CULTURA / ESPECTáCULOS
› Por Jorge Isaías *
La mirada astuta, las medias caídas, la camiseta fuera del pantalón, con la mano derecha aplastándose el pelo que llevaba siempre corto. Desgarbado, jugando sin correr, parado en mitad de la cancha, con su mirada de lince, sus pases puestos como si los depositara una mano. Así, clavado como una mariposa de obsidiana estß Juan Renzi en la memoria de todos.
Idolo a pesar suyo, callado, siempre con esa pintita humilde, alegró nuestra vida de muchachitos ingenuos que buscábamos imitarlo para merecer esa admiración que le profesábamos. Nunca nos acercábamos ni por asomo al original, aunque no valga la pena aclararlo.
Desde aquel lejano día lleno de Otoño y de niebla en que se nos fue del pueblo jamás volvió. Nunca. Y me consta porque su amigo Osvaldo Gago fue hasta su refugio en un pueblecito cordobés donde vive retirado del mundo. Siempre se negó a volver.
Como no es de hablar mucho que digamos, los motivos los sabrá él, si es que los tiene, si es que los sabe, ya que a nosotros nunca nos expuso ninguna razón para no volver más por el pueblo. Nunca. Ni una sola vez siquiera, en estos cuarenta y cinco años en que sólo pensarlo da vértigo.
¿Tendrá miedo de comprometer esta realidad de hoy con aquella gloria lejana, con aquella alegría que sin querer casi nos regalaba?
No lo sé. Con Juancito Renzi nunca se sabe, dicen sus amigos, y lo digo yo que no lo veo desde el día en que se subió a ese tren y yo fui testigo único y privilegiado de esa partida que nunca imaginamos para siempre.
¿Y él pensará alguna vez que en el recuerdo de por lo menos una generación quedan las hazañas imborrables, con la alegría como una estela de fuego, como un relámpago de emoción en el cerebro?. ¿Se acordará de cuando la hinchada le empezó a llamar "Balazo" cuando el siete a dos del clásico?
Es probable que el fútbol de hoy lo aburra. ¡Si él nunca corrió más de tres o cuatro pasos por partido!. El, que ponía los pases como si los hiciera con las manos, tan milimétricos eran. ¡Cuántas defensas humilló con ese juego vistoso! Hecho de caños, de paredes, de bicicletas, de taquitos, de bajadas con el pecho y la rodilla y el pie sobre la pelota, siempre pisándola y mirando, sin apuro para armar el juego.
¿Se acordará alguna vez de nosotros? De sus hinchas, de los que jugábamos al billar o al truco con él, de los que le festejábamos ese cansino humor macabro que gastaba mientras fumaba esos eternos cigarrillos rubios, sin filtro, uno a uno, chupándolos con devoción hasta el fin?
¿Por su mente habrá pasado alguna vez la sombra de una duda cuando definía con ese cabezazo impecable que golpeaba la red mientras miraba indiferente la desesperación del arquero?
El era así, instintivo, un creador nato, de los que ya no pisan las canchas argentinas. Con un poco de dedicación hubiera llegado al fútbol profesional.
Si alguna vez le plantearon esa posibilidad, no lo sé, pero colijo que él habrá mirado incrédulo al interlocutor y es seguro que respondiera:
Me estás jodiendo, salí...
Y juntando los dedos de una mano haría un movimiento hacia arriba y hacia adentro y se encogería de hombros muy de él ese gesto y le daría la espalda al chistoso que le hacía broma tan pesada.
Escribo estas palabras porque nada sé de él y los pocos recuerdos que tengo son hilachas, son como pequeños fragmentos que se agrandan al convocarlos y sería aventurado suponer que aquella abulia de su juventud pudo haberse vuelto energía con los años.
Pero, digo, ¿no? por las noches, cuando "Balazo" espera el sueño, ¿no recordará una vez, una sola vez, una, siquiera cuando era el terror de los arqueros, de los defensores que no lo podían parar ni cometiéndole falta porque su vista era tan privilegiada que hasta esquivaba las patadas?
A veces saltaba sobre las piernas de dos adversarios que trataban de parar la humillación de sus incursiones en el área grande, pero él ni siquiera era consciente, porque jugaba con una naturalidad como si fuera su propia respiración.
No me apenan los años que pasaron porque uno siempre recuerda aquellos seres que provocaron en la vida una alegría, sino este empecinamiento por no volver al pueblo donde todos alguna vez, volvemos.
Es seguro que es responsable no poco de su abulia, porque no es que tenga algo contra nosotros, si fue tal vez el jugador más mimado por la hinchada y la dirigencia que tuvo el club en toda su historia.
Pero no. El contesta con amables evasivas cada vez que se lo invita y responde con una ausencia tan larga que se hizo ya costumbre y mito para los jóvenes que nos escuchan hablar a nosotros y quieren conocerlo.
Una larga ausencia de cuarenta y cinco años, que son, sumadas las horas y los minutos uno sobre otro, una verdadera eternidad. Es como un inmenso y ancho mar lleno de algas, de caracoles y toda una fauna completa y desconocida la que pone entre él y nosotros, allí naufragan todos los barcos que se oxidan en esa indiferencia y ese óxido maldito se nos mete en las venas, nos pudre la sangre de a poco, como sin querer y nos deja melancólicos, tristes, secos. Porque Juan Renzi, o Juancito o simplemente "Balazo" se nos fue de nosotros y al parecer no quiere volvernos a ver, ni siquiera para que le demos un ancho abrazo más grande que esa distancia que puso entre él y nosotros y que nos pone cada vez más tristes, cada vez más viejos, cada vez más solos aunque tratemos de ponerlo con nuestras palabras en mera presencia en nuestras numerosas conversaciones donde nunca está ausente.
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