Corre el año 2027. Un actor aparece en escena y prepara al público para lo que vendrá: un relato que intentará relatar quién era Fernando Peña, el artista fallecido en el 2009. El mismo que fuera tildado de cómico, de polémico, pero que en su diálogo con Rosario/12, en pleno febrero de 2007 y antes de su regreso a la ciudad con Ni la más puta, refuta esos rótulos. De hecho, esta nueva versión del unipersonal --con el que ya se presentara por estas tierras a fines de 2005 y que mañana se llevará a cabo desde las 22 en el teatro El Círculo-- se ofrece como una muestra clara de que no es comedia lo que Peña propone en un espectáculo regido por la improvisación.

Considerando que Ni la más puta es una obra muy personal, ¿qué cosas han cambiado, con el correr del tiempo, entre aquella función del 2005 y esta nueva presentación?

-Básicamente todo cambia con el tiempo. Cada segundo cambian las cosas, no solamente lo que tiene que ver con el teatro sino la materia viviente en general. Pero para ser más concretos cambia en el sentido de que es como una especie de recopilación de todo lo que he hecho hasta el momento, y una especie de burla hacia mí y hacia todo el medio, incluido a veces el público. Es como una especie de parar la pelota. Cuando uno está en este trabajo a veces no tiene tiempo de parar un poco y pensar. Este espectáculo me hizo decir: `Mirá dónde estoy... ¿qué pasó con todo esto desde que empezó el runrún conmigo hasta este momento?`. Y me pareció muy gracioso mirar todo desde afuera, como desde arriba, y empezar a plasmar un poco quién soy yo, mis obsesiones, quién es este homosexual patético, obsesivo, depresivo, bufón, que escribe todas estas cosas y todas estas obras de teatro. Esta es mi onceava obra de teatro y es una especie de resumen, como una narración dentro de lo abstracto de quién soy yo. Es una especie de construcción teatral.

-¿Ni la más puta representa entonces un antes y un después en su trayectoria teatral?

-No, es un reordenamiento, pero no un marcador. Por ejemplo, hace muy poco me dí cuenta, al leer las entrevistas que me hacen o al leer las críticas o apreciaciones sobre mí, que no sé por qué me ponen actor cómico. Es algo que no entiendo, y debido a eso es porqué a veces la gente se va de mis espectáculos, o no obtiene lo que fue a buscar. Nunca pretendí ser un actor cómico, me dejé manosear sin querer por el medio. Pero un día me desperté y dije: `No señor, no soy actor cómico`. Me llevó diez años, pero no soy cómico, y tampoco soy polémico. Entiendo que lo que hago cause debate, una discusión, asombro, pero de ahí a ser polémico... Siempre es el mismo mote, y me cansé un poco de eso. También hablo de eso, es como un juego con mi vida, una especie de descuartización, de deshilachado de mi vida.

-Pensando en aquello de lo cómico, ¿puede tratarse de un mecanismo de defensa para el público o los críticos, para evitar afrontar sus planteos?

-Sí, aunque esto tampoco quiere decir que uno no se pueda reír en mis espectáculos. Pero para mí un actor cómico es Corona, Gasalla, Perciavalle, eso es netamente cómico, uno va a reírse y punto, más allá de cualquier reflexión o subtexto que uno pretenda obtener. Yo tengo escenas muy fuertes, guarda la tosca. Ahí es donde a lo mejor la gente viene inadvertida y se va comentando en voz baja. Vienen la vieja o el viejo que se va diciendo `esto es una barbaridad, no puede ser`, esto viene de ahí, porque si a la gente le advertís o le mandás un mensaje erróneo, es lógico que se pregunte qué mierda es eso. Y sí, hubo hasta ahora cosas que no voy a permitir más, y esto no quiere decir que me enoje o que lo esté diciendo con el dedito, sino que, en defensa propia, no voy a permitir que mis espectáculos sean vendidos de una forma que no debería ser. Tal vez esto se confunde por lo que hago en la radio, que es otra cosa, que dista bastante de lo que hago en el teatro. En mi caso no tiene nada que ver una cosa con la otra.