CULTURA / ESPECTáCULOS › ROBBEN FORD SE PRESENTó EL VIERNES EN PLATAFORMA LAVARDéN
› Por Paul Citraro
No hay opción; el peso de lo que hay que cargar, es viejo. La historia da cuenta de ese contrapeso, también la música. Parte del asunto; vigorizar la tradición. Robben Ford no es un cínico, pero lo disimula muy bien. Como un filón de su personalidad artística, el viernes abrió su concierto en Rosario con "Chevrolet". Desde el minuto cero el acompañamiento conformado por Brian Allen en bajo y West Little en batería muestran que la solvencia está más allá de la tradición escrita. Es decir, lo que hay que saltar para seguir despierto. Simbolismo o lógica de fusión con el rock, el jazz y el blues como broche de solapa. Así funciona el trío. Acaso Robben Ford no sea el porte de los héroes de la guitarra que tanto paño dio a los guitarristas en la actualidad. Aun así, es posible imaginarlo en un futuro paseándose por el panteón sagrado.
Ford es un músico fantástico. Frenéticamente exquisita fue la versión de "Lovin Cup", con una sutil interpolación de "I feel fine" de Los Beatles sobre el cierre de la canción. Una gentileza. No habla demasiado, apenas presenta las canciones y hasta con cierta timidez juvenil a los integrantes de la banda. Su espectro de comunicación es la pasión por la tradición del blues con la destreza del jazz disparados por un cañón rockero.
El viaje es completo, músicos y público con su porción de pastel en mano. El resto permanente es el grito de la Telecaster que parece dejar al mundo en el asiento de atrás. Por supuesto que hubo espacio para el lucimiento de las cinco cuerdas de Allen y la tromba detrás de los tambores aporreados por Little en "Start it up". A continuación una coda referencial; "Nothin to nobody" compuesta junto a Michael Mcdonald, integrante de la banda Doobie Brothers en los lejanos 70. Probablemente pocos de los presentes hayan recordado la versión original, porque ésta, parecía definitiva.
Como siguiendo arriba del espíritu de su reciente trabajo discográfico A day in Nashville, grabado a lo largo de una noche. Toda una declaración de principios; el pasado es siempre. Una porción casi trágica para la crítica y una liberación que absuelve al guitarrista del barato dramatismo de volver a dibujar el mismo círculo.
Ford sigue cerca de sus experiencias musicales más notables en su carrera junto a George Harrison, Bob Dylan, Joni Mitchell o Miles Davis. Y en ese contraste se pierde ejerciendo un tipo de autoridad que no está adherida al respeto de las jerarquías. Otra vez. Blues, rock, jazz? En ese orden. No hay un sonido específico que pueda marcarle con cal el final de la cancha. Ford es un cuerpo musical despierto, un concepto en sí mismo, un extranjero caminando entre las ruinas y pisando los escombros de una tradición.
Todo el mundo cercano conoce (días más, días menos) la carrera de este notable guitarrista. Sus influencias armónicas y el pulso del alma de los doce compases. Hasta se menciona el sinsentido que sus trabajos tienen varias caras. Agua. No contemplaron que la detención siempre es temporaria. Por eso la clave es hacer una cosa por vez sin cargar el peso de la historia. Ese peso está encarnado en su memoria pero no depositado en una mochila.
Aunque esa mochila pueda volar por el aire sin rozar ni herir sus sentimientos.
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