CULTURA / ESPECTáCULOS › "HARRY POTTER Y LA ORDEN DEL FENIX", PARA CHICOS Y NO TANTO
› Por Leandro Arteaga
Harry Potter y la Orden del Fénix (Harry Potter and the Order of the Phoenix) EE.UU./Inglaterra, 2007
Dirección: David Yates.
Guión: Michael Goldenberg, a partir de la novela de J.K.Rowling.
Fotografía: Slawomir Idziak.
Música: Nicholas Hooper.
Montaje: Mark Day.
Intérpretes: Daniel Radcliffe, Alan Rickman, Brendan Gleeson, Imelda Staunton, Emma Thompson, Gary Oldman, Ralph Fiennes.
Duración: 138 minutos.
Salas: Monumental, Del Siglo, Village, Showcase.
Puntaje: 7 (siete).
Otra vez Harry Potter. Y todavía faltan más películas. Y, la verdad, lo que se ha visto es bueno. Podríamos perdernos en análisis que expliquen el fenómeno comercial, mercantil, que hace posible una marca de consumo como "Harry Potter". Y estaríamos hablando con razón, porque el fenómeno Potter es eso, un gran vehículo de ganancia, donde nada está librado al azar, donde todavía está por verse si, de veras, ha provocado una vuelta al interés por la lectura en los niños (ya no tan niños).
Pero, y sin perder tanto de vista lo antedicho, podemos sí hablar de lo filmado. Y habrá que reconocer que la serie de películas ha logrado situarse de un modo autónomo, con una complejidad creciente, con personajes que crecen en edad junto con los actores y espectadores, con situaciones que develan interrogantes nuevos, de donde surge un mago pre-adolescente, por lo menos, absolutamente conflictuado.
Ya en el film anterior, Potter debía verse cara a cara con el miedo a la muerte y con, justamente, la muerte misma, bajo el nombre de Lord Voldemort (Ralph Fiennes) y ante el cuerpo sin vida de uno de sus compañeros. En esta nueva entrega, el aprendiz de hechicero no puede menos que resultar sombrío y taciturno. Acusado de complotar, de mentir, de verse involucrado en aquella muerte, más el fantasma cada vez más cierto de Voldemort, asesino de sus padres, señor de la oscuridad, cuyo retorno sólo es creído y sostenido por el niño.
Y por si fuera poco, hay profesora nueva, de ascenso sostenido. La compone la magnífica Imelda Staunton (El secreto de Vera Drake), es prolija, siempre sonriente, y esconde un alma autoritaria y represora. Castiga y enuncia reglamentos.
Expulsa a la profesora hippie (la astróloga, que interpreta Emma Thompson), persigue toda reunión entre estudiantes, y esconde procedimientos kafkianos bajo su buen gusto por el té de las cinco. Todo un hallazgo. Todo un motivo para la cofradía de niños que comparten disgustos y aprenden hechizos nuevos a espaldas de la institución.
Pobre niño que crece. Sólo él, y otros como él, que han conocido la muerte -como la pequeña Luna, versión oscura de Alicia con labios rojo sangre-, puede ver los caballos alados y cadavéricos que tiran del carruaje encantado. Más aún, o peor todavía, Potter deberá descubrir que su padre no era lo que él creía, que nada es como entendía y que, así como su padrino Sirius le dice (Gary Oldman), "todos tenemos algo de luz y de oscuridad". ¿Cómo no olvidar sonrisas? Porque Potter nunca ríe. Triste y melancólico. Ni siquiera expresa emoción tras su primer beso.
Entonces, sí es cierto que Harry Potter es una gran maquinaria de dinero. Pero los films -al menos desde el tercero en adelante- son muy buenos.
Y me cuesta pensar en otros personajes del cine infantil/juvenil actual con, al menos, un ápice del ingenio y del pesar desde los que se construye este aprendiz de mago.
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