CONTRATAPA
› Por Eugenio Previgliano
Yo sé que esto es feo.
Es como si una señora que está empezando a terminar el cursado de sus cuarentas; que cultiva con fidelidad una relación bien urdida, madura, afectuosa sólida y estable, pero necesariamente colmada de infrecuentes liberalidades con un Sr. ya bien entrado en años, quien ha sido durante la juventud de ella además, su profesor, su guía y acaso sin saberlo, su última oportunidad, una noche, tal vez aliviada por una copita de anís de más, tuviera el ímpetu desafortunado de comparar corpus presentiae a alguno de sus amantes ocasionales con los demás partenaires tolerados, fomentados y subsidiados por su favorecedor y estuviera al borde de reprocharle, dijéramos, sus virtudes viriles, el espesor, la barriga, la chillona discordancia del color de su camisa respecto de las bragas de ella o su performance como macho, pero la verdad es que mi recuerdo del mundial de Fútbol de Francia de casi diez años atrás, poca oportunidad tiene para sacar ventajas respecto de la Rugby World Cup que se disputa en estos días.
Mi extranjería en el mundial de entonces se compensaba ampliamente con mi condición de triste, cordial y legítimo argentino: Me bastaba con pedirme un vaso de vino a las diez de la mañana en cualquier bistró de París identificándome como compatriota de Carlos Romualdo Gardés y don José de San Martín para que de inmediato todos los presentes así como alguno de los que fueran llegando después hicieran uso del privilegio de entenderse con un especialista sin preocuparse por mi piel oscura, mi acento italiano, mis modales refinados y bastos, ni por el injusto desprecio de mis congéneres del Cairo frente a los cuales no hubiera podido yo ni balbucear una palabra no digo ya sobre el mundial sino ni siquiera sobre un partido de Central Córdoba. ¿Qué podría esperar hoy yo de esta copa del mundo de Rugby? Mucha cerveza ha corrido bajo la ciudad de París desde entonces y el equipo azul ya no tiene -pumas mediante- la posibilidad de terminar la primera etapa habiendo ganado todos los partidos, y aún en la mejor de las perspectivas, deberá enfrentarse a los All Blacks, favoritos del campeonato, sin tener un Zidane cabeceador que lidere al grupo.
Como contrapartida -me dirán- los años habrán en mí resultado en el olvido de muchas cosas, mi venerable madurez será un obstáculo para que la policía me mande los perros a olfatearme, podré volver cuando quiera sin temer que en Ezeiza me deriven a la ESMA; la larga lista de romances frustrados me tendrá a salvo de insanas pasiones de último momento y como soy pobre, veterano y algo zonzo es altamente improbable que ninguna bailarina del Follies Bergere se enrolle sentimentalmente conmigo: la copa del mundo me tienta. Acá en Rosario sin embargo, las cosas siguen resultando distintas, un poco a causa del campeonato, pero algo a causa de la gente. Hay celebridades como el colorado Vázquez que tras el notable partido de los Pumas contra Francia abjuran de todo lo que han dicho en contra del juego de la pelota ovalada durante muchos años y se arrepienten de no haber ido más que a una o dos prácticas cuando a fines de los años sesenta, después de la primer visita de los gazelles a la Argentina, los invitaron a jugar al Rugby. Otros, resignados a ver este juego desde afuera lo asocian con el box, el catch o la lucha libre y traen a colación las hazañas del Mono Gatica, de Monzón, de Karadagián o del Aguilucho sin poder considerar que todo ese tufillo justicialista que bordea esas gastadas glorias deportivas, amateurs y patrióticas ya ha sido, junto con el moñito que lució Perón y el rodete de Eva Duarte, resignado al baúl de los malos recuerdos a la espera de que vengan al fin los tiempos de cambio y se termine con la humillación a los militares.
Necesito -le digo entonces a un amigo concejal- que me des una mano con el pasaporte porque desde el proceso me pasa que cuando entro a una taquería y hablo con un milico no puedo dejar de evocar el recuerdo de las sensaciones que produce la corriente eléctrica cuando discurre por los tejidos epiteliales y quiero cumplir mi promesa de que si ganaba el que te dije me iba del país.
Antes -me dice él- no había tanto recurso ni tecnología y una respuesta buena era irse a la estancia pero cuidate -me agrega- que el largo brazo del estalinismo llega muy lejos en el extranjero y si no -me recuerda- pensá en Trotsky caminando por Coyoacan.
Me voy de la entrevista política un poco sentido evocando aquel catorce de Julio del noventa y ocho en que Jacques Chirac condecoró a Zidane. No nos preocupemos ha dicho días atrás el presidente Sarkó del brazo de su bella esposa Cecí: que todavía nos queda el fútbol.
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