CULTURA / ESPECTáCULOS › SINOPOLI DEJA LA DIRECCION DEL MUSEO ESTEVEZ
Sinópoli se retira al cabo de 32 años de puesta en valor del patrimonio. En diálogo con Rosario/12 recuerda los hechos salientes.
› Por Beatriz Vignoli
El Museo Estevez de Arte Decorativo (Santa Fe 748) concursa su cargo de director. Este "gesto democrático", que debería ser costumbre, se debe a que se retira su actual director, el artista plástico y museólogo Pedro Sinópoli, quien desde 1968 y con un intervalo de siete años ha tenido a su cargo ese patrimonio cultural de la ciudad, tan bello como ecléctico, que es el legado Estevez.
"Fueron 32 años de trabajo", resume Sinópoli a Rosario/12 en su oficina decorada con los afiches del Museo, frente a la plaza 25 de Mayo. Casi toda su vida está ligada a este lugar y sus tesoros, que le fueron confiados por el albacea testamentario de los Estevez para que los convirtiera en patrimonio público de la ciudad. El rico vocabulario con que Sinópoli desgrana la historia de su, más que gestión, romance apasionado con la casona que Firma y Odilo compraron a los Ibarlucea en 1922, es un equivalente verbal de los tesoros que se conservan entre sus paredes. Sinópoli habla de aquel inmigrante llegado al país con catorce años en 1884 y de su culta y sociable esposa como si aquel matrimonio burgués habitara todavía la mansión que donaron a la ciudad en 1964. "Fue concejal de la ciudad, miembro de la comisión municipal de Cultura en los años 20, hizo su fortuna con la yerbatera Yerba 43 y quienes habían trabajado con él lo recordaban como un empresario generoso", cuenta admirado mientras pasa las hojas de un grueso álbum con documentación sobre "el señor Estevez" reunida por él y su equipo.
Y recapitula su propia historia: en 1968, el albacea testamentario Pablo Borrás propuso como director al entonces joven artista, recién llegado de cursar una beca en museología en la sede florentina de la Universitá Internazionale Dell'Arte. "El Museo fue entregado como un gran problema a resolver. Era una casa que carecía en absoluto de las condiciones para ser instalada como museo. Acá no había ni un papelito con un listado de las obras", explicó.
La catalogación fue exhaustiva; cada pieza se investigó con la colaboración de museos europeos, ingleses y norteamericanos. Además, según Sinópoli, "en virtud de un criterio de coherencia estilística, toda la colección se reubicó para reunir piezas afines. Quise crear un discurso museográfico claro y vivaz que jerarquizase la colección a fondo". La información sobre cada obra u objeto se encuentra hoy gratuitamente a disposición del público en marbetes, a través de la visita guiada grabada y en los folletos que el Museo ha ido editando. Sinópoli, talentoso y reconocido grabador, se enorgullece de la gráfica del Museo. Postales, invitaciones, catálogos y afiches comparten "un perfil característico, un aire de familia o estilo de grupo donde la variación está generada continuamente por la diversidad de temas". Más modesto es respecto de sus dotes como escritor, que sólo se descubren hojeando los textos de catálogo donde ha volcado los frutos de sus investigaciones, convirtiendo en oro las cosas como el rey Midas del cuento, al dar a conocer los secretos que guardan.
Un paréntesis negro en este idilio fue marcado por la dictadura militar: "Renuncié, me fui porque ellos pusieron una persona en este cargo. Me llevé a casa una copia de mi inventario de la primera organización del Museo. Cuando volví, el 2 de febrero de 1984, siendo intendente Horacio Uzandizaga y ganando yo un concurso por oposición y antecedentes convocado por el entonces saliente director de Cultura Gary Vila Ortiz, con ese mismo inventario hice una nueva verificación. Faltaban los cuadros robados el 2 de noviembre de 1983 (el Goya, luego recuperado y restaurado; el Murillo, el Ribera y otros dos), pero también encontré el Museo muy deteriorado".
En 1985, Sinópoli inauguró la sala de exposiciones con entrada por San Lorenzo. Pero la mansión recién recobró su antiguo esplendor en 1993, cuando la gestión de Pichi de Benedictis autorizó el presupuesto que habilitó una puesta en valor del Museo. "Durante trece meses se lo restauró en múltiples aspectos", recordó.
En octubre de 1995 el Museo reabrió sus puertas. A su director le dejó un sabor amargo la gestión de Marcelo Romeu al frente de la Secretaría de Cultura: "Necesitábamos diez mil pesos para restaurar la sala de calle San Lorenzo, se los pedí y él nunca me los dio. Pero ese dinero salió del ahorro diario. A esa sala la volvimos a abrir con esfuerzo, no sólo de ahorro sino del trabajo de la gente".
La sala en cuestión es la niña de los ojos de Sinópoli. Se inauguró a mediados de los 80 con una muestra de témperas y óleos originales y cartas de Florencio Molina Campos. "No solamente los almanaques", recalca Sinópoli. "También buscamos salir de la hegemonía de Buenos Aires y convocamos artistas santafesinos, marplatenses, tucumanos". La sala les dio relevancia a los pintores de Rosario, tanto en exposiciones individuales como a través de las muestras temáticas El paisaje y Naturaleza muerta. "Mostramos la donación de Clelia L. Ghioldi y la colección Slulittel, enfatizando sus precursores y las vanguardias de los años 60. Trajimos pintores de Buenos Aires que nunca habían venido a exponer a Rosario: Luis Felipe Noé, Carlos Alonso, Raúl Alonso, el rosarino Anselmo Piccoli", enumera. "Hicimos el primer festival de video que se realizó en Rosario, en 1991. Expusieron aquí dos maestros de la fotografía: Annemarie Heinrich en un momento álgido, el del escándalo por sus fotos de modelos desnudos, y también Anatole Saderman, quien con toda modestia abrió sus carpetas y me dijo: 'Elegí vos'. 'No, elijamos juntos', le respondí".
Exposiciones individuales de las grabadoras Matilde Marín y Mabel Rubli fueron sólo algunas de las dedicadas al grabado argentino. Además de las bellas artes, las artes aplicadas tuvieron un lugar a través de la muestra Cien años de indumentaria, la colección de mates y las muestras de diseño gráfico, que incluyeron una de tipografía latinoamericana y otra sobre el arte del papel. Fileteado, platería, cerámica, joyería, ebanistería, cristalería, arte textil y decoración fueron sólo algunas de las disciplinas que la sala del Museo acercó al público de la ciudad.
La mesa bien puesta, el arte integrado a la vida tal como lo estuvo en la suntuosa hospitalidad de doña Firma Mayor de Estevez, fue el tema en la serie de Mesas con arte, que buscó recrear el esplendor de aquellos banquetes como si ella siguiera a la cabecera, realizando su ideal del buen vivir compartido.
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