CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Como si alguien me hubiese robado las palabras, era incapaz de narrar la sigilosa inmovilidad de la luna en la ventana.
Uno: Ni religión ni política. En la mesa familiar, digo. Ni religión, ni política ni fútbol. Bueno, la verdad que el fútbol en casa nunca fue la piedra de la discordia. Ni siquiera una piedrita. Alguna vez le dije a mi viejo, yo me acuerdo, que maldecía no tener la pasión del futbol. Porque eso me hacía extranjero en este país. A él se le notaba que no era de acá cuando no podía con la jota. A mí, con la carencia de ira por la pelota. El no lo sintió como un reproche porque amaba el futbol. Desde jugar en las inferiores del Torino, allá en su Italia natal, probarse (¿o jugar? Me parece que jugar) en la cuarta de la Juve y llegar a hacer la América poniéndose la camiseta de River, había tenido siempre, él, la llama de esa pasión. Es cierto, me dijiste, que su socio creyó que la sangre dicta casi todo y me compró, ni bien nací, la camiseta de Boca para llevarle la contra. Pero a mí, la verdad, ver rojo y blanco nunca fue como el ajo para Drácula. Sí, bueno, puede ser, si pienso hondo, que algún domingo le haya prestado la oreja a la Spica para saber si Marzolini la metía y gastarlo un rato al viejo en la cena. Pero hasta ahí. La pasión es otra cosa. Dolores de estómagos, cristalizaciones del fin del mundo cuando el equipo va al descenso, la vida no tiene sentido por un penal mal cobrado, no hay nada peor que la cargada del compañero de laburo cuando el lunes se perdió. Eso, y lo digo como lamento, lo miré siempre de afuera. Así que, en casa, ni religión ni política.
Dejame que te diga que lo de la religión fue sencillo porque salvo mi madre que había colgado el cuadro de Cristo en la cabecera de su cama como todo gesto de devoción y eso porque lo había pintado su hermano, el cura, el resto, ni cinco. Sí. Tengo un tío cura, me dijiste y me miraste con la tranquilidad de a quien jamás le pesó la cosa. Ni para bien ni para mal. Poco peso de la santidad en casa. Ni santos de yeso, ni penitencias con Dios te salve, ni irnos a la cama con Pésame Dios mío. Poco. Cada cual eligió. Yo tomé la comunión porque los pibes de la cuadra lo hacían. Había que ir una vez a la semana al galponcito de atrás de la Iglesia para tratar de entender lo de uno y trino debajo del cinc que hervía con la subtropicalidad rosarina y encima aceptar que confesarse ante un hombre era ser perdonado por el Padre. Osé decir si no era mejor charlar directamente con el de arriba y evitar la sotana sentada en un cubículo de madera. Así me fue con el sopapo del Ministro. Si así pega el de abajo, pensé, imaginate el de la eternidad. Una vez la preguntaron a mi viejo si creía en Dios y en la Iglesia. Dijo que en Dios podía ser. Pero como en todo en la vida y en la religión también, la intermediación encarece el precio final del producto. Lo entendí de más viejo, claro.
O sea que el tema era la política. Eso me dijiste. Y tuve que convenir. Entonces explicame porqué andamos a los gritos este domingo de asado al aire libre discutiendo categorías y corrientes ideológicas de los que alquilan el poder. Tu pregunta fue cuando llegó la ensalada de fruta con helado, antes del amargo digestivo que se acostumbra en casa para engañar la conciencia y creer que picada, pan, salame, queso, tinto, achuras, tinto, costilla, ensalada, tinto, vacío, papas con mayonesa y perejil, tinto, pollo y tinto pueden ser digeridos por obra y gracia de una hierba de lo más noble. Tu pregunta fue, que querés que te diga, tarde.
Todo comenzó con un adjetivo. Ahora, ya pasé los cuarenta, es cierto, entiendo que los sustantivos explotan menos que los adjetivos. No es el fondo. Es con qué se lo sirve a ese fondo. Alguien a quien no recuerdo, lo podría confesar con el de arriba, dijo que era hora de dar paso a un modo más progresista de hacer política. Es verdad que a la mesa estaban sentados los que habían votado a los de antes, lo que implicaba acusarlos de no progresistas, enfrentados con los ganadores de setiembre y octubre que pusieron cara de estandarte de progresismo. Y estábamos nosotros, los que nunca ganamos ni a los fosforitos en los cumpleaños infantiles en donde se supone que hay regalos para todos. Se supone, en nuestro caso. El tema fue que adjetivar de progresista derritió el helado y puso agria la ensalada de frutas.
Progresistas qué viene siendo, dijeron como inquisición irónica del ala perdidosa. La batalla estaba instalada. Progresista es lo contrario a vos, le dijo un sobrino a un tío, que cree que los oxidados de siempre deben seguir esquilmando a este país. Progresista sos vos, se rió el tío pidiendo cognac a su esposa para templar la ensalada y el helado (juro que dijo templar), que en tu vida trabajaste y tenés veinticinco pirulos de vago viviendo a costillas de conservadores como tu viejo, preguntó retóricamente. Ante el clima, recurrí a lo que sobra en casa. No a la contemporización, claro, sino al Diccionario. En voz alta, casi teatral, leí: Aplícase a un partido liberal de España que tenía por mira principal el más rápido desenvolvimiento de las libertades públicas. Dícese de las personas, colectividad, etc, con ideas avanzadas y de la actitud que esto entraña. Real Academia, acoté.
El Fernet tiene propiedades digestivas casi milagrosas. Mi madre apareció con dos botellas, dijo que la aburrían las peleas política de gente bien comida y tomada y pidió que todos brindáramos como hacían los abuelos en Piemonte para estar bien de la panza y della testa. La commedia é finita, dijo. Y todos nos callamos. Y tomamos, es cierto. Pero yo me quedé pensando, me dijiste
Cristina Fernández no es hoy ni senadora ni presidenta. Y el viernes se sienta a la mesa de decisiones de la Casa Rosada y anuncia un acuerdo por la canasta navideña que, de paso, nadie mostró en contenido ni continente. Pongo dudas sobre si corresponde. Me decís que es lo mismo. Una semana antes o después de que asuma, ganó el mismo partido. Siento que confundir el poder institucional como un bien ganancial es poco progresista. Todo lo que se adquiera durante el matrimonio se presume bien ganancial. ¿Incluye una elección y el cargo de Presidente?
Un grupo de ocho legisladores de la Coalición Cívica se separan de Elisa Carrió por no estar de acuerdo con el conservadurismo económico y político que ella impone al grupo trayendo a Alfonso Prat Gay y Patricia Bullrrich. ¿La legisladora santafesina (y todos los que fueron a elección en octubre) objetaron antes de los comicios del 28 ese conservadurismo? ¿Se quejaron antes de ir Colgados del nombre de quien obtuvo el 23 por ciento de los votos en todo el país? ¿Ahora actúan como progresistas?
Diana Conti propone por ley que los jueces de la Nación cumplan horario en sus despachos de 7 a 13 como dicen que trabajan en el tribunal. Los legisladores progresistas, ¿cumplen horario? ¿Sólo cumplen los que potencialmente pueden opinar distinto a mí?
De un momento a otro, el precio del viaje en colectivo de pasajeros en Rosario va a aumentar. Porque las variables del mercado han aumentado. ¿Ser socialista no es pensar en un estado que mitigue la realidad del mercado que golpea, sobre todo, a los más pobres? ¿Y ser progresistas, qué es a la hora de andar en ómnibus?
Lo que duelen son los adjetivos. No los sustantivos me dijiste una vez. Ahora entiendo. Ahora
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