Dom 12.01.2014
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › EL POETA ROSARINO LEANDRO LLULL

Cerca de la medianoche

Una conciencia mística desencantada intenta probar si puede esperar del mundo aquello que no puede pedirle a un Dios cuya inexistencia ha demostrado. Alegoría de esto es la soledad de un hombre que sale de trabajar a la hora en que ya no puede llamar a nadie, pero aún es muy temprano para dormirse. Son esas small hours las que indican los números romanos del reloj en la foto de tapa, una pista para interpretar el título de Horas menores (Huesos de jibia, Buenos Aires, 2013), segundo libro del poeta rosarino Leandro Llull.

A Llull se lo conoció internacionalmente como poeta en 2010 cuando en el marco del proyecto Estación Pringles, de César Aira y Arturo Carrera, fue becario con Valeria Meiller, Inti García Santamaría y Christian Aedo de Prueba de soledad en el paisaje, y coautor con ellos del libro homónimo editado por Mansalva en 2011. (Este incluye su poemario 'La lengua en soledad'). Ese año ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes para revisar su nuevo libro con Diana Bellessi, integrante en 2009 con Fabián Casas y Eduardo D`Anna del jurado que otorgó a su inicial Disonancia del jardín (Editorial Municipal de Rosario, 2009) el Primer Premio de Poesía Felipe Aldana. Algunos poemas de Horas menores se incluyen en la antología de nueva poesía rosarina Código urbano (2013), compilada por Osvaldo Aguirre, publicada solo en formato Epub en http://www.poesiaargentina.com/.

Una liturgia solitaria para un dios ausente bien puede tener su enigmática música. Y la de este tercer poemario de Llull es certera y majestuosa como las notas de aquel Round midnight ('Cerca de la medianoche') de Thelonius Monk. El tono de un canto así no puede ser sino grave, en modo menor. En el verso que abre el primero de los 30 poemas resuenan ecos de Rilke. En Llull, se tornan ominosos: 'El que en la noche estira la mano / asiste a lo presente / hace que sus dedos sean / serpientes que se arrastran'. Es esta una lírica del mundo, en diálogo crítico con la tradición de la poesía mística. Sus cincelados versos parecen esculpidos en la luz (esa luz que 'lo borraría todo') o en el 'hontanar de San Juan de la Cruz', velando contra toda esperanza en medio de la noche más oscura del alma. El que no se espere que nadie vaya a atender la plegaria no impide emitirla, llevando el canto a su perfección por si acaso 'lo vivo, en los confines' aún escuchara. La esperanza toma la forma del temor angustioso a abrir la cárcel del solipsismo y acceder al encuentro con el otro: '¿Qué hay en las sombras que no podemos palpar? / ¿Manos negadas por la oscuridad?'.

La mano, a tientas y a oscuras, es la imagen más recurrente. Símbolo de la aridez que halla en el mundo es la piedra ('espejo del ruido sordo / que llevo adentro') a la que en vano se ruega: 'Dame flores, dame brotes / que insistan contra el cielo'. Lo animado, cuando viene de afuera, llega en forma de partícula ínfima (pelusas, el tábano, la mosca, la flor del panadero). A lo sumo, alguna superficie (una foto, 'la piel de lo amado') se ofrece a la percepción pero 'no se abre, / muda'. La mirada, curiosa, aún observa. La mano no suelta. Cuando aparece la segunda persona, se trata de una invocación dirigida a alguien ausente, perdido, cuyo género e identidad permanecen ocultos bajo el pronombre: 'dame a sentir la carne / de esta llama / palpitante que eras'. La 'presencia oscura' de los restos de un insecto asesinado podría ser metáfora del deseo reprimido o de un prójimo cosificado, reducido a lo inerte por la soberana 'mano que regala su ultraje'. Llull elude aquí con cuidado la primera persona autobiográfica de su obra anterior, apropiándose para la lírica de los modos de enunciación del objetivismo. El yo poético se refleja de modo reversible en lo que describe, al filo del horizonte de la alteridad.

Como en su primer libro, Llull desarrolla breves imágenes dinámicas, compuestas a partir de escenas domésticas mínimas de la vida cotidiana. A diferencia de sus poemas de 2010, con este nuevo libro (de asombrosa madurez para un autor nacido a mediados de 1983) prescinde de toda ornamentación vegetal intimista o posmodernista y hace prevalecer el sentido metafórico esencial.

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