CARTELERA › "HAY QUE BESARSE MAS", POEMAS DE REYNALDO SIETECASE
› Por Beatriz Vignoli
Una insensata y saludable pasión por la reescritura guía estos nuevos "versosbesos" del poeta y periodista Reynaldo Sietecase. ¿Y qué reescribe? Versículos de la Biblia, nada menos; y del tango, que también es una escritura sagrada, instalada en la memoria. Folklore al que por supuesto se suman el rock de bandas legendarias como Sumo, o la preciada obra de poetas de Rosario como Vicky Lovell, o hechos y protagonistas tan olvidados como los mineros de Río Turbio, y hasta los oropeles del culto argentino a "ídolos" tan dispares como La Difunta Correa o Charly García. Su grafomanía nostálgica vuelve sin cesar sobre ese corpus amado de palabras y de frases, oídas quizás en lecturas públicas, acaso citadas en conversaciones. Su tradición literaria es transparente y oral. Por eso tal vez la alusión, tanto en el título del libro como en algunos de sus poemas, a la boca imaginada como la más perfecta forma humana de la comunicación del sentido.
Reescribir, para Sietecase, es escribir poemas como quien compone canciones. Su tradición popular es alta, y es rica en sabiduría proverbial. Su fe en que el poema cuente o diga algo de un modo claramente inteligible no se da de patadas con el cuidado puesto en su producción. Por el contrario, la atención que el poeta le presta al sonido de cada frase es la manera en que reconstituye, desde la palabra escrita, la música de la canción popular. Emergen, así, algunas estrofas memorables ("La piedad le sienta muy bien/ como un vestido rosa que tenía/ y ahora no recuerda") junto a otras quizás no tan intensamente poéticas como las citadas, pero igualmente agradables de recordar por su musicalidad.
En cuanto a la tradición estrictamente poética de este libro, además de por supuesto atenerse a las fuentes (¿deformación profesional?) citadas en los numerosos epígrafes de sus páginas, hay que buscarla en la obra de autores como Girondo o Benedetti, preocupados por llegar a las masas con un canto poético que no por comunicativo o entrador desdeñe el efecto sorpresa de una idea provocadora o un giro original.
Ejemplo de idea provocadora 1: el epígrafe que sirve de título al libro procede de la boca (televisada oportunamente) de Roberto Galán, conductor de dos programas en vivo que en los años '70 fueron la epítome del kitsch: "Si lo sabe cante" y "Yo me quiero casar, ¿y usted?". Lo provocador del caso es que la apropiación artística de este artefacto cultural no está realizada en clave de parodia camp, sino reconociendo en el latiguillo mediático un contenido de verdad, o lo que Adorno llamaría un "momento de verdad".
Ejemplo de idea provocadora 2: según uno de los poemas de este libro Jesús, viendo muerto a Lázaro, "quiso llamarlo a la vida" pero "Se arrepintió. / Nadie merece sufrir la muerte dos veces / pensó". Así fue que no dijo "nada de nada" y "el resto lo inventamos".
Si, como gusta decir Sietecase en su decálogo no escrito de periodista de los de antes, la tarea del periodismo es la de contar historias, ¿qué es un poeta? "Un payaso en el incendio", contesta de inmediato uno de los subtítulos de este libro. Un payaso en el incendio es más y es menos que un ángel en el infierno de la historia o de la actualidad. Las palabras para definirlo son las justas, las apropiadas. Un payaso en el incendio es una imagen. Y ¿cuál será entonces la tarea de la poesía? Responde, en su Poética, Aristóteles, el primer teórico de la crónica y de la poesía: La historia cuenta lo que sucedió; el poema, lo que no sucedió, pero que podría haber sucedido. Siendo entonces tan dudosa la versión de una resurrección presuntamente acaecida hace dos mil años, ¿por qué entonces no reinventarla en el poema?
Esta modesta épica bíblica, al igual que los otros poemas del libro, guarda las formas de la concisión que constituyen la etiqueta de los buenos modales del cronista. Y no por clásica es menos provocadora. Pero provoca con amabilidad, como invitando a una charla amena sobre el tema. Hay en este nuevo libro de Sietecase un mayor intimismo en el tono y una aún mayor cercanía con el lector que en los anteriores. Atrás quedó cierta grandilocuencia heredada que veteaba de ripio sesentista a algunos poemas de sus primeros dos libros, Y las cárceles vuelan (1986) y Cierta curiosidad por las tetas (1989) pero que se fue mesurando y refinando en Instrucciones para la noche de bodas (1992), Fiesta rara (1996) y Pintura negra (2000).
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