobre este film estará centrada en una labor exploratoria para conocer qué dice la gente, cómo reacciona y qué tipo de experiencia les despertará este largometraje". Desde una mentalidad abierta a los nuevos interrogantes, sólo contados grupos religiosos aceptaron este film como inicio de otro capítulo de reflexiones.
En El código Da Vinci, el primer film rodado enteramente en el Museo del Louvre, un misterio abre otro, logrando en su figura final una suerte de rosario como figura, en cuyo lugar de intersección pende otra posible verdad. En esta transposición a la pantalla, que no se ha permitido por lo que dicen los lectores de la novela ir más allá de la propuesta original, las explicaciones son el punto de asentamiento de tantos laberintos y el recurso del flashback, la vuelta al pasado, registrado en otra textura y en otro tono, llega a mecanizar el sistema narrativo.
Pero, el acento hoy elijo ponerlo en otro lugar: de qué manera, a través de un medio masivo, un film puede poner en jaque algunas verdades como único punto de vista. Y en tal caso, hay un punto de llegada también sobre esto, el que compete a aquellas reflexiones del libre albedrío y la fe, puestas en boca del personaje que interpreta Tom Hanks al final de la historia.
Todo parte de una amenazante noche y un crimen que reproduce en su disposición el El hombre Vitruvio de Leonardo y desde aquí, desde una simbología que abre capítulos sobre mensajes crípticos y hechos por callar el film se ofrece como una reescritura de un policial clásico, montado sobre voces y manos anónimas enguantadas, que sostienen en su mano el cetro del poder. Y en tanto el film tampoco pretende subvertir ciertos órdenes, al igual que el de Martín Scorsese, nos arroja el hipotético "Qué pasaría si...".
De una construcción de personajes que rozan los más fuertes estereotipos, sobresale desde mi punto de vista el que compone el que interpreta Ian Mc. Kellen, heredero de toda la tradición del teatro y del touch inglés, animado por un fino humor y depositario de un sorprendente --esto se puede confirmar en cada uno de sus parlamentos-- grado de erudicción. Desde su discurso, todo se vuelve animosamente exploratorio y sus muletas nos llevan a sobresaltos.
Desde un periplo que mira de París, desde el mismo centro de la Pirámide, más allá de Mar del Norte en la ilimitada geografía que el film va dibujando, una línea que va uniendo posibles lugares de cruce entre Leonardo y Newton, los mandatos de Constantino, el Priorato de Sion, los Templarios y los descendientes de los merovingios, el espacio cósmico va marcando su rumbo, mientras los hombres empuñan en nombre de una supuesta fe su violento fanatismo y sus mandatos de controlar, impedir el deseo de la necesidad de conocer.
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