CULTURA / ESPECTáCULOS › ANDRES DI TELLA, UNO DE LOS CREADORES DEL BAFICI HABLO CON ROSARIO/12
De apellido ilustre y vinculado a las artes, Andrés se volcó de lleno al documental para contar sus historias.
› Por Edgardo Pérez Castillo
Poseedor de un apellido ilustre de las artes y la industria nacional, Andrés Di Tella encontró en el cine documental una vía desde la cual abordar tanto parte de la política argentina ("Montoneros, una historia") como a su propio pasado. Así, en los últimos años su propia voz se convirtió en figura palpable de sus obras, a partir de una búsqueda de la identidad que ya lo encontraba como testigo en "La TV y yo", y que se profundizó en "Fotografías", trabajo con el que decidió ahondar en la vida de Kamala Apparao, su madre hindú. Ambos trabajos permiten aproximarse no sólo a la personalidad del realizador, sino además a la historia misma de una de las familias que aportaron fuertemente a la cultura argentina de los años 60. Ambos trabajos permiten aproximarse, también, a la labor de un realizador que ha dedicado su obra al documental, y que luego de haber conducido las dos primeras ediciones del Buenos Aires Festival de Cine Independiente a fines de los 90, ha llegado a Rosario para acompañar a sus dos últimas creaciones, en el marco de una nueva edición de la Muestra del Bafici en Rosario (ver recuadro).
Hijo de Torcuato y sobrino de Guido Di Tella, responsables de haber impulsado ese espacio de producción e investigación cultural que fue el Instituto Di Tella; Andrés se volcó a la realización audiovisual, descubriendo en ese lenguaje el medio desde el cual canalizar sus conocimientos de lingüística y periodismo. Luego de algunas experiencias donde se mantuvo dentro de ciertos "convencionalismos", en los últimos años Di Tella decidió ser, además, protagonista. Así lo explicó en su entrevista con Rosario/12. "Eso llegó, de algún modo, por mi frustración con ciertas reglas o convenciones del documental más tradicional, de alguna forma, donde se supone que se borran las pistas. El documental es un género extraño, porque presenta la realidad y sin embargo una de las primeras cosas que hace es borrar los propios rastros del realizador, o del equipo de realización", señaló. "El segundo paso de eso que se dio con `La televisión y yo`, fue que al mismo tiempo sentí que había que contar quién era ese personaje. Yo estaba haciendo la historia de los comienzos de la televisión en Argentina y apareció la figura de Jaime Yankelevich que fue el empresario que trajo la televisión a la Argentina, y ahí surgieron inmediatamente una serie de paralelos con mi propio abuelo. Yo estaba hablando de Yankelevich y era una forma indirecta de hablar de mi propio abuelo, Torcuato Di Tella, que creó la empresa Siam Di Tella que, entre otras cosas, hizo televisores y el auto. Me pareció que no había que esconder ese paralelo, y entonces conté las dos historias. Eso fueron un poquito los pasos", precisó Di Tella.
Ya en relación a su último trabajo ("Fotografías", el documental que presentara ayer en la función inaugural del Bafici en Rosario), el realizador detalló: "Acá hay una historia muy personal porque cuento la historia de mi madre. Ella salió de un pueblito que se llama Nuzvid, en el interior de la India, un pueblito todavía hoy bastante desconectado del mundo. De ahí ella pasó por Londres, California, se casó con mi papá y vivieron en los 60 entre Londres y Buenos Aires. Mi padre creó el Instituo Di Tella, mi mamá se metió en un ambiente un poco bohemio. Ella a la vez era psiquiatra y estaba siempre buscando, creo, quebrar ciertas cárceles, por lo menos mentales. La misma familia de ella, sobre todo para una mujer en la India en esa época, era bastante restrictiva, y de pronto ella en Londres tuvo experiencia como psiquiatra de trabajar con Ronald Laing, el creador de la antipsiquiatría. Me parecía entonces que al contar su vida no podía hacerlo sin contar mi relación con ella, y todo lo difícil que es la relación con una madre, más con el hecho de que era hindú. Todo ese mundo ajeno de la India era parte del tema a tratar, no había otra forma de hacerlo. Y la presencia del documentalista, que al final es una especie de personaje que hago, es también una forma de que el espectador tenga un punto de anclaje. Es como un viaje que va acompañando a este personaje, un viaje en el tiempo, hacia el pasado, un viaje geográfico, hacia la India, y creo que también fue un viaje emocional. Mío y para el espectador, porque encuentro mucha gente en las funciones que sale muy conmovida. Incluso cuando me ven de golpe me quieren contar la historia de su madre o su padre. Dispara eso, y me parece fantástico.
-Pensar en su familia implica también recorrer parte de la historia cultural argentina de las últimas décadas. ¿Cuáles son los recuerdos que tiene de todo ese proceso del Di Tella, incluso con su madre tan cercana a la bohemia, y cuándo, en definitiva, comprendió de qué se trataba todo el asunto?
-La verdad es que era muy chico cuando estaba el centro de artes, en los años 60, en el Di Tella. Tengo un recuerdo un poco difuso de haber ido algunas veces. En cambio me acuerdo más del período que vivimos en Londres. En nuestra casa circulaba mucha gente, desde Caetano Veloso, que vivió ahí, hasta Daniel Cohn Bendit (Dani el Rojo de Mayo del 68), Marta Minujín, el mismo Ronald Laing, que además de ser el creador de la antipsiquiatría fue un personaje de la contracultura de los 60 y 70. Entonces aparecían esos personajes fascinantes, y de pronto era gente que tenía capacidad para hablar con chicos. Por momentos eso ejercía fascinación y en otros me causaba rechazo, porque no quería saber nada, me enojaba que hubiera una especie de invasión permanente en mi casa. Pero al final de cuentas me parece que heredé de todo ese mundo una especie de instinto de seguir siempre la curiosidad, confiar en ella. Si algo me despierta curiosidad, voy para allá, y para mí ésa es la mayor lección que me queda de ese período y, en algún sentido, también de mis padres.
-Es posible imaginar que, con el tiempo y una vez volcado a lo artístico, habrá empezado a ahondar en lo que significó el Di Tella.
-Sí, claro. Durante mucho tiempo yo decía el nombre y me preguntaban si tenía algo que ver con el Instituto o con el Siam Di Tella. También me costó hacer las paces con eso, como que la gente siempre suponía, y sigue pasando, que sabe quién soy. Muchas veces se equivocan, pero eso es inevitable. Y la verdad creo que el Instituto fue una aventura extraordinaria que emprendió básicamente mi viejo, y que tiene que ver con cierto espíritu de generosidad y también de locura (ríe).
-¿Descubre hoy algún espacio que se acerque a lo que fue la experiencia del Instituto?
-La verdad que es difícil, porque creo que hoy se cobra mucho más peaje (risas). Hay una cosa mucho más especulativa. Lo que siento que tiene algún punto de comparación es precisamente el Bafici. Yo fui el creador del Bafici, y ahora pienso que, en ese momento, funcionó en algún lugar de mi cabeza la idea de largar y que haya una libertad, de romper barreras, que no importen los géneros. Ese panorama que se da en el Bafici, que es una especie de locura. Cuando lo creamos pensábamos quién podía ir a ver una película coreana de cuatro horas, pero como nunca más la iban a dar en Buenos Aires, la dábamos y quizás alguien iba a verla. Pero después se llenaba, y no lo podíamos creer. Me parece que eso es algo fantástico.
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