CULTURA / ESPECTáCULOS › RETRATO DE M, PUBLICADO A FINES DEL AñO PASADO POR RíO ANCHO EDICIONES
La novela es también un retrato de matices oscuros y policiales. Su autora, Graciela Ballestero, delinea alusiones a la última dictadura y sus efectos aún presentes, al mismo tiempo que deposita la salvación en el arte y el amor.
› Por Beatriz Vignoli
"Decía que cada libro despierta de la quietud cuando alguien lo necesita o simplemente siente curiosidad, lo toma de la estantería, hace correr las hojas y se sienta a leerlo", escribe Graciela Ballestero (San Nicolás, Provincia de Buenos Aires, 1953) en la voz de Marina, la bibliotecaria que protagoniza su nueva novela. "Y cuando un libro regresa a la biblioteca, trae entre el papel un poco de la vida de la casa en donde ha estado: un sutil olor a salsa de tomates o a fritura, a sábana caliente, a mate cocido, a bizcochos o a malvones".
Publicado a fines del año pasado por Río Ancho Ediciones, Retrato de M se lee en parte como un libro sobre el amor a los libros. La novela obtuvo la primera mención en su categoría del concurso de la editorial. El jurado estuvo integrado por Marcelo Scalona, Pablo Ramos y Alma Maritano. Graciela Ballestero es responsable del área de Diseño e Imagen Institucional en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa (ex Bernardino Rivadavia), dependiente de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario. Algo de la experiencia estética de trabajar para instituciones oficiales se deja entrever en los detalles de esa biblioteca que para Marina era el mundo hasta que llega la otra "M" del libro. El modesto universo que habitan Marina y Manuel está construido por detalles; detalles que el coqueteo de la obra con el género policial ayuda a recargar de intriga y misterio.
Y que además, son reconocibles para el lector local: "Manuel mira algo en la pared. Me gustaría saber hacer nudos marineros, le dice al aire entre el cuadro y él. Me doy vuelta y miro. En una cajita de vidrio hay nueve nudos marineros enlazados en trozos de cuerda blanca", escribe Ballestero. La escena transcurre en un bar, durante la primera salida de los personajes. Aunque nada de esto importe demasiado para quienes entiendan la literatura como puros textos, ese bar (con la cajita de vidrio y los nueve nudos) existe. Y queda en Rosario, aunque no se la nombre en la novela, cuya lírica epifanía consiste en "Nosotros dos, los codos apoyados en la baranda, y el río como una única certeza: fluir hacia algo mayor, la inmensidad del mar. En ese cuadro cabe el sonido de la fugacidad: los automóviles veloces por la Avenida Belgrano. El sonido del peso de nuestros cuerpos en la grava hacia la Estación Fluvial. El sonido de las máquinas de un barco negro que pasa hacia el norte. El chapoteo de una canoa amarilla que pasa río abajo. El grito de un benteveo". Ballestero ha publicado, en poesía, los libros Elogio de la basura (Buenos Aires, 1998), Ley de gravedad (Rosario, 2001) y Modalidad de lo visible (Rosario, 2006).
Como narradora, recibió el Tercer Premio de Novela Juvenil de Ediciones Colihue (Buenos Aires, 1993), con Sombras y árboles, editado en 1998. En 2006 publicó, por la misma editorial, Signos de Bruno en la arena, una ficción basada en el caso real de Bruno Gentiletti (desaparecido en 1997 en el balneario La Florida a los 8 años de edad). En 2007, Ballestero ganó el Primer Premio en el Concurso municipal de narrativa Manuel Musto, con una novela: La devoradora. Como dramaturga, es autora de obras para teatro entre las que se cuentan: Hipotenusa, Hoy hablamos del silencio, La culpa es de Niní.
Decía el crítico literario Fredric Jameson, en su muy citado ensayo sobre el escritor estadounidense Raymond Chandler, que en sus novelas policiales "el elemento decorativo y vacío del asesinato cumple la función de dar a una materia esencialmente no argumental la ilusión del movimiento, la función de entregar esa materia a los arabescos formales gratificantes del enigma en proceso de revelación. Podría decirse que el contenido de estos libros llega a ser casi escénico (...) se puede considerar a Chandler un pintor de la vida en los Estados Unidos". A la "percepción de alfombras manchadas, escupideras llenas, puertas de vidrio que cierran mal" que en Chandler testifican "el raído anonimato" y el "triste desconsuelo de salas de espera y estaciones de ómnibus", se les puede comparar los sórdidos espacios donde viven y trabajan Marina y Manuel en Retrato de M.
Allí, el abandono de los lugares se indica mediante la agonía de las plantas en medio de la indiferencia: "Las hojas se fueron poniendo marrones en los bordes, después se fueron curvando y al final se cayeron"; "Las moras caídas se habían ido amontonando en el suelo sin que nadie las recogiera y se había ido formando una costra como de sangre coagulada". Y no son sólo los lugares los abandonados.
Aquí ningún detalle opera como mero ornamento: o bien es metáfora, o correlato, o trazo del pasado, o sirve de indicio del cadáver por hallar. O todo eso. Semejante economía de la alegoría, que no dilapida ningún significante y de todos hace portadores de sentido, puede tener algo que ver con la dinámica escénica del teatro; o del policial, donde el nudo que se aprende a hacer en la página 97 tiene que servir de algo más adelante. ¿Y cuál es este pasado que no pasa?
En gran medida se trata de la última dictadura, a la que se alude sin nombrarla, a través de uno de sus costados vergonzosos: el de los parientes de un desaparecido que niegan todo vínculo con él, por temor al pueblerino "qué dirán" tan propio de esta ciudad. El estilo del lenguaje de tales alusiones carga con resonancias bíblicas.
"En aquellos días, después de su desaparición, nadie se había atrevido a entrar en la casa por temor a las represalias y a los operativos (...) Aunque pasaron los años y ya no había nada que temer, los familiares no habían logrado borrar de la memoria el recuerdo del horror, del mismo modo en que yo no he podido apartar de mi cabeza, hasta hoy, la última imagen en casa de Manuel", se sincera Marina.
Al silencio cómplice que rige la conducta criminalmente cobarde de los cautelosos y oscuros personajes del libro, se le contrapone un rayo de luz: pese a la trágica ironía que les tuerce el destino (y a un final rosa muy poco creíble), ni ellos ni la autora dejan de creer en la salvación a través de los libros, el arte, la música y el amor.
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