CULTURA / ESPECTáCULOS › FANTASMAGORICO RETABLO DE UN PINTOR INELUDIBLE
En su primera muestra en Rosario, Menza se destaca por su virtuosismo técnico y por la intensidad y coherencia de su mundo imaginario.
› Por Beatriz Vignoli
Las 45 obras y el libro monográfico de Nicolás Menza que desde el viernes pasado y hasta el 29 de este mes pueden verse en la galería Krass (San Martín 631) son sólo una ínfima parte de la obra de este prolífico artista de 45 años. Pintor, dibujante y muralista nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1960, Menza es docente desde el comienzo del período democrático y expositor anual de ArteBA desde el comienzo de este siglo; antes, se formó en las escuelas "Prilidiano Pueyrredón" y "Ernesto de la Cárcova", y también fue discípulo de Teresio Fara.
Esta particular formación sistemática salta a la vista en el espacio unificado y en el rigor compositivo de sus obras; la influencia de Fara se nota en su virtuosismo. En sus manos, la pintura o el trazo del pastel fluyen como lava de un volcán. Típico adolescente inquieto de su generación, durante la dictadura tuvo un efímero trío de rock y denominó "incubadora de sueños" al encierro obligado en su cuarto de la casa natal. La atmósfera onírica y el ambiente opresivo de sus cuadros llevan esta marca. Que también es la de buena parte de la literatura argentina; en especial, las ficciones de Borges y de Sábato, a quienes Menza retrató con alucinatoria precisión. Y la historieta, elevada a partir de los años `70 al rango de las bellas artes por las pesadillas postapocalípticas de Manara o Enki Bilal, mezcla aquí su imaginería con citas formales de pintores metafísicos del siglo veinte tales como De Chirico o Carrá.
El espacio cohesionado por una áspera luz teatral le permite combinar elementos así de heterogéneos. A veces, los resabios de tan variada erudición visual no cuajan del todo entre sí; tal es el caso de sus pequeños gofrados experimentales, cuyos fondos se sobrecargan gratuitamente de tics abstractos. Es en las pinturas, particularmente en las del género "interior con figura" donde con más eficacia logra Menza plasmar un núcleo visionario completamente fantástico que sin embargo posee, como los sueños recurrentes o los delirios, una consistencia más densa que lo real.
Así, sus cuadros parecen remitir todos al mismo lugar imaginario. Aún sus escenas urbanas más realistas de bares y billares, figuras y espacio poseen la densidad psicológica de lo vislumbrado. El ámbito es crepuscular o nocturno, y en las miradas de sus personajes hay un misterio que sugiere una aparición fantasmal.
Si hay que ubicar la obra de Menza bajo algún rótulo, el que mejor le cabe es el de neosimbolista. Surgido a fines del siglo XIX, luego del impresionismo y antes de los "ismos" modernistas, el simbolismo fue un romanticismo tardío, comprometido con las borrascosas profundidades de la mente que luego explorarían el psicoanálisis y el surrealismo. Así, la mujer fatal, recurrente en Menza, evoca a las obsesiones de Gustav Klimt; y los duros planos rojos que alternan con figuras semilíquidas, como a punto de disolverse, lo aproximan al primer Gauguin.
Menza pinta la historia reciente vivida como clima. Si Carlos Alonso fue el cronista de lo que sucedió, Nicolás Menza es el poeta trágico de lo que se temía que sucediera. Una rara instancia documental en su obra, sus retratos de Borges constituyeron en 1999 una muestra en la galería de Teresa Nachman; el de Sábato, más reciente, es un mural en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. En sus dibujos de grupos de figuras, cierta perturbadora sensación de estar contemplando una escena clave de un ritual trágico y sin ley, desconocido y cuyas implicancias son incomprensibles, lo relaciona con la narrativa enigmática de Kafka, con la crueldad amarga del universo urbano de Roberto Arlt y con los claroscuros abruptos del cine expresionista alemán. Son estas obras en crudos blancos y grises, negros y sepias, las más imaginativas de Menza. En ellas la sensación de un ámbito cerrado y gobernado por el mal, clausurado a toda luz externa, con inútiles escaleras laterales que en vano prometen la fuga, se carga de sugestivas alusiones a los años de plomo y su terror, un via crucis que todavía no ha terminado de desplegar su retablo.
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