Mar 23.02.2016
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CULTURA / ESPECTáCULOS › MUSICA. ROSARIO: 50 AñOS DE ROCK EN CASTELLANO Y SU PASO POR EL ANFITEATRO

Las bases del movimiento

Con una masiva convocatoria en los conciertos realizados el sábado y domingo por la noche, la propuesta dejó en claro el potencial de aceptación de la música creada en la ciudad. Y permitió, además, el celebrado regreso de Punto G.

› Por Edgardo Pérez Castillo

Aun cuando uno de sus objetivos de fondo fue el de tributar medio siglo de riquísima producción musical en Rosario, el ciclo "Rosario: 50 años de rock en castellano" tuvo además un fin un tanto más pragmático: convocar al público masivamente, ya no sólo para reencontrarlo con aquel pasado fundacional, sino para enfrentarlo además a obras contemporáneas que brillan con reconocimiento de pares y crítica, pero que no suelen verse respaldadas por los espectadores. Un fenómeno que no es nuevo, claro, pero que en su reiteración termina de desentrañar aquella máxima que aún hoy repiten los artistas golondrina con anticuada demagogia: porque aquella valoración del rosarino como público exigente parecería estar anclada menos a su grado de conocimiento artístico que a su pereza para llenar salas.

De ese modo, el plan pergeñado por Marcelo "Zorzi" Zorzolo junto a su potente banda Los 14 (Agustín Mattaruco, Julián Acuña y Juanjo Delménico en guitarras, Javier Actis y Nahuel Antuña en bajos, Tuco Mijoevich y Pano Mariani en baterías, Jubany y Víctor Parma en teclados, noneto que en cada función se alternó para actuar como grupo de respaldo de buena parte de los invitados) cumplió con uno de sus objetivos centrales, haciendo de la espectacularidad de la propuesta un buen anzuelo para captar al público local, que asistió masivamente a ambos shows.

Y es entonces cuando el análisis debe necesariamente detenerse en otro eje central del proyecto: el repaso por una historia musical que, con el rock como etiqueta más aglutinante que descriptiva, está atravesada por altos estándares de calidad poética y compositiva. Un corpus colectivo que no puede describirse con pocos rótulos sino que, vaya paradoja, tiene a la heterogeneidad como cualidad homogeneizante.

Desde su condición de síntesis de los cuatro shows realizados entre junio y septiembre en Plataforma Lavardén, los conciertos en el Anfiteatro tenían por delante el desafío de condensar una recorrida de medio siglo por bandas, autores e intérpretes de la ciudad. Y más allá de las observaciones que cada escucha podría aportar (porque, al fin y al cabo, ningún recorte temporal o estético logrará jamás conformar unánimemente), fue un justo tributo a nombres fundamentales de la música rosarina y, en paralelo, un firme muestrario de lo que se hoy se produce.

Tomando como piedra basal a Los gatos salvajes, la apertura del sábado llegó con "La respuesta" y "Necesito saber", interpretadas por Tiago Galíndez y Caburoblus, respectivamente. Tres horas después, Los 14 interpretaban con staff completo una demoledora versión de "Ciudad de pobres corazones": el cierre de la noche, con Zorzi en voz, se concretaba con una de las joyas de Fito Páez, la sexta de su autoría entre las casi treinta que sonaron en la primera jornada. Una noche que tuvo su momento más emotivo con la reaparición de Punto G: Coki Debernardi, Carlos Verdichio, Juan Albertengo y Rubén Carrera (más Ricardo Vilaseca como invitado) interpretaron tres obras propias y, con un saxo ubicado en el centro de la escena, homenajearon al recordado Tato "Garabato" Fernández. Sin promesas ni estridencias, el cuarteto dejó la escena con una inequívoca sensación flotando en el Anfi: la historia de Punto G fue rememorada con el brillo suficiente como para alimentar las expectativas de un nuevo regreso.

Entre lo mucho ocurrido antes de esa celebrada presencia resaltaron la elocuente interpretación de Jubany sobre "Los payasos no saben reír" de Los gatos, el siempre sólido Julián Venegas con "Un loco en la calesita", la inquietante Mi nave con su tema "Remera de Dios", Miguel Franchi con "Mi genio loco" (y demostrando, casaca canaya mediante, que el rock es, también, provocación) y el cruce de Vudú y Fluido para intercambiarse "El vuelo" y "Pista o señal".

El domingo el equilibrio entre historia y presente inclinó la balanza hacia los últimos años. La apertura volvió a tributar a Nebbia, cuando Mercedes Borrell interpretó "La balsa" en una velada que sumó presencia femenina. Sandra Corizzo (con "Canción del pinar" de Fander), Evelina Sanzo (con su magnífico tango "530") y Eugenia Craviotto Carafa (que junto a sus Mamita Peyote le dieron aires ska al funk bailable "McNamara, de Los Shocklenders) se lucieron en una jornada que incluyó a corrientes más extremas: el punk encontró representación en Merkado nocturno, mientras que el hardcore estalló con los históricos Intense mosh y con la sorprendente y joven Discarne. Tras la celebrada aparición de Los Vándalos, Pabliko de Purple House emuló el cierre del sábado con "Ciudad de locos corazones", reversión en clave de hip hop que completó un total de seis horas de música y casi sesenta canciones repartidas en dos noches celebratorias.

Lo suficientemente extensa como para generar la injusticia de la omisión, la lista de artistas funcionó como generoso panorama de la riquísima historia musical rosarina. Amparados en la buena repercusión lograda, sacando provecho de la evidente empatía generada entre el centenar de músicos participantes, estos artistas deberán ahora reconcentrarse en su desafío de reavivar una escena rockera abundante en producción, escueta en escenarios y débil en convocatoria. Para ello, y tomando como antecedentes a estas propuestas gratuitas y convocantes, deberán contar necesariamente con el respaldo de un Estado que no puede acotar su apoyo a ecuaciones meramente económicas, sino aportando además ingenio y logísticas que permitan construir un movimiento musical que, sin público activo, se transformaría en una escena de laboratorio. Situación que arroja resultados asombrosos, es cierto, pero que por sí solos no lograrán darle consistencia tangible a aquel viejo lema que buscó posicionar a Rosario como cuna de artistas.

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