Mar 02.09.2014
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. EL VIERNES MURIó EL GALERISTA GILBERTO KRASNIASKY

Adiós a un luchador cultural

Un repaso por las memorias del actor, librero y difusor de arte permite comprender el valor de Krass para la cultura de la región. Sin apoyo estatal, logró sostener en Rosario una labor equiparable a la que puede afrontarse entre varios museos.

› Por Beatriz Vignoli

El pasado viernes, con Gilberto Krass se fue una parte vital de la cultura de la ciudad. Al arte lo hacen los artistas pero sólo llega a ser realmente arte cuando encuentra sus espectadores, capaces de recibir su belleza y su inagotable mensaje; como galerista, como difusor del arte de Rosario, Gilberto Krass fue un hacedor de arte.

"No sé por qué, del último escalón de la miseria, durmiendo en colchones de chala, llegué a tener un protagonismo", recordaba con modestia en sus memorias: Gilberto Krass. Una vida (Ciudad Gótica, Rosario, 2008). Con edición por Omar Tiberti y testimonios de amigos, su historia fue ilustrada con dibujos de su libro de visitas por prestigiosos artistas, prestigio que él mismo contribuyó a fundar.

Había nacido en Seguí (provincia de Entre Ríos), el cuarto de los ocho hijos del inmigrante ucraniano Abraham Krasniasky, oriundo de Odessa. A los seis años se radicó con su familia en el vecino pueblo de Sosa y a los trece, en Paraná. Luego migraron todos a Buenos Aires.

Tenía diecisiete cuando conoció a Estela, quien sería la madre de sus dos hijos: Berta y Sergio. Tras una adolescencia de trabajo obrero, militancia política y teatro vocacional, se estableció en Santa Fe. Allí conoció al poeta Hugo Gola, al pintor Supisiche y a otros escritores, dramaturgos, artistas y periodistas, en lo que define como su época de formación intelectual. Su padre le había transmitido el gusto por la lectura; él se recuerda leyendo autores modernos o conversando sobre ideas progresistas con sus amigos en el ocio que le dejaba el comercio, primero de calzado y luego de telas.

Llegó a Rosario como vendedor de joyas a domicilio, siguiendo una propuesta de su hermano Santiago. "Me iba muy bien pero un día analicé lo que para mí significaba vender elementos para agradar en lo exterior y abandoné ese trabajo. Entonces empecé a vender libros y me vinculé a editoriales como Lautaro y Quetzal, que editaban escritores contemporáneos con ideas socialistas. Recorrí toda la provincia", cuenta y agrega que con su primer socio, Juan Carlos Granolliers, contactó como distribuidor a la librería Ciencia, "en ese tiempo la más importante de la ciudad", ubicada en Santa Fe 1284, a la vuelta de la Facultad de Filosofía y Letras.

"Esta librería estaba conformada por tres socios: José María Calp, Genolet y Juan Pablo Monserrat. Genolet enfermó y entramos a trabajar un bioquímico de apellido Farina y yo. Al tiempo Farina se retiró y quedé con Monserrat ya que Calp y Genolet se retiraron", rememora. "Por Librería Ciencia pasó lo mejor de la intelectualidad argentina. Venían grandes poetas como Arturo Frutero, Felipe Aldana, Willy Harvey", enumera. "La otra etapa fue la de la pintura, a la que me introduje de lleno, apasionado por el tema, comprometiéndome para aprender otro oficio, el oficio de 'marchand', que desarrollaría luego". Y concluye: "Soy, en gran medida, los amigos que he tenido". La extensa lista incluye a Rubén Naranjo, quien fue primero escenógrafo del teatro El Faro, que se gestó en la librería, y luego uno de los directivos de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil; esta le compró todo el stock de Librería Ciencia en 1964.

En una "buena época" de "coleccionistas que amaban la pintura" y de "notable actividad en la plástica", Gilberto Krasniasky instaló en San Martín 631 su galería de arte: Krass Artes Plásticas, donde, a lo largo de más de treinta años se inauguraron exposiciones cada quince días. Vendió obras de Lucio Fontana, Juan de Dios Mena y los pintores integrantes del Grupo Litoral. Con Naranjo, y con la colaboración del coleccionista Isidoro Slulittel, editó carpetas de pintores de Rosario. "Editamos también libros de autores que ese momento no tenían posibilidad de hacerlo", dice y menciona, entre dramaturgos y poetas, la novela Chechechela, de Mirko Buchín; recuerda también que con Naranjo interesaron a Federico Vogelius (luego director de la revista Crisis) para editar poemas de Juan L. Ortiz y de Raúl González Tuñón. "Se publicaron también, para cada obra, 50 carpetas litografiadas", evoca. "Fui un pionero en la ciudad en ventas de obras de arte", se enorgullece. Y reflexiona, en una alegoría que remite a su niñez rural: "Hice surcos y arrojé semillas. De algunas recogí sus frutos".

Quienes nos hemos formado en el amor al arte de la región mirando semana tras semana las exposiciones de su galería, extrañaremos a aquel señor enorme de largos cabellos blancos que silenciosamente venía y encendía las luces de la sala para que pudiéramos apreciar los colores, o que con una frase y un gesto nos daba a entender que allí en esos originales había una gloria comparable a las que sólo conocíamos por los libros de reproducciones.

Ocasionalmente le preguntábamos un precio, como mera excusa, sin que se nos ocurriera que para él ya era importante que viéramos aquellos cuadros, que nos educáramos en su contemplación. Uno iba a Krass como si fuera un paisaje o un lugar de la naturaleza, sin pensar entonces que sin el compromiso, el esfuerzo y la dedicación cotidiana de toda una vida por parte del galerista, librero y actor Gilberto Krasniasky, nada de todo ese arte maravilloso hubiera estado allí.

A quienes pregunten quién fue Krass, hay que decirles que un solo hombre sostuvo, solo o con sus hijos, lo que en otros lugares lleva varios museos. Esto pasó en Rosario, sin apoyo estatal. Y pasó.

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