CULTURA / ESPECTáCULOS › LA "ANTIMONUMENTALIZACIÓN" DEL ARTISTA POLACO HORST HOHEISEL
El arquitecto y artista plástico reside actualmente en Alemania y llegó a esta ciudad invitado por el Museo de la Memoria
› Por Fernanda González Cortiñas
"Después del Holocausto, el arte ha terminado", sentenció Marcel
Duchamp ante la devastación del genocidio nazi. Y aunque para Horst Hoheisel, el significado profundo de la sentencia no ha perdido sustento, para él el arte continúa siendo una de las formas más intensas y genuinas de recordar el espanto. Desde hace más de veinte años, este artista polaco residente en Alemania trabaja en lo que él mismo entiende como un proceso de "antimonumentalización", una nueva conceptualización ética y estética de entender los memoriales, una propuesta que, lejos de las grandes moles de piedra y bronce, intenta apelar a los sentidos más primitivos, para que, a pesar del paso del tiempo, la memoria continúe resonando, cada vez, como la primera.
Objeto de polémicas --y no pocas amenazas, sobre todo por parte de agrupaciones neonazis en su país adoptivo, Alemania--, Hoheisel define sus producciones como denkezeichen, concepto que, en contraposición al de denkmal (monumento en alemán) intenta aglutinar dos conceptos: el de "marca de memoria" y el de "espacio de reflexión".
Entre las declaraciones que han soliviantado a ciertos sectores oficiales, e incluso a algunos vinculados a la defensa de los Derechos Humanos aparece por ejemplo su opinión sobre el Parque de la Memoria en Buenos Aires. "Es un cementerio de esculturas", dijo este doctor en silvicultura, y propuso a cambio reorientar los reflectores que actualmente iluminan las obras. "Deberían iluminar el Río de la Plata, el verdadero símbolo de los desaparecidos". En su ciudad de residencia, Kassel, en 1986 ganó el concurso para proyectar un monumento en el centro de la ciudad, en donde las tropas nazis habían destruido la fuente principal, orgullo y punto de encuentro de los habitantes de Kassel, por haber sido donada por un empresario judío. Enfrentado a las ideas que proponían erigir una nueva fuente o plantar flores en el lugar, Hoheisel planteó la posibilidad de construir una fuente idéntica, pero en negativo, construida hacia adentro de la tierra. El resultado es un pozo gótico cubierto por un vidrio, en el que la gente se puede parar y percibir el vértigo del agua corriendo hacia el vacío bajo sus pies. "A la destrucción material, siguió el exterminio humano. No veo otro modo de mostrar esta pérdida", dice.
Otro de sus controvertidas obras es la que realizó, junto a su colega Andreas Knitz para la celebración de los 50 años de la liberación de los prisioneros de Buchenwald, en 1995. Los artistas colocaron en el ingreso de lo que fuera el campo de exterminio, una placa de acero inoxidable con los nombres de todos los muertos allí. La característica especial es que a través de un mecanismo eléctrico, el metal permanece siempre a 37 grados: la temperatura del cuerpo humano. "Luego de recorrer el lugar, la gente se arrodilla y toca la placa. Siempre es un momento muy emocionante", explica Hoheisel.
Pero según el lugar -y la predisposición de las autoridades de turno- las intervenciones de Hoheisel pueden también tener carácter efímero. Así, una de sus obras perecederas fue la proyección, en tamaño real, del portal de ingreso al campo de concentración de Auschwitz sobre la Puerta de Brandenburgo, en Berlín.
Por supuesto que en América Latina, prolífica en dictaduras y violaciones a los Derechos Humanos, ha tenido material de sobra para poner el práctica sus teorías.
En el Estadio Nacional de Chile, por ejemplo, logró que se izara la bandera a media asta durante un partido de fútbol. "También hicimos imprimir leyendas alusivas en los tickets de entrada. Pero quizá lo más movilizante fue descubrir que, mientras en los palcos, todavía estaban los nombres de la Junta Militar escritos en los asientos, en los vestuarios aún se podían leer los graffittis de los detenidos. Luego abrimos todas las duchas con las puertas abiertas".
En San Pablo, convirtieron la puerta de una ex cárcel para presos políticos (hoy convertida en banco) en una suerte de jaula para pájaros. "Allí colocamos palomas mensajeras y cada semana durante todo el tiempo que duró la exposición, un ex detenido soltaba una paloma con un deseo".
Para el artista, estas operaciones funcionan como dispositivos, como disparadores para que el recuerdo de los crímenes, a fuerza de mantenerlos frescos, los haga irrepetibles. "para que el dolor se renueve en cada uno, cada vez, para que se creen lazos de memoria viva que viajen de generación en generación, si no ¿qué pasará cuando la última de las víctimas haya muerto?", se preguntó.
Para Hoheisel los monumento "viven" mientras se habla de ellos. Después, cuando comienzan a formar parte del paisaje cotidiano, pierden su esencia y se olvida para qué estaban allí. Por este motivo, el artista plantea por ejemplo, que la ESMA, una vez que sea desalojada de personal militar, debe permanecer como está por al menos diez años. "Los familiares de las víctimas podrán recorrerlo, buscando huellas, signos que hablen de sus muertos". Algo muy similar a lo que opina del ex centro de detención clandestino que funcionó en los sótanos de la ex Jefatura de Policía. "Estoy muy impresionado por los graffittis y por esta memoria activa que aparece estampada en las calles de Rosario. De todos modos creo que uno de los sitios más fuertes es este sitio a donde piensan mudar el Museo de la Memoria, el Rock & Feller's. Me pareció asombroso que en la fachada de ese bar, como una leyenda publicitaria se lea: "Just let`s make it happen" (algo así como "Solo hagamos que ocurra"). Creo que eso, ya de por sí, como está, es un símbolo muy potente, una metáfora muy intensa".
Mientras tanto, en Rosario se aguarda la llegada de la muestra La Química de la Memoria, un trabajo que el artista ha llevado adelante junto a investigadores de la UBA en la Biblioteca Nacional.
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