CULTURA / ESPECTáCULOS › EL BUEN PASTOR SE ANIMA A LA CENTRAL DE INTELIGENCIA YANQUI
El relato se mueve entre 1939 y los días de la Revolución cubana. Entre esos años, se centra en la figura de un solitario, siempre atento a las indicaciones de la autoridad. El film tuvo una fría recepción en Estados Unidos y recibió un tibio reconocimiento en Berlín.
› Por Por Emilio Bellon
"El buen pastor". ("The good sheperd")
EEUU, 2006.
Dirección: Robert De Niro
Intérpretes: Matt Damon, Alec Baldwin, Angelina Jolie.
Salas de estreno: Showcase y Village.
Calificación: 9 (nueve).
En su segundo largometraje como director -el primero fue "Una luz en el infierno" de 1993-, Robert De Niro, a sus 63 años, se interna en el laberíntico y ultrasecreto universo de la C.I.A., la organización de control más poderosa, que como se señala en el film, al igual que el nombre de Dios, no necesita un artículo determinante que la preceda, por ser ella la única, la Absoluta. Y lo significativo de este realizador, según cuentan las notas de producción es que para pensar su historia, De Niro entró en contacto con ex agentes de la KGB para plantear un cruce entre ambas, a la hora de su diseño.
Film que se ubica a la espalda de los multinominados exponentes productos tipo "Conquista del Honor", con una abierta declaración desde el frente demócrata, el film de Robert De Niro guarda un cierto parentesco con el que vimos hace algunos meses y que, lamentablemente, no tuvo la esperada permanencia en cartel. Nos referimos a "Todos los hombres del rey", ya que en ambos lo que está en juego es cada movimiento de las diferentes piezas de ajedrez que definen el escenario del propio Poder, su trastienda. Y en este caso, como en el que el film que hoy comentamos, el mismo origen de esta organización a cargo de un grupo de autoelegidos como iluminados y redentores, como los nuevos continuadores en el nuevo escenario de los años de la Segunda Guerra Mundial de los ultramontanos y esclavistas legionarios del Klux Klux Klan.
En los militantes años del cine de los 70, concretamente en 1975, el director Sydney Pollack ya había dado a conocer el film "Los tres días del cóndor" en el que se marcaban las implicancias (en clave de trhiller, como en este caso), entre la central de inteligencia estadounidense y ciertos crímenes políticos. Editado actualmente en video y en DVD, interpretado por Robert Redford, Faye Dunaway y Max von Sydow, el film había sido rodado en los días posteriores a la destitución de Nixon y a la publicación de crónicas de hechos perpetrados por la C.I.A.. En su momento, tanto el film, como la novela de Grady provocaron un gran escándalo.
Ante el estreno de "El buen pastor" el público estadounidense se mostró reticente. El film bajó inmediatamente de cartelera y hace algunos días en el Festival de Berlín, De Niro recibió un tibio reconocimiento. En sus más de dos horas y media de duración, el relato se mueve entre 1939 y los días en los que tienen lugar la Revolución cubana y entre esos años, la figura de un hombre, solitario, siempre con su andar erguido, atento a las indicaciones de sus mayores, irá canjeando en nombre de la Central y la Patria su propio pasado y su propia identidad.
Respecto del genocidio perpetrado por Bush en Medio Oriente, la CIA ha pasado a ser nuevamente el gran actor de turno y tal vez sea por ello, ya como gran aliado, que el film no evita mostrar una elocuente y desesperante situación de tortura, tal como hoy los nuevos parámetros de las nuevas leyes acomodaticias y oportunistas lo habilitan. En esta traición a los parámetros humanistas, el film "El buen pastor" descubre la hipocresía de los que sostienen los falsos valores de una moral que sólo se fundamenta en principios pragmáticos y que responden a mandatos económicos.
El personaje que compone Matt Damon en "El buen pastor" responde a ese perfil de predicador que es iniciado frente a una secta de "poseídos" e iluminados y que parece no salir nunca de lo que le indican como la buena senda, tal como se lo señala ese mandamás; rol que asume el mismo De Niro, en esa suerte de composición que le hace guiños al mundo de la mafia del Vito Corleone del primer Padrino y en donde parece darle un apretón de manos al mismísimo Francis Ford Coppola, coproductor del film.
El film parte de un enigma a resolver. No es sólo la reconstrucción de la historia y de los orígenes de la C.I.A., sino también el tratar de saber, de indagar de donde proviene una imagen y una grabación que pondrán en territorio de amenaza toda una historia familiar, sin que un solo sentimiento se adueñe de la situación. Es como si el personaje que asume Matt Damon fuera el de alguien que sabe que su misión no debió experimentar error alguno. Y por lo tanto, la sanción bien merecida está. Historia de ocultamientos y traiciones, nosotros también como espectadores nos sentimos vigilados, controlados, con ese temor que hemos experimentado los que hemos vivido en los terribles años de la dictadura.
Matt Damon es Edward Wilson y a partir de un trayecto ocupará un deseado lugar en un ala del edificio de la Central de Inteligencia. En esos años de la Guerra Fría, ese hombre mediocre finalmente silenciará su propio secreto familiar para tratar de resurgir intacto, sin mancha de otro ni culpa ajena; para que el sistema lo reconozca pulcro, impecable, absoluta y plenamente conformista, como el Marcelo Clerici de la novela de Alberto de Moravia y del film de Bernardo Bertolucci.
Sabemos que esa sociedad donde el joven Wilson recibió su bautismo como el nuevo elegido también recibió a George Bush padre y a George Bush hijo y sabemos que esos rituales, presididos por figuras de la iglesia, se lanzan a nuevas cruzadas desatando en nombre de Dios y de falsas democracias los más encarnizados odios. El film de De Niro se percibe como un recorrido por un espacio electrificado, con miradas que acechan, con escuchas telefónicas -pienso en "La conversación" de Francis Ford Coppola- con ojos que espían, sin que los veamos. Percibimos una violencia subterránea, en esa atmósfera de oscura y amenazante telaraña que presenta falsas salidas, que lleva a la disolución del nombre propio y que sólo ostenta al final de los pasillos la vacía arquitectura de una gélida simetría.
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