CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio *
"Si te pesa el bolso a la hora de cargarlo, si te cuesta encontrar la ropa y ni soñás con comprarte botines nuevos va siendo hora que aprendas algo útil para el equipo: saber preparar el asado".
Pintada en un vestuario
Este cronista, jugador fullero de palabritas, encuentra que la figura poética denominada paronomasia, que es la proximidad de palabras con sonidos parecidos y significados distintos consistente en la sola alteracion de una palabra para cambiar sentidos, es lo que se impone en este ritual de pantalones cortos y edades suspendidas. Vestuario por bestiario. Eso es. Todas bestias semifósiles trabajando con dedicación sobre sus indumentarias, arrastrando sus magulladuras, sus linimentos, sus quejas precompetitivas constituyen un cuadro del Bosco con luz sempiterna de cuadro renacentista.
Luego, en la canchita iluminada pobremente con lámparas canyengues el cuadro es otro: hay optimismo y una fe enorme por pasarla bien. Este cronista repasa algunos puntos que vistos en perspectiva son mundos opuestos. Cuando uno era un pichón de crack te pasaban a buscar y si tenías telefono te llamaban o confirmaban hasta con paloma mensajera si ibas: eras el privilegiado, la carta ganadora. Ahora hay que rastrear al que tiene auto y lastimeramente esperar sus horarios convenientes y si tenés suerte te levantarán en una esquina.
Antes sobraban los jugadores, ahora si se juntan cinco de cada lado ya es un triunfo. Antes uno tiraba y tiraba al arco, ahora los tirones te mandan al arco. Antes uno jugaba gratis, ahora tiene que pagar. Antes las horas posteriores al partido pasaban largas, ahora todo el mundo huye tras el evento como agentes de la bolsa de Tokio. Antes te lucías ante una dama ocasional, ahora la dama refunfuña si tardás en regresar. Antes y después. Siempre lo habrá. No se trata de melancolizar: el presente es una raya movible, no un estigma lacrado.
Pero la edad apacible y febril ha mutado en un tiempo de magras explosiones y mucho de voluntad. Hay poco desborde y mucho cálculo. Pocas filigranas, pases seguros y al pie. Como en el fútbol. Uno teme llegar tarde al cruce, debe calcular con eficacia cuando el enemigo va a pisar el área, cuando el peligro es real y cuando es ficticio, cuando conviene salir a cortar o dejar pasar el centro largo, cuando correr tras esa sombra saltarina o dejarla irse por el lateral. Cuando abandonar o quedarse. Cuando el dolor se soporta o cuando se lo puede olvidar rápidamente gracias a la magnífica adrenalina de la felicidad. Ahora que somos adultos el tiempo es veloz y las redes no se inflan con vértigo, no es sano rememorar aquel gol impedido por un poste o una pila de ropa; esa tarde donde probaban jugadores y no fuimos o esa otra en la que íbamos ganando y hubimos de abandonar el encuentro reclamados por una madre molesta quien hacia oír su pregón llamando al infeliz para algún mandado. Quisimos ser jugadores de fútbol y no lo logramos. Quisimos ser "figus", salir en la tapa de El Gráfico, que nuestra foto encuclillados con la de cuero entre los dedos esté pegada en las tornerías y sean parte de almanaques. Algo falló. O eramos poco buenos, inconcientes de nuestras herraduras o la mala suerte nos jugó en contra. El tema, amigos es hacer descansar esta prédica que puede resultar incómoda o dolorosa. Piedra básica, fundamental, futbolera que no sirva para tirar sobre la tribuna adversaria ni sobre nuestras cabezas. Que sea una piedra basal donde asentarnos y sentir que la vida no nos dejó en offside. Una piedrita leve, el desprendimiento de un tincazo que suene a campanita: que si no fuimos jugadores es porque, inevitablemente fuimos designados a otra cosa, llámese Destino, Dios o Arcano del Argentino Medio.
Y que a ese algo que somos hay que desempeñarlo como si hubiese una tribuna ávida esperándonos en cada partido que pagó su entrada para ver un poco de arte, mucho sacrificio y fair play. Lo demás, lo demás es lo penoso de los que juegan sabiendo que tienen de antemano el partido arreglado. Y esto de nada le sirve a nuestro álbum de figuritas.
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