CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
¿Dónde está el texto? ¿nace de alguien, de algo?, pasa a la birome o teclado, fibra, papel, a la pantalla. No sé. Desde haber sido un pensamiento adquiere cuerpo, economía. Cuna imprecisa, viaje espectacular. Sereno, crece como un durazno.
Aumenta, el texto aumenta, tampoco se sabe dónde, desde las avenidas a los cielos, a las manos de quien resume la ciudad, la transforma en fábula.
Rosario usa solventes de lenguaje. Adjetivos la hacen, la trituran.
Escribir, hacer que las palabras se casen provisoriamente con las cosas para volver a divorciarse y disparar este circuito al infinito.
¿Dónde está el texto? De la cabeza a la mano, a los ojos, al lagrimal, a la risa, al diario, a nuevos ojos, a las mesas de los bares, oficinas, consultorios, mesas de carnicero. Los renglones viajan, puntos, comas, acentos, letras hache salidas de la locura, el diccionario, la conscripción, el cementerio.
El texto viene de la revolución. Entra por una mujer o un hombre y los transforma en nada, ¿muele el género?; andantes, las palabras modifican las plazas, tallan la Circunvalación, edifican una costanera para el habla. Y la noche. (Te subirías a mi bote y estaría hecho de lo que te cuento).
Pero, señores, ¿dónde está, finalmente, el texto?. Pasó por casa, regó las plantas, atontó al vecindario, luego escapó por la radio, se escurrió en las orejas de una escucha, siguió viaje en la opinión de dos sutiles señoritas, lo sostuvieron albañiles y se perdió en el ruido de Rosario.
El texto verde de la vida, el rojo de la tarde.
El texto al sol.
Conjunto de las razones y sus jugos, el dermatólogo con itis e ismos, el abogado abarrotado de códigos y faltas.
¿Dónde está el texto? Sale de acá, va pa llá, entra en un teatro, divierte, persuade, comete una milonga; el texto tiene vía en el trovador.
Se mueve, se levanta el telón y ahí está, los espectadores se van charlando, lo llevan en alforjas.
Hace archipiélagos en la piel, que va marcada por lo dicho, floja de amor, parada de espanto, abierta de comillas.
Hay textos que ponen el cuerpo en alquiler.
El texto, el texto transatlántico, el que transita actores y auxilia al canillita, el que quita o da fortuna de galeón.
Recorre preguntas; son granos de verdad en camisón de seda o de gramática. El texto nadador, capaz de navegar en agua dulce por el camino de la luna. Con su modo gaseoso, sustantivos generosos, carrera de propósitos. Cuernos de verbos desparramados por la tierra. Palabra Oroño, dueña de mis pasiones.
¿Dónde está el texto que tanto y tanto me desespera?.
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