CULTURA / ESPECTáCULOS
Una instalación efímera de objetos precarios con una fuerte
carga afectiva, caracterizan a la muestra de la artista Claudia
del Río. "Me animé a poner todo, la obra está al borde del pastiche", señaló.
› Por Beatriz Vignoli
En el Pasaje Pam, la artista rosarina Claudia del Río presenta una instalación efímera de objetos precarios con una fuerte carga afectiva.
La contundente y muy lograda instalación Hogar, que puede verse hasta mañana en la planta alta de Peccata Minuta (Pasaje Pam, local 26, Córdoba 954) es una obra de la artista rosarina Claudia del Río donde convergen varias vertientes de su trabajo en acogedora una escena ficcional.
Están sus fotos caseras y low-fi, mezcla de álbum de recuerdos y de registros de una mirada errante por lo imprevisto de lo cotidiano; están sus collages con recortes metálicos del logo de Coca--Cola, donde se resalta lo pregnante del diseño de las curvas; están sus bordados, inspirados en los del brasileño José Leonilson y provistos de un rasgo personal, cada vez menos proyectados y más erráticos, similares a tatuajes tumberos o graffiti. "Temí que hubiera un exceso de autor", cuenta la autora a Rosario/12. "Hay como un complejo del exceso, pero acá me animé a poner todo, a largar todos los cartuchos; la obra está casi al borde del pastiche. A diferencia de los tiempos plegados del hipertexto, donde no ves todo junto, acá ves todo desplegado". Algunas claves pueden escaparse, sobre todo en las fotos que se hallan adosadas a las botellas de plástico mediante banditas de goma: "Está María Kodama con una obra mía en el Castagnino, Reinaldo Laddaga jugando billar en una obra de Gabriel Orozco, Roberto Jacoby sosteniendo un pizarrón que dice 'Sólo soy un artista' en Entre Ríos entre Córdoba y Santa Fe (Rosario), personajes que algunos reconocerán y otros no".
La cohesión está dada por un fuerte sentido de la forma. La sensación, al ingresar al ámbito de la obra, es la de entrar a un universo de heterogeneidades donde la vida y el arte han logrado por fin realizar el ideal vanguardista de desdibujar sus mutuos límites. El efecto de límite borroso se refuerza al evocar la noción de frontera a través de la diversidad de formatos, dialectos e idiomas.
Hay otros elementos: sillas, una mesa, toscas letras formando palabras, música que sale de un grabador (Billy Holiday, Juana Molina), botellas de plástico y de vidrio, pinturas de un artista popular de Recife (Brasil) que las numera en series del 1 al 100 (esta es la 34/100) intervenidas con la palabra "charqui" y, en la mesa, un collage efímero de tachuelas de colores y cuadrados de papel glasé.
Cada cosa va acompañada por un número impreso en papel: estos objetos tan significativos parecen a la vez el lote de un remate a punto de disolverse. El resultado es potentísimo en su precaria fragilidad. La combinación de estos objetos plasma una cierta experiencia inefable de nomadismo. Todo lo que está puesto aquí es evidentemente provisorio; sin embargo, es nombrado como "Hogar". La paradoja de que estas cosas sustituibles hayan sido puestas en el lugar sagrado de lo insustituible dota a este espacio casi íntimo de un pathos singular.
Este intenso pathos que surge al exhibir mediante una escena de ficción la fragilidad azarosa de lo constitutivo (identidades, afectos, lazos), sitúa a esta obra en una sensibilidad muy propia de esta época globalizada y que también ha sido transitada por el cine de Wim Wenders, Jim Jarmush o Martín Rejtman, o la música de Tom Waits. O la literatura de Gombrowicz, de quien Del Río toma la idea de un yo precario. "El alter ego mío pasaría por un ser frágil", cuenta, refiriéndose a esa extraña sensación que producen sus bordados, la de haber sido realizados por un personaje ficcional creado ad hoc, algo así como una mujer de otras tierras o de otros tiempos. De hecho, los bordó siendo extranjera: "Yo estaba viviendo en San Sebastián (España), donde pasaba parte del tiempo bordando hasta que me adapté", recuerda. Y opina que el arte es como un extranjero, en la medida en que elude los códigos cristalizados por los discursos culturales y lo ve todo como por primera vez.
Cálida, agridulce, enigmática, Hogar es una obra en lo abierto. ¿No es acaso además una obra abierta que ofrece sillas vacías ante una mesa, como quien invita o convida? La obra, en efecto, se completa cuando el espectador la habita poéticamente; pero la función de sus muebles no es meramente práctica sino que la silla funciona en primera instancia como un enunciado, según la artista. Hay un elemento nuevo, añadido a último momento: un montaje de textos de diversos autores que Claudia del Río trabaja con sus alumnos de Dibujo I y Pintura I en la Escuela de Bellas Artes de la UNR. "Contiene bastante información; es como una declaración de principios", dice.
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