CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. MURAL REALIZADO POR ALUMNOS DEL CENTRO CULTURAL EL OBRADOR
Puente de una cultura por donde pasan hormigas, personas y motos es el título de la obra pintada en Rouillon y Maradona como parte de la Semana del Arte. Un entredicho ocurrido durante una visita guiada dispara aquí una reflexión.
› Por Beatriz Vignoli
La esquina de Avenida Rouillon y Dr. Laureano Maradona tiene las únicas paredes amplias y sólidas en varias cuadras. Si se la busca en las imágenes satelitales de Internet, a la esquina se la reconoce por el tanque de agua. "Es un predio de agua, donde se abastecen los camiones cisterna que dan agua al barrio", cuenta Leopoldo Estol, artista plástico de Buenos Aires que lleva adelante desde hace cinco años un taller de arte en Villa 31. Estol fue convocado por la 10º Semana del Arte (que organiza el Centro de Expresiones Contemporáneas con la Municipalidad de Rosario) para coordinar, junto a la docente rosarina Valentina Rondinella, la pintada de un mural con los chicos que asisten al Centro Cultural El Obrador en el barrio toba. Si se ingresan las coordenadas, lo primero que salta en Internet sobre la esquina de Rouillon y Maradona es un asesinato. El primer día del año pasado, un vecino del barrio, conocido como el Paraguayo, falleció allí al recibir un balazo, en algo que por el relato parecería una emboscada; otro vecino que lo acompañaba fue internado con heridas cortantes. La prensa local reunió diversas versiones sobre los motivos, los agresores, las posibles broncas internas del barrio.
Cuando el sábado por la tarde (en un colectivo de línea especialmente destinado a tal función y una combi particular) llegó la visita guiada de la Semana del Arte a la esquina de Rouillon y Maradona a contemplar, comentar, gozar estéticamente y registrar fotográficamente el mural que habían pintado los chicos del barrio en el muro del predio de agua, un vecino indignado salió de una de las humildes casas de enfrente y comenzó a increpar al grupo, enfatizando las frases con gestos del brazo derecho. "¡Cómo hacen plata con los pobres!" y "Ustedes son todos blancos y vienen a ver a los negros", fue más o menos lo que alcanzó a decir antes de que lo rodearan dos gendarmes mientras el contingente (integrado por las guías, el chofer, tres artistas de Tucumán, dos periodistas locales y varias alumnas de la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto) huía espantado.
En el mural, a la izquierda, están las firmas de los chicos y un agradecimiento a la "seño" Valentina "por la garra"; a la derecha, la bandera de los pueblos originarios y las hormigas que simbolizan a Claudio "Pocho" Lepratti (voluntario de un comedor escolar de Barrio Ludueña que fue asesinado por la policía durante los saqueos del 19 de diciembre de 2001). En el extenso y colorido metraje del mural, se ven esquinas del barrio, la cabeza emblemática de un tigre en medio del amplio cielo azul y los rostros de una chica y un muchacho, ambos morenos y aindiados. "Estoy contento de que la obra permita generar al barrio su propio lenguaje de formas", dijo a Rosario/12 Leo Estol, quien aclaró que los retratos no representaban a nadie en particular.
"El Centro Cultural El Obrador fue el espacio donde trabajaron el taller para la realización del mural", detalló Analía Abate, una de las guías. La obra se titula Puente de una cultura por donde pasan hormigas, personas y motos. La metáfora del puente también aparece en los relatos de Estol sobre el trabajo artístico mancomunado en el barrio Padre Mugica, más conocido como la Villa 31, que incluyó entre otras cosas la realización de una zapatilla gigante itinerante con los chicos del lugar (véase http://www.leoestol.com.ar/lavilla.htm). Al ser entrevistado, Estol no sabía nada de la emboscada letal ocurrida el 1º de enero de 2013 en la misma esquina del barrio toba donde ahora está su mural. "Recorrimos la zona de asentamientos, donde están las viviendas más precarias --contó--. En los cuatro días que pasamos pintando el mural, ningún vecino tuvo nunca ninguna actitud hostil".
Como Estol no alcanzó a subir al colectivo para integrar el recorrido que estaba anunciado a las 15 y partió a las 14:30 ("Hubiera sido una forma de darle un cierre a la obra", comentó), el contingente (mayoritariamente femenino) se entregó a la especulación sobre los posibles significados del mural. Una de las guías, Adriana Blanco, aventuró con notable intuición que alguno de los dos inmensos rostros, o ambos, fueran retratos de alguien que al barrio le hubieran matado.
El anónimo señor que, enojado y dolido, quizás ebrio, increpó a los intrusos, ¿habrá creído reconocer el rostro del Paraguayo en ese retrato? Quién sabe. La fantasía de un arte tribal concreto y mágico, capaz de sanar un trauma y plasmar en imagen la supervivencia de un muerto trágico en una comunidad marginada, existe por ahora sólo en la mente de esta cronista, que fue testigo del encontronazo del sábado.
Gérard Wajcman, en El ojo absoluto, reflexiona sobre la actual "civilización de la mirada": una mirada no contemplativa ni amorosa sino tecnológica y escrutadora, inquisidora, vigilante y controladora, con que "la ciencia exige lo universal y la policía busca lo único".
El barrio toba de Rosario pintó un hermoso mural pero al menos uno se sintió impulsado a defenderlo de miradas indiscretas, incapaz de soportar el goce óptico intruso. Queda claro que la contemplación de la obra de arte es una práctica burguesa, un uso de la mirada que no toda la sociedad conoce. Veinte extraños vigilanteándole durante veinte minutos su esquina no podían ser más que opresores en un acto de explotación, así fuese "inocentemente" estética. Ese oprimido, que sólo les opuso sus palabras, fue controlado enseguida por gendarmes.
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