CULTURA / ESPECTáCULOS › CERCA DE 18 MIL PERSONAS EN LA PRIMERA NOCHE
› Por Edgardo Pérez Castillo
Por un momento, parecía que la primer experiencia festivalera en Rosario estaría más cerca de Woodstock que de una celebración de rock made in Argentina: la lluvia se descargó con furia en la mañana del viernes, disparando los temores de aquellos que, finalmente, podrían disfrutar de un encuentro rockero de primera línea en la ciudad. Sin embargo, el clima sólo afectó a aquellas bandas que debían calentar las primeras horas del Rosario Quilmes Rock: debieron acortar sus shows o directamente postergarlos para la segunda jornada, que se desarrollaba al cierre de esta edición.
Claro que las cerca de 18 mil personas que con su pacífica participación sorprendieron a propios y extraños --en una sola fecha, Rosario se arrimó a la convocatoria lograda en el simil cordobés durante sus dos noches--, poco supieron de ello. Es que, en la falla más importante de esta primer experiencia, Bonsai (una de las ganadoras del concurso de bandas) debió suspender su presentación hasta el día de ayer y Volador G lanzó sus primer acordes en simultáneo con la apertura de puertas, mientras que Coki Debernardi y sus Killer Burritos fueron uno de los puntos más altos de la noche.
Ya acomodándose a la grilla horaria, Los Cafres salieron al ruedo con una seguidilla de sus éxitos de digerible reggae-pop. Por su parte, Kapanga demostró, pasadas las 19, porqué es una de las bandas más atractivas de todo festival por el que dejan su marca. Luego del paso de Arbol (que, dejando de lado al grueso de las composiciones del infantil Guau, recuperaron las obras que la convirtieran en una propuesta novedosa para el rock nacional), Catupecu Machu volvió a la ciudad con un show que, en gran parte, estuvo lejos de la estridencia.
Así la habitual demagogia de su líder Fernando Ruiz Díaz se resignificó a partir del gravísimo accidente sufrido por su hermano Gabriel, bajista y miembro clave del grupo, que tuvo su presencia en el respaldo de un público que, ante la llegada del hit "Quiero que pises sin el suelo", desató el pogo más imponente de la noche. Como número de cierre, Divididos no se alejó demasiado de su fórmula habitual: rock visceral, furioso y de exquisita calidad.
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