CULTURA / ESPECTáCULOS › CONSTANZA ALBERIONE EN EL PASAJE PAM
› Por Beatriz Vignoli
Las pinturas y dibujos de Constanza Alberione, de las que este mes de junio se puede ver una muestra en el EXP.A.C.I.O. de la marquería Rivoire, en el Pasaje Pam, son una de esas raras revelaciones que toman al espectador por sorpresa, sin que sepa explicar en un principio qué tienen de contundente o de particular. Un trabajo técnico fino, una composición sobria y equilibrada, un control exquisito de los suaves contrastes de color son sólo algunas de sus virtudes. También tienen esa cualidad inefable que se puede llamar gracia. Como en un buen poema, nada está dicho con tres palabras que se pueda decir con dos. Y también como en la buena poesía, las imágenes construyen su propio mundo, con sus propias leyes. Mínimas situaciones absurdas, de un humor tierno, resultan verosímiles en una serie de pequeños dibujos que evocan el arte de podar ligustrinas tal como lo practicaba el protagonista de El Joven Manos de Tijera, de Tim Burton. En un formato más ambicioso, se destaca su autorretrato: frontal, nítido, casi historietístico, pero de colores tan claros que al mismo tiempo se hallan casi en el límite de la tela en blanco.
Una docena de retratos de monstruos pintados por Sábat, unos muñecos flaquitos y simpáticos firmados por Chulengo (Gastón Cirer), un gimnasio de cuentas plásticas de Román Vitali (quien, jugando con el significante de su apellido, lo titula "Vital Gym: quiero ser parte de tu vida" expone en Peccata Minuta) son algunas de las otras propuestas que hasta fin de mes ofrece Cultura Pasajera en el pasaje Pam.
"Una patriada", resume Flor Balestra, quien junto con Román Rivoire organizó el envío de Cultura Pasajera, con 78 firmas de artistas locales, al Barrio Joven de la Feria de Arte Contemporáneo Arte BA. En cinco días vertiginosos (del 20 al 24 de mayo) el proyecto Trastienda en Bruto vendió, en el predio de la Sociedad Rural de Buenos Aires, 56 obras de más de treinta artistas de Rosario. Los precios iban de los trescientos pesos a los dos mil quinientos. La "gente común" (es decir, ni coleccionistas ni galeristas de arte), que constituyó la gran mayoría del público comprador (un 75 por ciento, calcula Balestra), se llevaba obras para regalar, eligiéndolas por puro gusto; un 25 por ciento de compradores especializados se fijaban en los nombres con más trayectoria. Orly Benzacar y el cónsul de Corea se contaron entre la clientela. La empresa La Segunda aseguró la ida de las obras. Los prolijos embalajes de las mismas sirvieron de mobiliario. La caja registradora se abría después del mediodía y recién se cerraba a las diez de la noche. "La gente agradecía que los precios estuvieran a la vista", cuenta Flor, defendiendo su política de fomentar el acceso fácil a la adquisición de arte. ¿Pero no se halla esto, acaso, a contrapelo de los esfuerzos del circuito por generar y sostener una tendencia alcista en el mercado? "Los colegas fueron muy amables", comenta ella. La idea es que cualquiera que lo desee pueda tener una obra de arte en su casa, al precio de un par de zapatillas deportivas.
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