CULTURA / ESPECTáCULOS › PURA LOPEZ COLOMÉ, POETA, TRADUCTORA Y ENSAYISTA
Invitada a las I Jornadas Hispanoamericanas de Traducción Literaria, la mexicana López Colomé entiende que "el poetizar y el traducir se encuentran unidos de modo inextricable".
› Por Sonia Scarabelli
La realización de las I Jornadas Hispanoamericanas de Traducción Literaria, que organizaron de manera conjunta el Centro Cultural Parque de España y el Centro Interdisciplinario Estudios Europeos de Humanidades de la UNR --desarrolladas en esta ciudad entre el 20 y el 25 de este mes-- permitió contar, entre otros nombres prestigiosos del ámbito nacional e internacional de la especialidad, con la presencia de la poeta, traductora y ensayista mexicana Pura López Colomé.
López Colomé, nacida en 1952, en la ciudad de México -quien ha traducido, en una labor que lleva ya más de treinta años, la obra de poetas como Seamus Heaney, Breyten Breytenbach, Rober Hass, William Carlos Williams y muchos otros-, es autora, asimismo de más de media docena de poemarios, entre ellos Aurora, Intemperie y Éter es..., parte de los cuales ha sido objeto a su vez de numerosas traducciones. Su participación en las jornadas --en su doble carácter de poeta traductora y poeta traducida-- hizo posible apreciar, además de la profundidad y belleza de su obra, la pasión que esta creadora tiene por la lengua, lugar por excelencia de la morada humana, y en la cual, como no se cansa de decir, "está todo".
Si en la lengua cada palabra posee un sentido que aguarda ser revelado, y es, a su vez, revelador, no ocurre menos con la historia personal, y con los mil acontecimientos que jalonan cada día de nuestra existencia. Al rememorar sus inicios en la traducción, durante sus años adolescentes, en una escuela estadounidense, o su posterior decisión, si cabe decirlo así, de convertirse en poeta, junto con una larga y, aunque en ocasiones dolorosa, no menos extraordinaria -y muchas veces feliz- serie de sucesos y encuentros que marcaron su vida y su vocación, López Colomé reflexiona en que "siempre fue una cosa como de destino todo". Desde la orfandad que siendo niña signó su vida --a partir de la muerte de su madre, y ocasionó de cierto modo su salida de México--, hasta su posterior retorno y el encuentro con personalidades de la talla de Augusto Monterroso, Huberto Bátiz (director del suplemento literario del diario Unomásuno) o José Emilio Pacheco, entre tantos más.
Sobre éste último cuenta: "En esa editorial donde yo publiqué mis primeros poemas habían publicado un libro de José Emilio, ¿y qué era ese libro de José Emilio? Traducciones. Un libro que se llama Aproximaciones, publicando toda una serie de poetas desconocidos. Unas traducciones impecables. Yo en José Emilio tuve una inspiración muy clara. Es que es cierto que es lo mismo. Es cierto que lo que uno traduce es igual que el poema que uno escribe de origen, tiene exactamente la misma estatura. Y mira quién me lo estaba enseñando con su propia práctica, sin justificar".
Al igual que leer y escribir configuran para ella dos aspectos de una misma actividad, del mismo modo el poetizar y el traducir se encuentran, en su concepción, unidos de modo inextricable. En ambos casos se está frente a un acto de creación. El poema llevado a una lengua otra desata bajo esta forma nuevos sentidos que ya estaban presentes en él. "La gracia de la traducción es que aparece algo nuevo que ya estaba ahí --señala L.C.--. Y cuando la traducción se hace desde una intención artística creo que esto es cabal. Y yo lo he visto, y no nada más hablo de lo que yo he hecho como traductora, sino de lo que ha ocurrido con mi propia poesía cuando otros la han traducido: si tienes dos traductores traduciendo el mismo poema, aún así salen cosas distintas, que ya estaban ahí. Y por eso la traducción es una maravilla. Porque es la continuidad, ¿cuál es el chiste, si no? Si bien está la continuidad que se produce cada vez que tú lees un poema y te clava su daga y ahí se convierte en otra cosa, imagínate nada más si es traducido, que pasa por otro código, otra concepción del mundo... Tienes una oportunidad dorada, sin transformarlo, deformarlo ni nada de eso, de simplemente conformar una nueva realidad".
Se trata pues, en la poesía, tanto como en la traducción, de un hecho artístico que demanda laboriosidad, pero también inspiración, el pasaje por aquello que López Colomé llama "el prisma del instante". Irradiación o plena luz volcada sobre un momento de activa comprensión que antes de volverse a ocultar opera en nosotros un cambio definitivo y definitorio y nos empuja "hacia un nuevo escalón". Dueña de un intelecto poderoso, pero al mismo tiempo de una intuición y una emotividad que le echan a éste bridas de oro, escribe nuestra poeta: "Qué viva es la sabiduría de lo que no es/ nosotros./ Qué tanto nos recrea y nos aplasta./ Nos hace creer ver./ Nos hace".
Se torna difícil luego no escuchar la profunda resonancia de tales versos en estas otras suyas, significativas palabras: "La poesía te sirve para ver lo que eres tú, lo que vas a ser tú, ya sea tanto lo que está ocurriendo en tu vida ahorita, como lo que está prometiéndose ahí que va a ocurrir, en el futuro cercano y en el futuro lejano. Hay historia cifrada. No entiende uno la propia voz en el momento. La poesía es eso, ¿no? Es algo fuera de ti, fuera de tus manos, fuera de tu corazón, de tu cabeza. Está ahí, es como otro tú que está esperando que tú brinques ahí. Es una promesa de ti, todo el tiempo. En ese sentido, es una obligación. No lo puedes dejar. Yo no podría hacer nada más".
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