Lun 12.06.2006
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › JUAN SOLANAS Y UN CINE DE COMPROMISO SOCIAL

Lo que oculta el Nordeste

El tráfico de niños, un tema abordado ya desde el periodismo, en
la lente del hijo de Pino Solanas adquiere un tono cruzado por
el silencio como gran protagonista. Pero un silencio que revela.

› Por Emilio Bellon

NORDESTE (Francia-Bélgica-Argentina, 2005) 8 (ocho)

Dirección: Juan Solanas

Guión: Eduardo Berti y Juan Solanas

Fotografía: Félix Monti.

Música: Eduardo Makaroff, Dino Saluzzi.

Intérpretes: Carole Bouquet, Aymará Rovera, Ignacio Ramón Jiménez, Mercedes Sampietro, Emilio Bardi.

Duración: 104 minutos.

Sala: Monumental.

Pareciera que el formato elegido por este joven director, radicado en París, hijo del reconocido y polémico realizador Fernando Solanas, le impusiera a nuestra mirada una idea de un horizonte sin límites, donde el gran protagonista es el silencio. Un silencio que desoculta un estado de resignada miseria y en donde sólo algunos pueden llegar a sobrevivir. Desde una mirada de otro, de un extranjero, uno de los entrecruzados puntos cardinales, va asomando a partir de una búsqueda que se interna en un golpeante nudo gordiano que deja ver, de manera entreabierta, otro de los flagelos que asolan esta latitud, siempre al sur del Río Grande.

Con un tiempo que recupera el propio devenir de lo temporal, en un espacio que acusa las profundas marcas del accionar caudillista, que identifica todo un gran sector con sus jefes y herederos, de este país, el nuestro, el film de Juan Solanas deja fluir una incontenible y progresiva tristeza que vuelve amenaza cualquier situación, ínfima, de respiro. A cielo abierto, y en una intención que rompe los límites de la pantalla, Nordeste va instalando un sentimiento de ausencia, de lánguida espera, de lo inminente, en el orden de lo trágico.

Tal vez sea Formosa la provincia demarcada, desde un guión que fue escrito entre París y Buenos Aires, desde la mirada de dos jóvenes guionistas que orillan cuarenta años, en ese intento de recuperar un cine de compromiso social, que pone el acento, fruto de una prolongada investigación, en el tráfico de niños, definidos cada uno de ellos, según se escucha, cruelmente, en el film, medidos y evaluados como piezas de cambio, compraventa "en el mercado".

Aquella actriz de Buñuel en Ese oscuro objeto del deseo, Carole Bouquet una de aquellas mujeres que poblaba la febril imaginación de su personaje, compone a esta ejecutiva francesa que un día decide viajar a la Argentina, con miras a iniciar un contacto, fuera de la ley, para adoptar un bebé. Es este deseo el que va llevando a un primer quiebre, por otros intereses, en Buenos Aires Capital y de ahí, a partir de otro contacto, al Nordeste. En su andar, ubicada ella en una de las residencias del lugar, se irá cruzando con distintos personajes que la llevarán a tocar la miseria con sus propias manos y a participar de una terrible y cruel historia de amenazas y despojos.

Historia de humillaciones, Nordeste confronta dos mundos diferentes y hace blanco ahí en donde la dignidad humana es atacada, violada por encubrimientos y ambiciones de políticos y estancieros. Hay dos historias que se van tejiendo en la mente del espectador y que destilan, silenciosamente, un aroma enrarecido que adopta la forma de una columna de humo negro. Historia de sujetos desposeídos, de distintas edades, que deben violentar su propio cuerpo, los caracteres de los personajes nativos de Nordeste se van destruyendo desde una voz, en medio tono, de denuncia y de actitud solidaria.

A diferencia de la retórica que hizo propia y con ese sello la obra de su padre, Juan Solanas elige un tono pudoroso, una atmósfera velada, en la que la historia de aquella mujer extranjera, dominada por un fuerte vacío espiritual, exitoso en su carrera, nos va llevando por ese otro territorio que, sólo algunos quieren ver. Segura de sí misma en el primer tramo del film, Helene tratará ocasionalmente un pequeño encuentro con el niño Martín, quien habita con su joven madre (Aymará Rovera) una destartalada vivienda de gran precariedad, donde ella, esa mujer que sólo a veces es llamada por su nombre propio (antes bien, epítetos de desprecio), debe enfrentar, arañando los límites, sus obstáculos minuto a minuto.

Ajeno a toda mirada que explote la visceralidad de un conflicto, Juan Solanas se adueña de un concepto de narración que subraya los tiempos sin acciones, y en cambio elige recortar su encuadre en miradas, gestos, caminatas, relación que se explicita en esa manera de componer cada plano. Vuelvo a uno de los puntos iniciales. Cómo cierto pasaje, escenario turístico, desde la mirada desde un recién llegado permite entrever un juego de simulacros y traiciones, de revelaciones de un orden comandado por un nepotismo social y económico, por un negocio, donde la vida humana no cuenta y se presenta como un escalonamiento de esbirros de turno.

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