CULTURA / ESPECTáCULOS › EL LIBRO DE RAMóN AYALA
› Por Beatriz Vignoli
Una casa asombrada, en Misiones, es una casa llena de sombras, es decir: duendes, ánimas, misteriosas presencias que la habitan, manifestándose a sus huéspedes humanos con ruidos y "lucerío".
El reconocido compositor, músico, cantor y artista plástico Ramón Ayala (foto) eligió esta imagen como centro del libro de memorias y dibujos que presenta hoy en Distrito 7 (Ovidio Lagos 790), Rosario. Editado este año por el sello rosarino Editorial Serapis, Confesiones a partir de una casa embrujada será presentado a las 19 por sus editores, José Luis Torres, y el autor, quien luego, a partir de las 21, dará un recital con músicos invitados, repasando sus éxitos.
El mensú y El cosechero son sólo dos de las canciones cuya historia Ayala cuenta en breves relatos amables, como si se tratara de ir recordando su propia vida y obra en una charla mano a mano. Pero la obra, en estas estampas literarias memoriosas, no es sino parte de una vida novelesca que tuvo su niñez en una casona de Posadas donde se decía que había un tesoro enterrado y espíritus que avisaban de su existencia. La forma en que Ayala lo cuenta no deja dudas de que así fue: siguiendo el hilo de su voz, firme y tranquilo como los caminos de tierra colorada que surcan el verde en su amado terruño natal, el lector se adentrará en un mundo mágico, que une historia y leyenda.
Un duende de la selva misionera sigue a este hijo de la frontera con Brasil y Paraguay en sus viajes por Africa y Europa, a bordo de la alfombra voladora de su música. El desarraigo en Buenos Aires, la invención del ritmo del gualambao para representar su provincia, los regresos a Misiones, el viaje a Cuba donde conoció al Che en 1962: todo es materia de sueño, magia, asombro, poesía, memoria y reflexión.
"La guitarra fue, entonces, la alfombra mágica", cuenta. "Ella me permitió conocer la Argentina, desde Catamarca hasta la lejana Tierra del Fuego, junto a la voz y la persona de Margarita Palacio". Historiador de sano escepticismo pero a la vez generoso, evoca a poetas y a músicos protagonistas del folklore, como Samuel Aguayo, quien dio o decía haber dado su nombre al género del chamamé. O (en una página donde oscuras sombras se dejan intuir bajo un manto piadoso de lealtad y discreción) a Heraclio Rodríguez, luego Horacio Guarany.
"Emergían canciones dolorosas y revolucionarias del corazón de los hombres", escribe recordando a los exiliados paraguayos en el Dock Sud. Y también, sobre la composición de "El mensú": "el conocimiento, el oficio, es tan importante como la inspiración para llevar a cabo la obra verdadera". En pasajes que recuerdan a las cartas de Van Gogh, Ayala cuenta cómo su mirada de pintor sobre Misiones se plasmó en El Cosechero (que, uno se da cuenta ahora, educó a sus oyentes en un modo pictórico de ver el paisaje misionero): "El verde y el rojo establecían un diálogo permanente exaltando los grises... Este drama del rojo y el verde ingresó como una constante en la trama de la canción".
Es necesario en Argentina, hoy más que nunca, no solamente un libro como este, sino la posibilidad que abre del encuentro en vivo con un creador de arte popular que supo conservar vivo ese fuego en medio de adversidades. Ramón Ayala nunca estuvo solo: su voz es una de esas que, a través del talento y de un sólido oficio artístico, dan elevada forma a la cultura creada colectivamente por la comunidad.
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