Mié 10.08.2016
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. AGUA DE ALJIBE, DE ARIANA DANIELE.

Prosa que es palabra en acto

El sello local Reloj de Arena publicó la exitosa obra teatral de la joven docente, poeta y dramaturga rufinense. La cuidada edición amplía las posibilidades de acercamiento al texto, en un lanzamiento que representa una excelente noticia.

› Por Beatriz Vignoli

La prosa poética de Ariana Daniele es palabra en acto: "palabra cuerpo", como le gusta decir a esta docente, poeta y dramaturga nacida en Rufino en 1990. Su exitosa obra teatral Agua de Aljibe, que escribió entre enero y marzo de 2015 y que puso en escena en Rosario el año pasado, contiene repliegues de este discurso poético tan sutil como potente, disimulados bajo el ropaje de indicaciones a las actrices de la puesta. "Son didascalias a mi modo", comentó Rosario/12. Para quienes escucharon fluir esas aguas de lenguaje en las voces de Mirna Pecoraro (Clelia), Aimé Fehleisen (Rina) y la autora en el papel de una elusiva viajera epistolar llamada Grecia, es una excelente noticia que Agua de Aljibe haya cobrado forma de libro.

La cuidada edición por el sello local Reloj de Arena se presentará mañana a las 20, en el bar Oui (Mendoza y Sarmiento), acompañada de un video mudo de la puesta en escena de la obra. Además del prólogo de Osvaldo Aguirre, las reseñas (hasta ahora, inéditas) de Diego Leiser y Federico Rodríguez y el fragmento de una reseña publicada por Marcos Ramos, el libro incluye la copia facsimilar de la "Carta a un desconocido" que Daniele escribió, firmó y distribuyó a cientos de buzones de distintos barrios de Rosario mientras la obra estaba en cartel. También se incluye el CD con las composiciones musicales de Andrés Innamorato para la puesta, que acompañan muy bien el discretamente encantador coqueteo del texto con lo sublime.

Hay muchos pliegues y rincones secretos en lo íntimo de esta pieza cuyo cuerpo, como dice su autora, es la palabra: el libro en francés (Soledad en París) que Clelia lee, o la caja con antiguas postales que ella mira y el público no ve (aunque sí ve la mirada); las cartas que las tres actrices ("en personaje") escriben y rompen, escriben y rompen, entre bambalinas; y algo que puede inferirse del texto: la sospecha de que las tres mujeres son una sola y única.

La consistencia es la del discurso femenino, la de una escritura que insiste sin cesar en los bordes de un vacío y de una ausencia ("nunca me miraron", confiesa uno de los personajes) que son tan angustiantes como constitutivos. Al igual que en la locura de aquel hombre que creía ser la mujer de Dios, o que en el triángulo de la enunciación según Benveniste o que en la iconología de ciertas imágenes religiosas de raigambre mística (la Anunciación, la Trinidad), en esta escena o bien hay una sola (una que alucina a otro, una que se desdobla en un espejo narcisista) o bien habría tres: ella, el otro, el código. Misterio de fe del enigma femenino, esta mujer es una y tres: Clelia, "que habita un mundo de palabras"; Rina, su doble en el espejo y la paradójica interlocutora de su soliloquio; y Grecia, la que se va de viaje, la que se salva, la que puede escapar y la que desde afuera de aquel duelo imaginario mortífero les escribe cartas.

Las cartas llegan como grabaciones en un contestador telefónico. Grecia las despacha con una voz sin cuerpo visible pero parece haber abandonado a sus destinatarias. Las didascalias que la edición introduce respecto de la puesta suman una cuarta voz autoral a este imposible diálogo de una mujer consigo misma que transcurre en un universo cuántico, donde las dos posibilidades son probables al mismo tiempo: haberse quedado (presa en el espejo) y haber salido libre.

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