CULTURA / ESPECTáCULOS › SOBRE LA TAN COMENTADA PELICULA QUE VERSIONO MARTIN SCORSESE
› Por Leandro Arteaga
Los infiltrados
(The Departed)
EE.UU., 2005
Dirección: Martin Scorsese.
Guión: William Monahan, a partir del guión original del film Infernal Affairs, de Keung Lau y Fai Mak.
Fotografía: Michael Ballhaus.
Música: Howard Shore.
Montaje: Thelma Schoonmaker.
Intépretes: Leonardo DiCaprio, Matt Damon, Jack Nicholson, Mark Wahlberg, Martin Sheen, Alec Baldwin, Vera Farmiga, Ray Winston.
Duración: 152 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
Puntos: 8 (ocho).
Cuando Costello (Jack Nicholson), capo mafioso irlandés, escruta de modo indirecto a su nuevo recluta Costigan (Leonardo DiCaprio), imita admirablemente los gestos de una "rata" -término que refiere a los "infiltrados"-. Puede uno, entonces, pensar que se está en presencia de uno de los mejores momentos, por inolvidables, del nuevo film de Martin Scorsese. Mientras tanto, la misma situación se reitera pero desde dentro del cuerpo policial con Sullivan (Matt Damon), otro impostor que juega un mismo papel pero en sentido inverso.
Desde esta premisa, Los infiltrados se construye y deconstruye. Y la ambivalencia o, mejor, la ambigüedad de la situación se transluce desde el comportamiento de sus personajes, encerrados en un juego de gato y ratón de facetas esquizoides. Madolyn Madden (Vera Farmiga, quien carga con el desequilibrio -"mad"- tanto en nombre como apellido), psicóloga de Costigan y amante de Sullivan, camina por la línea delgada que trazan, desde lugares opuestos, ambos infiltrados. Es cierto que los planteos psicoanalíticos del cine norteamericano son, por lo general, muy simples, pero no es éste el asunto a atender en Los infiltrados sino, antes bien, su importancia como artilugio para el drama. En este sentido, el papel de Madolyn (símil de Madeleine/Madline) es verosímil y necesario, dada su importancia como lugar de cruces, de interrogantes, de resoluciones.
Mientras el film avanza, Scorsese nos sumerge en una vorágine enrevesada, con saltos temporales que se suceden de modo simultáneo, y que refuerzan el anverso y reverso argumental. Progresivamente, el micromundo que el film enhebra adquiere una solidez que nos devuelve al mejor Scorsese, en donde la violencia, por supuesto, está presente desde una cotidianeidad tanto física como verbal.
Y la línea que es guinda para el pastel -entre tantos roedores sueltos que, como sabemos, corroen a pesar del veneno más fuerte-, se la queda Costigan, quien luego de tanto cavilar y sufrir, arriba a la certeza de que "ser policía no es el camino adecuado" para el encuentro de su identidad.
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