CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. HIGHWAY STRINGS, DE MIGUEL SEDOFF
Un imaginario cinematográfico atraviesa a los poemas que el
autor incluyó en su nueva obra. Mañana la presentará junto a
la banda Hueblus, que compuso la música a modo de soundtrack
› Por Beatriz Vignoli
Las highway strings son esas cuerdas de guitarra acústica que suenan como música de fondo en películas de bajo presupuesto con autopistas infinitas y cuyo sonido, como escribe Miguel Sedoff en un poema de su nuevo libro, "empuja todo hacia el desierto". Highway Strings es precisamente el título que eligió Miguel Sedoff (Oberá, Misiones, 1965) para este segundo libro de poemas, publicado el año pasado en Córdoba por la editorial Alción, y que se presenta mañana jueves a las 22 en ClubdeFun (Sarmiento 384) con un "Experimento Poético Musical" a cargo del autor y de la banda Hueblus.
Con Federico "Huevo" Alabern en guitarra, Pato Sabetta en batería, Marco Bortolotti en bajo y Gerónimo Pavani en teclados, Hueblus compuso la música de la presentación como soundtrack de este libro, inspirado a su vez en lo que autor y músicos coinciden en llamar, en el comunicado de prensa, "la música del desierto y el olvido, con un claro origen en el jazz, el country y el blues". El objetivo de este cruce entre música y poesía es crear un clima evocador que transporte al público "a lugares lejanos en la realidad pero extrañamente cercanos en el corazón".
La road movie como educación sentimental es el tema recurrente que unifica los 25 poemas del libro, que entre el relato melodramático y la lírica metafísica despliegan una galería de viñetas narrativas, a modo de recorrido por un mapa estadounidense mítico nacido del cine. En una breve conversación con la cronista, Sedoff tira una contraseña, que da una clara idea de lo que escucha en su cabeza cuando escribe: el sonido de la guitarra acústica de Ry Cooder en el film Paris Texas, de Wim Wenders, con guión de Sam Shepard.
Hay que haber sido joven en los ochenta para sintonizar esta erótica del desgarro y esta estética de la inmensidad. Fue precisamente Wenders quien dijo en off en uno de sus cortometrajes (titulado Tres elepés americanos) que adentro de las canciones vienen películas, y que cada vez que se pasa la canción suena una película distinta. Algo así sucede con los poemas de Miguel Sedoff.
Al igual que el midwest desértico del cineasta alemán, o que la América de Jean Baudrillard en el libro de ese nombre o (sin ir más lejos) el collage fotográfico del artista británico David Hockney en la tapa del libro, la Norteamérica de Sedoff es una versión literaria y cinematográfica de sí misma. El castellano de estos poemas suena como si existiera un manuscrito original en inglés que alguien tradujo, reemplazando "damned" por "maldito" y otras traiciones pudorosas, como las que enrarecen los cuentos de Carver o de Bukowsky, cuyos diálogos telegráficos se revisitan como filmados: "Cariño, dice ella./ Cielo, contesta él./ Después, ruidos naturales,/ el chirrido de los muebles,/ el ruido de una lata de cerveza al abrirse".
Cada uno de estos poemas narrativos entrega un pequeño cuento pero como visto al pasar, furtivamente, en la otra mesa de un bar. La acción transcurre en "no lugares": autopistas, estaciones de servicio, hoteles y comedores ruteros en medio de la nada. Los personajes son anónimos, en tránsito: "La mujer del cabello en forma de armazón", "el chico de la campera". Poseen vehículos para huir del amor, portan armas, consumen sustancias; las mujeres sufren, los hombres matan, los niños se quedan solos y todos olvidan todo. Los que no, se matan. No es un mundo bello pero puede resultarle sublime al lector espectador.
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