CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio *
11-2-del 2006. Los brasileros ya habían errado el penal: se lo había sacado al córner nuestro número uno. El tipo la paró cerca del área grande, gritó para avisar; se sacó a un marcador, luego a otro y en cuanto intuyó que el arquero salía a tapar la puso dentro del arco con maestría. Era el gol contra el último ganador olímpico. Era el de la final. Argentina campeón del mundo en fútbol. Dicen que presintió al abrazo de los compañeros que se le vinieron encima y que lo voltearon, derrumbándolo en una maraña humana. Dos mil personas gritando lo aturdieron con sus gargantas. Silvio Velo, comparado hasta con Maradona, intuyó hasta el color de ese grito: una explosión de luz redonda, contundente como un pelotazo entre las cejas. Luego, el pitazo y la algarabía: dió la vuelta del brazo de sus compañeros y de otros anónimos hinchas. Alguien le puso en las manos el trofeo y lloró, lloró largamente con sus ojos mojados por la transpiración. Ya se sabe, cualquier cosa es válida en los festejos, aún lo exótico.Caretas, remeras pintadas: él eligió el antifaz previsible, solo que a la inversa, se lo quitó en los vestuarios, antes de la ducha.La pelota triunfante como un coco tintineante durmió a sus pies esa noche. Era la del Campeonato del Mundo, otro título para Argentina. Por la mañana su esposa Claudia, como la del Diego, le leyó los titulares.El copete estaba dentro, no en la página uno ni en la central, pero estaba .Bebió el jugo y se estiró.El retintín de la pelota le recordó el golazo de la jornada anterior y sintió un vago estremecimiento.Afuera jugaban sus chicos y el leve frío se debería a alguna ventana abierta.
29-9 del 2007.Los ingleses esperaban: eran visitantes. Duros pero con un arquero un poco excedido de peso.Imponente y algo añoso pero experimentado. Salieron con furia los piratas.Marcaron firme de entrada, se puso rasposo el partido; cuatro amonestados y un inglés con la cabeza rota.Sabía que lo buscarían a él, el más hábil , por eso, inteligentemente se retrasó , la pidió en su campo y con ojos bien abiertos distribuyó lejos de las patas de garfio que lo buscaron todo el partido.Al fin, vino el premio: habilitación perfecta a Montero y la pelota que entró sesgada, a un palo, lejos del inglish que se estiró pero no pudo. Luego, diez minutos de control de pelota y contraataque.Al fin, el referí, pitó y Argentina se consagró Campeona. La gente se le vino encima, estallaron los gritos y Carlos besó la camiseta una y otra vez sonriendo en su enmarcada dentadura perfecta , apuntando su alegría hacia sus amigos, sus parientes, allí cerca, en esa canchita casi sin tribunas pero prolija de Defensores de Belgrano. Se había ido de Argentina porque lo discriminaban: había vuelto para darle un título. Campeones y nada menos que en casa. Luego, la cena, los premios, el alcohol festivo, el baile en la disco Pachá y la mañana, donde previsiblemente el logro escrito sobre papel de diario estaba dentro, en un apartado, casi como una rareza.Alguien llamaba, no era de un medio.Un colega, otro campeón , le dijo su compañero de departamento y le pasó el tubo. Era Silvio, el diez de los Murciélagos, el equipo de no videntes que lo quería felicitar. Hicieron chistes: las porristas travestis con sus soleritas rosa y celestes; "Su" Giménez apuntando que "¿deberían haber salido a la cancha vestidas como mariquitas locas, no?" Comentaron que en un año y medio dos campeonatos mundiales de fútbol, mientras que los otros, el equipo de los millonarios, de los caprichosos Bielsa, el de los enfriados Brujitas y los erráticos Batis no habían ganado nada, pero que salían hasta en tapa de las revistas evangelistas . Fueron respetuosos, ni se burlaron.Al fin y al cabo eran sus colegas.-Sabés?, carraspeó el goleador y capitán de los Dogos, el equipo recientemente campeón del mundo en fútbol gay. Los ciegos y los putos no son futbolistas: son enfermos que juegan para rehabilitarse.Y las carcajadas resonaron por todo el Río de la Plata.
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