CULTURA / ESPECTáCULOS › LA DéCADA INFAME EN UN LIBRO Y UN DOCUMENTAL CON MIRADA ROSARINA
La reedición ampliada multimedia del libro desaparecido de Aldo Oliva, El fusilamiento de Penina, con que el año pasado se reinauguró la Editorial Biblioteca Vigil, analiza un pasado de triste actualidad. Recorrido sobre este valioso rescate
› Por Beatriz Vignoli
"¡Pueblo! Es inútil que te digamos que la mezquina libertad que gozabas, la acabas de perder". Esto no lo tuiteó ayer un argentino. Un albañil español radicado en Rosario lo estampó de su puño y letra en un manifiesto, se supone que de su autoría, donde alentaba a sus compañeros a luchar contra "la dictadura" esgrimiendo "la única arma a recurrir", que según él era "la Huelga General". El volante fue incautado en el allanamiento policial a su domicilio de Salta 1581, Rosario. Obviamente, no llegó a sus previstos destinatarios. Quien así intentaba instar a sus compañeros a ejercer su legítimo derecho de huelga, fue detenido antes. "El causante manifiesta profesar el anarquismo y lo propaga por medio de la oratoria panfletos y libros", es lo único escrito bajo "Motivo del prontuario y otros antecedentes".
Algunos de aquellos libros, según el testimonio de la obrera y militante Justina Flores publicado en el diario Democracia, eran "obras de Zola, Panai Istrati, Eliseo Reclus, V. Hugo, (Anatole) France, Almafuerte, Cervantes, Ingenieros, Dante Alighieri, Guerra Junqueiro, P. Kropotkin, Alberti, Diderot, Voltaire, Upton Sinclair. Hans Riner, Dostoiewsky, Andreieff, Platón, Flammarion, Goethe, etc."
"Convencido de que la emancipación económica y política de los trabajadores solo será posible con la adquisición, por parte de los mismos, de una cada vez mayor cultura, diose a difundir entre el pueblo, las obras más selectas de la literatura universal. Para la consecución de tal propósito, tomó los escasos ahorros que había logrado reunir y adquirió libros, folletos y periódicos", escribe Flores. "Era la 'biblioteca' de los obreros", resume un subtítulo.
Penina
Su nombre era Joaquín Penina. Había nacido en abril de 1905. Tenía 25 años cuando la dictadura de Uriburu (instaurada de facto por el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, que decretó el estado de sitio y la ley marcial) lo convirtió en el primer desaparecido.
Desde su detención, en su casa, a las 11 de la mañana del 9 de septiembre de 1930, no se supo su paradero (ni el de sus libros, presuntamente quemados); ni siquiera si estaba vivo o muerto. Pero en 1932 una investigación del editor del diario Democracia reveló que era el único de los tres "hombres de ideas avanzadas" anónimos que realmente había sido fusilado la noche del 9 (en otro diario se habló de tres fusilados, sin dar nombres; sí se detuvo a tres, pero los otros dos, Pablo Porta y Victorio Constantini, siguieron con vida).
"Sólo sé que, en el momento de la ejecución, la presenciaron unas diez personas. El trayecto a través de las calles de Rosario fue el siguiente: Moreno, Santa Fe, Dorrego, hasta Ayolas; San Martín, Avenida Arijón y, atravesando el puente sobre el arroyo Saladillo, el camino de tierra que conduce hacia el sureste de Pueblo Nuevo", confesó al Diario Democracia el subteniente Jorge Rodríguez. En su turno como oficial de guardia de la Jefatura de Policía de Rosario, fue él quien dirigió el pelotón e hizo cumplir la orden. "Unos 350 metros después del puente, y a la izquierda del camino" tuvo lugar el emblemático crimen del terror estatal. "Serían las once de la noche. Entre él y nosotros habría unos nueve metros. De un lado, el valor y la muerte. Del mío, la repugnancia y la vergüenza...", admite el oficial Rodríguez, quien no habrá olvidado jamás "el aspecto triste y desolado de las quebradas de ese lugar, el mirar temeroso e interrogante de los soldados, y el pensar que tendría que apagar una vida en una noche que era más hecha para soñar que para morir", como él mismo testimoniaba.
¿Quiénes dieron la orden a Rodríguez? ¿Cómo quedaron impunes?
Estas preguntas son las que trató de responder, más de cuarenta años después, el poeta rosarino Aldo Oliva, cuando lo llamaron desde otra "biblioteca de los obreros", también en la zona sur de la ciudad.
