CULTURA / ESPECTáCULOS › "ALATRISTE", ABURRIDO FILM PROTAGONIZADO POR VIGGO MORTENSEN
› Por Leandro Arteaga
Alatriste. España/Francia/EE.UU., 2006
Dirección y guión: Agustín Díaz Yanes, a partir de la novela de Arturo Pérez-Reverte.
Fotografía: Paco Femenia.
Música: Roque Baños.
Montaje: José Salcedo.
Intérpretes: Viggo Mortensen, Elena Anaya, Enrico Lo Verso, Eduardo Noriega, Javier Cámara, Jesús Castejón.
Duración: 147 minutos.
Salas: Monumental, Del Siglo, Village.
Puntaje: 4 (cuatro).
Tanta habladuría, tanto recelo, tanta expectativa -infundada- para que, finalmente, uno se encuentre con un tedio de más de dos horas. Porque si vamos a buscar alguna manera elegante de decirlo, tardaríamos líneas y líneas. Ahorremos tiempo: Alatriste es insoportable.
Pareciera que la película se ha ocupado por condensar distintos pasajes por los que atraviesa este singular personaje del siglo XVII español, a lo largo de los varios libros surgidos de la pluma de Arturo Pérez-Reverte. Y en el medio de todo ello, de toda esa desmesura ocupada por ser "fiel" a una época, la película se olvida del presunto género con el que se corresponde: la capa y la espada. Qué mejor manera de entender todo un cúmulo de películas desde esta maravillosa convención, repito, la capa y la espada. Evoquemos al recuerdo caprichoso y vayamos, por su ausencia en Alatriste, al rescate de lo que interesa.
La genealogía inicia en Douglas Fairbanks, como D'Artagnan o como el Pirata Negro, del que se desprende la sonrisa de Errol Flynn, como Robin Hood o como el Capitán Blood, junto con las peripecias de circo y mares bravíos de Burt Lancaster en El Pirata Hidalgo o en El Halcón y la Flecha. En todos estos títulos se destila alegría, bravuconerías, desafíos. Baste pensar en los pasos danzarines del D'Artagnan de Gene Kelly en Los tres mosqueteros, o en las bufonadas del Scaramouche de Stewart Granger, ambos títulos realizados por George Sidney, todo un artesano. En suma, que de lo que se trata es de plasmar la Aventura, con A mayúscula.
Y la aventura es el invitado ausente en la película que reseñamos. Se percibe una impostación tan pronunciada en el film, que los personajes, sobre todo el más importante de ellos, no nos provocan simpatía alguna. En todo caso, indiferencia. El hablar susurrado del Alatriste de Viggo Mortensen es tan ridículo como el que profesa su némesis, Gualterio Malatesta. Tanto es así que uno se olvida de lo que ocurre argumentalmente. Por dónde andan los personajes, por cuáles razones, es algo que, en los primeros veinte minutos del film, comienza a perder importancia. Porque nunca pasa nada. Ni aún cuando se procura un efecto de melodrama en los afectos de Alatriste. Mejor será, para el caso, recordar de nuevo los buenos ejemplos, y buscar el melodrama en aquellas historias de piratas en las que Salgari supo cómo hacernos querer para siempre a Sandokan, mientras éste enfrentaba a los pérfidos ingleses con el solo fin de encontrar el amor de su Perla de Labuán. Pero, claro, esa es otra historia, inolvidable historia.
En otras palabras, que se nota un esfuerzo desmedido por lograr la gran producción española que pueda equilibrar la balanza entre Alatriste y, suponemos, Capitán de mar y guerra. Lo que quedó en el olvido es la manera de contar historias. Una lástima. El cine nos ha dado lecciones inmejorables. Hemos citado ejemplos que lo corroboran. Piratas, bucaneros, amores imposibles. Todo ello nos seduce hoy tanto como lo hacía en nuestro ayer. Alatriste, el film, no entiende este proceso, y responde de un modo estéticamente vacío. La emoción se pierde. El tedio se vuelve protagonista. Tanto que cuando el personaje queda congelado en su imagen antes del enfrentamiento final, poca es la preocupación ante su suerte.
¿Cuándo volverá, me pregunto, la vivencia de la emoción a las pantallas de cine? Cuando vuelvan, conjeturo, los buenos narradores. Mejor hará Alatriste, por lo pronto, en no volver a salir de su refugio literario.
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