CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. VERGüENZA Y RESPETO, DOCUMENTAL DE TOMáS LIPGOT EN CINE EL CAIRO.
Con un registro de vocación plural, la película retrata la vida de una familia gitana del conurbano bonaerense. Para eso, se adentra en la tradición de una cultura que persiste. El cineasta y la cámara, se hacen invisibles en el registro.
› Por Leandro Arteaga
Vergüenza y respeto clama varias veces la película de Tomás Lipgot. Quienes enuncian y apropian estos valores, como modo de convivir y trascender el tiempo, son los Campos, una familia gitana que habita la zona de San Miguel, en Buenos Aires. Dos palabras que son eje de una articulación familiar y cultural, en la que la cámara del realizador se adentra. El resultado es íntimo, festivo.
El propio Lipgot ha expresado su curiosidad siempre latente por la comunidad gitana, finalmente consecuente con el rodaje de su film anterior: El árbol de la muralla, dedicado a la vida de Jack Fuchs, sobreviviente de Auschwitz. La elección de la temática gitana, como germen contenido en una película dedicada a la memoria del Holocausto -entre cuyas víctimas destacan los gitanos-, permite enhebrar la reflexión realizada por la filósofa Hannah Arendt, quien entendía la ausencia de límites geográficos del pueblo judío como motivo de alarma nazi.
Ahora bien, debiera también practicarse un recorrido sobre el estereotipo gitano que el cine argentino ha construido. En ese listado no faltaría el corto animado Upa en apuros (1942), primera incursión en pantalla grande del indio Patoruzú, acá dedicado al rescate de su hermano, raptado por Juaniyo, el gitano "ladrón de niños". En la lista, tampoco estarían ausentes los simplismos de Gitano (1970), con Sandro, y la tira televisiva Soy gitano (2003-04), con Osvaldo Laport. Es decir, el cine tiene mucho que decir al respecto.
En este sentido, las pocas imágenes documentales que Vergüenza y respeto exhibe son de un interés mayúsculo, al revivir tiempos pasados para hacerlos comulgar con los protagonistas de Lipgot. De esta manera, el realizador teje una memoria histórica que se debate cinematográficamente al interrogar al ojo que mira: sea tanto el que está detrás de la cámara como el que se sitúa frente a la pantalla.
El acento mayor, que es decisión estética y mirada ideológica asumida, lo marca el inicio, con fragmentos de un video amateur y gitano sobre el rito de consumación de la pareja. Con efectos digitales chillones, pero desde un punto de vista que es inmanente a la cultura retratada, la película dentro de la película señala de modo suficiente. Por un lado, porque lleva al planteo referido más arriba: ¿en manos de quiénes descansan las cámaras que han retratado al pueblo gitano? Por el otro, porque hace pública una costumbre que es parte de una sociedad variada, plural, que las más de las veces ignora lo que allí se contempla.
Esta es apenas la punta de ovillo de una película que retrata aspectos de esta familia descendiente de la tribu Caló, proveniente de España, con el flamenco en venas y cuerdas vocales y bailes. En el recorrido habrá situaciones para la sorpresa, la curiosidad, y el inevitable choque con quien quiera mirar. Porque los Campos entienden que la sociedad son ellos y los payos (los no-gitanos). En este ir y venir establecen su vida y procuran conservar sus costumbres. Se nota que no es tarea fácil. El más intransigente es el abuelo, su hijo lo entiende pero sabe que es mucho lo que ha cambiado, si bien los dos coinciden en que pocas cosas han quedado de la tradición. El pañuelo, queda el pañuelo. Y la vergüenza y el respeto por la mujer.
Acá no faltarán pareceres encontrados con el espectador. Porque mientras se dice que los gitanos eran un patriarcado que ya no es, las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio así como ser ignoradas si es que se apartan de las costumbres. En todo caso, no es un dedo que juzgue el interés propuesto por el documental de Lipgot, sino su inmersión en una cosmovisión en ejercicio, donde la cámara se confunde de maneras diferentes.
Este confundirse en lo cotidiano-extraño se revela como consecuencia de una intimidad que le ha abierto sus puertas al realizador. Se intuye, por eso, un trabajo previo fundamental, donde Lipgot debe haber ganado simpatías con un núcleo que se revela drástico, con una demarcación clara entre ellos y los payos. Desde la elección de los recursos narrativos, Vergüenza y respeto apela a invisibilizar la presencia del cineasta, hasta tal punto que hay momentos donde es la cámara misma la que parece no estar ante los protagonistas.
En este devenir, el film se vale de muy pocas entrevistas, mientras acompaña vivencias, discusiones, festejos, comidas, música. Las voces se suman desde las distintas generaciones; por eso, uno de los mejores momentos está en la transmisión oral de palabras y expresiones que abuelo y padre hacen al más pequeño. Casi como un juego, también como una responsabilidad heredada, con el fin de ser legada.
Lo que aparece también, casi como si se tratara de un guión escrito previamente, son los personajes llamativos, bufonescos. Es el caso del tío "loco", el que trabaja como guardia de seguridad en un juzgado, con la sonrisa sin dientes predispuesta, mientras bebe, baila, bromea y deja su pistola a resguardo. O el músico que sobresalió, tuvo momentos de escenario, pero después algo pasó. Son muchas las historias que apenas se dicen, que significan a la manera de paréntesis de lo mucho más que toda persona siempre es.
Entre las facetas diferentes, que recorren memoria y tradición, los niños aparecen como el resguardo mayor, con sus lugares sociales previamente aceptados. El hombre es el que puede y debe salir, ir al contacto con los payos y dado el caso, también tener sus experiencias con otras mujeres. Pero no debe pasarse de la raya, tiene que volver. Mientras que la mujer es el centro del hogar, la que se queda, la que sostiene el entramado que sobre ella se despliega.
Podrían hacerse muchas objeciones al comportamiento social gitano, pero lo inmediato que el film de Lipgot parece ensayar es una luminosidad devuelta sobre los pareceres personales y sociales de toda persona. En Vergüenza y respeto no se practica el prejuicio, sino su reverso, como una de las maneras más nobles de pensar y practicar la convivencia. También de hacer cine.
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