CARTELERA
› Por Margarita Scotta
Para Silvia
Un minuto
Una propuesta muy particular en Nueva York apunta a resolver una encrucijada clave del encuentro amoroso: Un tipo de bar llamado "Eight minutes dating" combina una cita cronometrada en ocho minutos, así como la entrega de tarjetas numeradas entre quienes anhelan un encuentro con alguien, sin dar tantas vueltas malgastando el tiempo. Se trata de la categoría de boliches "speed dating", que más allá de la lógica enrevesada pero veloz de sus reglas, nos recuerdan algo verdadero.
Dos minutos
Que las orillas entre el amor y el tiempo suelen ser impuntuales; difíciles de precisar en sus puntos de contacto porque el tiempo del reloj nunca podría ser el mismo que la temporalidad de la jugada amorosa.
Tres minutos
¿O habrán descubierto el dispositivo sentimental que al fin traduce la variable tiempo en un reglamento manipulable que asegura contra las búsquedas ociosas?
Cuatro minutos
Si así fuera, ya no escucharíamos esas demoradas preguntas que llegando tarde dan la medida de lo humano al tiempo físico incluyendo en la cita la espera y la precipitación hacia otro: "¿Lo llamo yo o dejo que él me llame?" (estoy ante la posibilidad de probar mi interés o de que me sea probado); "se lo digo hoy antes que se vaya o nunca" (puedo transformar lo posible para mi vida en imposible en menos de un segundo si invento este día entre otros como decisivo); "¿y si ella persistió en volver conmigo después de lo que pasó, cómo no seguir?" (sólo así pareció tornarse creíble que me ame); "y si no me hubiera casado con la única que duré, ¿con quién estaría si con ninguna otra duramos?" (a lo largo y a lo ancho del tiempo también puedo quedarme sin la posibilidad de mi decisión aunque esté con alguien).
Cinco minutos
¿En qué se convertiría la vida amorosa humana si pretendemos anular la sensación de pérdida de tiempo que la acompaña? Porque si le quitamos al amor el poder arbitrario de elongarnos el tiempo, ¿no estaríamos, precisamente, despojándonos del consuelo más atractivo por nuestras tardanzas?
Seis minutos
Es que intuimos que el totalitarismo del minutero no podrá jamás otorgar el valor extra que adquiere aquel que amamos.
Siete minutos
Sino que, justamente, esa llamativa transformación del valor del otro a través de lo amoroso es lo que comenzarß a marcar nuestro tiempo en un ritmo de tictac diferente.
Ocho minutos
Entonces, el segundo de una mirada se prolonga como días (es casi un modo único en que desconozco la utilidad de mis horas); hay momentos que parecen alcanzar la eternidad porque nos vuelven desde el olvido toda la vida (¿no serß un modo privilegiado de conocer lo eterno?); y hay otros momentos, demasiado breves sólo porque los deseamos mßs extensos (¿no serß un modo único de conocer la finitud?); una semana para el próximo encuentro se dimensiona como tres meses (¿no es un modo inexplicable en que se alarga mi vida aunque puedo sentirme más muerto que vivo?).
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