Rubén Naranjo, director de la Editorial Biblioteca Vigil, creada por el "bibliotecario mayor" Raúl Frutos, recordó en una entrevista con Antonio Oliva que él y Rafael Ielpi, director de la entonces nueva colección Testimonios, convocaron a su padre y le dieron a elegir un tema de una lista. Estos nuevos "hombres de ideas avanzadas" no lo sabían, pero por esa misma época investigaba paralelamente el caso Penina un colaborador de la revista Todo es Historia: Fernando Quesada, miembro de la Federación Libertaria Argentina. Oliva, por su parte, militaba en el Malena, Movimiento de Liberación Nacional, de la Nueva Izquierda. Los dos libros salieron de imprenta a mediados de los 70. De Joaquín Penina, el primer fusilado (1974), por Fernando Quesada, todavía quedará algún ejemplar en la Biblioteca Anarquista; El fusilamiento de Penina, de Aldo Oliva, fue un libro desaparecido. De sus cinco mil copias, 4898 fueron parte de las decenas de miles de libros que estaban guardados en el depósito de la Biblioteca cuando otra dictadura, en 1977, la intervino y los secuestró; de testimonios de "colimbas" se desprende que los incineró. El autor destruyó el original. Emigró a España en 1982, de donde regresó al país en 1984.
Reconstrucción
Un ejemplar del libro, sin embargo, apareció en 2003, casi 30 años más tarde, "sin la tapa y con los datos de edición arrancados de la portada" (recordó en 2015 Roberto Frutos, hijo de Raúl) cuando los integrantes de la reconstituida Comisión Directiva de la Biblioteca Vigil se pusieron a buscar lo que cada uno pudiera tener en su casa.
Para entonces Aldo había fallecido, en el 2000, con una obra poética admirable editada en el país; le seguiría Rubén Naranjo en 2005, sin llegar a ver el libro editado. Este se publicó en Barcelona (España) en 2006, por el sello Viejo Topo. En Argentina lo publicaría primero la editorial De Puño y Letra en 2012, y finalmente lo sacó la recuperada Editorial Biblioteca Vigil, como su primer título de la nueva época, en una reedición ampliada multimedia, a mediados de 2015.
El numen de esta recuperación del libro de su padre fue Antonio Oliva, historiador, convocado por la nueva Comisión Directiva de la Vigil ni bien la obra apareció; escena que reconstruye con sus mismos protagonistas el documentalista Diego Fidalgo en su película Hombres de ideas avanzadas, rodada en 2009, estrenada en 2011 e incluida en la reedición ampliada del libro en 2015 por su editorial original.
Publicada con una licencia Creative Commons, esta reedición (de donde fueron extraídos todos los textos citados en esta nota, menos el de 2015) es un lujo. Al excelente trabajo de Oliva padre, se suman: el prólogo que coescribieron Roberto Frutos y Antonio Oliva para la edición de 2006; la citada entrevista a Naranjo, por Antonio; una entrevista de 2012 por Patricio Bordes donde Fidalgo cuenta cómo realizó el documental, y reproducciones facsimilares de documentación de archivos policiales provinciales que se creía destruida pero a la cual (por uno de esos azares propios de las pesquisas consecuentes) accedió Fidalgo cuando investigaba para su documental, que cobró en 2008 un subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.
El libro de Oliva, siguiendo el plan de edición de la colección Testimonios, se estructura en una breve pero concienzudísima reflexión política, más una serie de 30 testimonios que se leen como una novela.
"La historia de la 'década infame' (la de 1930) ilustrará hasta el hartazgo el escarnio que la justicia se hace a sí misma cuando opera, objetivamente, como justicia de clase", escribe Oliva, quien califica a este fusilamiento como "uno de los más puros asesinatos clasistas que recuerda el país". Al respecto cita el inconstitucional Bando de la Junta Provisoria de Gobierno del 6 de septiembre de 1930: "Todo individuo que sea sorprendido en infraganti delito (sic), contra la seguridad y los bienes de sus habitantes, o que atente contra los servicios y seguridad públicas, será pasado por las armas sin forma alguna de proceso". Las condiciones de (supuesta) "necesidad" de la represión crecen, según Oliva, en el cruce entre "el proceso de expansión del capitalismo de base agropecuaria y la consiguiente inversión imperialista financiera en infraestructura y servicios" y "la lucha de clases". Analiza Oliva el rol de una burguesía que adjudicó la amenaza extranjera "no a su agente real, el imperialismo, sino a los sectores combativos de las clases productoras" y el de "la clase media profesional rosarina, incrustada... en los entes de poder".
Estas contradicciones se renuevan una vez más en un conflicto de dominio público que agobia actualmente a la institución recuperada, amenazando acaso con ocultar otra vez este libro genial y maldito, libro maldito por lo genial; es de imprescindible lectura el brillante análisis que hace Oliva del anarquismo en el contexto de una época que hasta el año pasado parecía lejana, y que hoy cobra triste actualidad.
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