Lun 05.02.2007
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA METAFORA PARA DESCRIBIR LA ESPAÑA FRANQUISTA

La niña y el triste dictador

› Por Leandro Arteaga

EL LABERINTO DEL FAUNO 10 puntos

México/España/EE.UU. 2006

Dirección y guión: Guillermo del Toro.

Fotografía: Guillermo Navarro.

Montaje: Bernat Vilaplana.

Música: Javier Navarrete.

Intérpretes: Ariadna Gil, Ivana Baquero, Sergi López, Maribel Verdú, Doug Jones, Alex Angulo, Federico Luppi.

Duración: 117 minutos.

Ya con El espinazo del diablo (2001) Guillermo del Toro se había aproximado al tema de la Guerra Civil española de la mano de los protagónicos admirables de Marisa Paredes y Federico Luppi. Con El laberinto del fauno del Toro tiñe sus personajes desde los parámetros del cuento de hadas, de modo tal que aún cuando en el argumento exista una frontera entre "realidad" y "fantasía", ambas categorías se vuelven, por momentos, análogas.

El laberinto del fauno se explica desde la vivencia y el relato de la pequeña Ofelia, quien a la manera de una Alicia oscura, sobrelleva los avatares de su niñez a través de la confianza en los cuentos de hadas, esa lectura "peligrosa" que le recriminan tanto la madre como su padrastro, capitán franquista encargado de eliminar los últimos bastiones de la resistencia civil. El mal, podemos conjeturar, ya ha ganado. Sólo queda algún grupo subversivo, algunos sobrevivientes, pero muchos campesinos y, sobre todo, la fantasía de la niña.

Porque Ofelia cree en lo que sus libros cuentan, el fauno, entonces, la llevará por una travesía que le devele lo que oculta la marca en forma de medialuna de su hombro. Para ello deberá dibujar puertas, consultar más libros, encontrar llaves y desafiar, como en los cuentos, al padrastro malvado, aquél que espera un primogénito que perpetúe el apellido junto con las consignas fascistas del obedecimiento y del castigo.

De este modo, del Toro se permite una mirada de encantamiento oscuro, en el marco de una España que comienza a desconocer las virtudes de la alegría. Los monstruos, sabemos, son metáforas de estados de ánimo y de miedos. Franco, monstruo cierto, nunca fue expresión poética de nada. Ofelia, la niña que encuentra formas olvidadas en las piedras, resulta tanto una anacronía para el orden franquista como la posibilidad del reencuentro de aquello que ya parece perdido.

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