Lun 21.08.2006
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › LA VIDA QUE SUEñO, UN LAZO ENTRE AMOR Y FICCIóN

Un juego de sentimientos

Una dolorosa y trágica historia de amor nace desde la lectura
compartida de un guión en el espacio de un set. La película
indaga sobre la sutil línea que divide el cine de la realidad.

› Por Emilio Bellón

La vida que sueño, Italia, 2004.

Dirección: Giuseppe Piccioni

Intérpretes:Luigi Lo Cascio, Sandra Ceccarelli, Galatea Renzi, Fabio Camilli, Ninni Bruschetta.

Salas de estreno: Monumental, Del Patio, Showcase y Village.

Calificación: 8.

Una aspirante a actriz, en un film de época, frente a cámara. Voces de campo le van preguntando, respuestas modeladas desde un cierto tono espontáneo, intuitivo. Ella se llama Laura Conti y su compañero, que parece un tanto más joven que ella, es Stefano y tiene ya algunos roles en su carpeta de actuación. A diferencia de ella, su manera de componer raya en lo riguroso, en lo marcadamente obsesivo.

Desde este primer momento, el cine le abre espacio al cine, pero no ya desde un recorrido por los distintos oficios, desocultando su compleja organización y anatomía, sino desde los vaivenes emocionales que esta pareja, que en la ficción comenzarán a protagonizar una historia a la manera de Tolstoi y Dumas, comienza a sentir, cada uno a su manera, tal como en cierta manera, lo experimentaban aquellos actores, Jeremy Irons y Meryl Streep, al dar vida a los tormentosos personajes de un melodrama del siglo XIX en La amante del teniente francés de Karel Reisz, estrenada ya hace más de dos décadas.

Pero en La vida que sueño (título que se distancia levemente del original La vida que quisiera, con ese tono de puntos suspensivos), lo que pasa a primer plano es una suerte de contrapunto entre dos modos de ser, entre dos modos de entender el amor. Tras haber actuado ambos en el film del mismo realizador Luce dei miei occhi (se suele exhibir a menudo por R.A.I. internacional) ahora, ambos, ensayan su propio guión sobre la misma dificultad de amar, sobre, igualmente, la necesidad de saberse amados.

Una dolorosa y trágica historia de amor es la que Laura y Stefano comenzaran a construir desde la lectura compartida de un guión que los ubica en el espacio de una captura amorosa. En ese mirarse a los ojos de ese momento, en esa manera de recorrer con la mente cada uno el propio perfil de su interlocutor, se puede cifrar lo que Roland Barthes, en su Fragmento de un discurso amoroso define como rapto: "El flechazo es una hipnosis; soy fascinado, por una imagen: primero sacudido, electrizado, mudado, trastornado..."

Es en el set, frente a cámara, donde ellos, ya interpretando a estos amantes desdichados del siglo de los románticos, pueden vivir su propia historia de amor, hasta el arrojo. Es allí, detrás de las cámaras, donde se sigue de cerca la letra de un guión que, ellos, intencionalmente van variando. En este forcejeo entre la letra escrita de antemano y lo que el corazón manda, Laura y Stefano serán sorprendidos en sus sentimientos más íntimos, en traje de época.

Melodrama de notas contenidas, tal como lo expresa el "Adagio" de Barber, La vida que sueño pone en movimiento un juego de sentimientos contrarios que se expresan en continuos interrogantes sobre el amor y el odio, sobre el miedo y el encantamiento, sobre el hechizo y la entrega, sobre los propios celos; sobre esa misma biografía que, en tal caso, Stefano, irá construyendo sobre su compañera de actuación, sobre la mujer que ama en la ficción, sobre ese enigmático rostro de esa mujer que se llama Laura. Y allí entonces, escuchamos el tema original del film homónimo de Mercer y Raskin.

Con una manifiesta puesta en escena, que nos recuerda por momentos a La Traviata de Giuseppe Verdi y a La Dama de las Camelias de George Cukor, con una luz que se recorre desde el aliento trágico de Anna Karenina, el film del director de la entrañable Fuera del mundo, construye un relato sobre la figura del actor y sus personajes. Y en relación con esto, su intérprete principal, Luigi Lo Cascio, a quien ya hemos visto en Los cien pasos y El día más bello de nuestras vidas, expresa: "Es mucho más sencillo actuar que dar cuenta del oficio del actor. Es como solicitarle a un cirujano que revele sus pensamientos mientras está operando a corazón abierto".

La línea sutil que se da entre el mundo de la ficción fílmica y el que se abre fuera del set encuentra en La vida que sueño un lugar de pasaje que se identifica desde un amenaza, la que violenta esa misma pregunta que se hacía Francois Truffaut en La noche americana, respecto de si los actores cuando besaban en el set de filmación se emocionaban verdaderamente. O en tal caso, si lo que siente es sólo en ese momento, o si fingen lo que sienten. O bien si es que entre ellos se establece un rapto amoroso, ¿quiénes serán luego de que el rodaje termine?

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