CULTURA / ESPECTáCULOS › EL TESTAMENTO DEL PINTOR ALBERTO PEDROTTI
Legaba sus bienes -384 cuadros, joyas, dinero en efectivo y cuatro propiedades- "a la Dirección Municipal de Cultura de Rosario a quien la reemplace" con el objetivo de ampliar el Castagnino. El destino final del dinero resta investigar.
› Por Beatriz Vignoli
El tercer piso del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, más conocido como el MACRo de los silos Davis (Bulevar Oroño y el río) es el único cuyas luces no funcionan. Hay que encender a cada rato el teléfono celular y arrimarlo a cada uno de los cuadros, a modo de linterna, para que los trazos vayan apareciendo. En la penumbra, cuesta distinguir si se trata de dibujos o grabados hasta que un brillo inconfundible delata el grafito o su ausencia grita: ¡tinta!
Los trazos reconstruyen (más que representar simplemente) paisajes serranos y también paisajes urbanos. Hay una cierta ingenuidad (en lo que parecen ser los trabajos tempranos) en el tratamiento casi infantil de las casitas, que contrasta con las masas abstractas en que se convierten las serranías. Predominan el blanco, el gris y el negro, con toques de esos marrones colorados que tenían tan hermosos nombres entre los artistas de antes: sepia, sanguina. Estos prefiguran el color de un pastel a la tiza, de tema urbano.
En el centro de la sala, un autorretrato naturalista a lápiz no deja lugar a dudas: "Retrato mío. Alberto Pedrotti" dice la firma. Hay una fecha de la cual la penumbra sólo permite distinguir el año: 1945. Pasado ese centro, los trazos de a poco empiezan a convertirse en rectas: gruesas líneas oscuras semejantes al armazón de los vitrales. La composición es sólida. Los colores que encierran son ahora vibrantes y prístinos, incluso en esta película de Indiana Jones en que se ha convertido la nueva visita de la cronista a esta muestra. La muestra es Construcción de un museo, con curaduría de Claudia del Río, Santiago Villanueva, Federico Baeza y Leandro Tartaglia. (Puede verse hasta mediados de abril en los primeros seis pisos del MACRo. Hay más información en la edición de Rosario/12 del domingo 1 de febrero).
Investigador de su obra y curador de una exposición retrospectiva homenaje en el Museo Castagnino en 2008, el profesor de semiótica Edgardo Donoso (UNR) repitió en aquella ocasión un relato que le contaron. Una noche, estando de visita un amigo en la casa taller de Alberto Pedrotti (por calle Jujuy, entre Corrientes y Paraguay), se apagó de pronto la luz. Y el pintor comentó, como si nada: "Debe ser mi madre, que a esta hora anda por la casa y apaga las luces". Un detalle: la madre del artista había fallecido hacía años.
Según una biografía por Arnoldo Gualino que la página web del Museo reproduce modificada sin citar la fuente, Pedrotti inició su carrera como pintor en Córdoba, luego de visitar el taller de Fernando Fader. Ambos se habían radicado en las sierras por problemas de salud. Pedrotti tenía 22 años y había dejado trunca la carrera de Medicina. En 1928, envió obra al X Salón de Otoño de Rosario y viajó a Europa para estudiar arte. A su regreso, su pintura "incorpora el lenguaje del cubismo", apunta Gualino, quien señala además las influencias de Cézanne y del expresionismo. La influencia del último Cézanne es evidente en la deconstrucción del paisaje. Algunas figuras humanas que presenta la muestra son retratos naturalistas de un período temprano; las más tardías sí, evocan la síntesis expresionista. Por ejemplo, una pareja abrazada en medio de un paisaje desolado: "El beso. Boceto para un cuadro", alcanza a leerse, escrito en cursiva sobre el papel.
Donoso aseguraba haber recibido una caja con las cartas de amor que Pedrotti le escribía a su novia, Judith Agle. La pareja no llegó a casarse ni a tener hijos; esto último fue a causa de una histerectomía de ella, dijo el docente. Por lo demás, Pedrotti era respetado por sus colegas al punto de haber sido invitado a integrar el grupo Litoral en los años 50, como apunta Donoso en una reseña. También obtuvo importantes premios. En su biblioteca se encontró un ejemplar de Las plantas mágicas, de Paracelso. Esta biografía de frustraciones, logros y sospechas de ocultismo cautivó a investigadores y críticos locales.
Nacido en 1899, Pedrotti falleció el 5 de mayo de 1980, no sin antes dejar en manos de sus tres albaceas (el pintor Pedro Giacaglia, integrante del grupo Litoral; Héctor Moldes, y la Fundación del Museo Castagnino) su testamento, fechado el 15 de noviembre de 1979, donde legaba el total de sus bienes "a la Dirección Municipal de Cultura de Rosario de Santa Fe o a quien la reemplace". La denuncia de bienes incluía 384 cuadros, joyas (entre ellas, la medalla del Premio Laura Díaz del Salón Nacional de Artes Plásticas 1954), $83.338.470 en efectivo repartidos en tres depósitos, más 1.150 dólares y cuatro propiedades: la mencionada casa taller, otra en 3 de Febrero esquina Mitre, una esquina en Jujuy y Paraguay (con salida a ambas calles y un local) y un departamento en calle Urquiza entre Rodríguez y Callao.
"Con la venta producida de los inmuebles, más el capital si hubiere, se ampliará el Museo Castagnino, construyendo una o más salas anexas, en planta baja, en el contrafrente del edificio, para exhibición permanente de obras mías", dejó escrito, aclarando en el artículo 3: "Se construirán tantos metros cuadrados en la ampliación del Museo como puedan financiarse con el producto de la venta de mis propiedades y algunas telas de mi taller. Una de las salas se destinará permanentemente a la exhibición de obras mías".
"La obra ingresó en 1988 y nunca se mostró", contó Donoso en 2008. El Museo techó un patio, le puso una placa con el nombre de Pedrotti y prometió un libro que aún no existe, pero sí instaló oralmente la leyenda urbana de que el fantasma del pintor merodea por sus salas. Una versión para chicos de aquel relato se teatralizó en el Museo Castagnino una noche, a fines de agosto de 2008, en el evento Rosario Mágica. Sobre las propiedades y el dinero no hay certezas.
Parte del testamento de Pedrotti se reproduce, escrito a mano y en lápiz sobre la pared, en Construcción de un museo. Visible en una visita anterior, el sensible gesto es obra del equipo curatorial que integran del Río, Villanueva y otros. Claudia del Río destacó la amabilísima disposición del personal del MACRo. ¿Será justicia?
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