CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
Las últimas hojas del cuaderno cuadriculado de tapas azules están en blanco, salvo por una aclaración de Nicanor Pérez en los renglones finales, un par de líneas escritas en lápiz negro de punta gruesa: "regalo de mister Wingren, quien comete la inaudita falta, por lo menos para él, de cederme algo que alguien le compró un lejano y triste otoño, en Montevideo". Antes de esa especie de nota el pie, varias páginas vacías y antes un texto sin terminar y antes los apuntes de Nicanor para ese fragmento incompleto: "soñé, o creo que soñé, un encuentro de Sam Spade y Philip Marlowe (o de Humphrey Bogart y Robert Mitchum, pero acaso sea lo mismo) en un bar de Rosario"; "no me queda claro de qué hablaban; sí que fumaban y bebían y conversaban"; "mister Wingren debería ayudarme en la redacción; él es más hábil para componer diálogos, aunque debo convencerlo para que no pretenda un relato claro, estricto, de un sueño, o mejor dicho, del recuerdo de un sueño". Como un homenaje a nuestros amigos ausentes, con Fernando hemos intentado completar esa narración trunca: él ha sugerido acotar algunas de las típicas divagaciones de Nicanor; por mi parte, logré un cierto desorden, aunque sea mínimo, en los pulcros razonamientos de mister Wingren.
Sentados frente a frente en la mesa de un café poco iluminado, con un pianista que intentaba imitar a Teddy Wilson y no le iba mal del todo, conversaban mientras fumaban cigarrillo tras cigarrillo y bajaban con pausa pero con persistencia sus tragos Sam Spade y Philip Marlowe. En este caso representaban una charla entre Bogart, como Spade, y Mitchum, como Marlowe. Hablaban sobre el papel que el azar podría haber jugado en sus vidas y de la libertad de elegir que habían tenido. Pensaban que sus padres, y cuando decían sus padres se referían, claro, a Hammett y a Chandler, les habían dado una libertad que no era común que los padres dieran a sus hijos. Les parecía que el azar había cambiado poco sus vidas pero que la suerte, que por cierto no tiene nada que ver con el azar, sí había estado presente para bien o para mal. Ya viejos, todavía miraban con avidez aquello que les había atraído desde siempre: la vida en general, con todos sus matices, del negro al blanco pasando por la sucesión de grises que nunca llega a tener fin.
¿Por qué este tema del azar? preguntó en un momento Spade, mirando distraído el humo espeso de su cigarrillo.
Porque creo que por azar nos hemos encontrado aquí a la hora que más me gusta estar en los bares, cuando recién abren y hay poca gente, el pianista, aquellas dos rubias solitarias y maduras, aquel hombre tan viejo como nosotros que ya va por su quinto whisky respondió Marlowe saboreando su trago.
Pero yo creí haber recibido un llamado tuyo, ¿no me llamaste? se sorprendió Spade, exhalando una interminable bocanada.
No dijo Marlowe. No te llamé, y a mí nadie me llama desde hace mucho. Sin embargo, había estado pensando en vos porque acababa de releer "¿Acaso no matan a los caballos?".
Eso no es mío protestó Spade y esbozó una sonrisa torcida.
Ya lo sé admitió Marlowe con un largo suspiro, y apuró el contenido de su vaso, pero sin vos ninguno de nosotros hubiese podido existir.
Es probable. ¿Acaso importa ahora cuando somos apenas una sombra en el pasado?
Sí afirmó Marlowe, y pensó que una sed remota le secaba la garganta, todavía importa.
Mientras dialogaban, el anciano se dirigía con sigilo hacia la mesa en donde estaban y ellos pudieron advertirlo porque el anciano, que en realidad no era tan anciano, pisó un vidrio en el piso y el crujido los hizo girar y ambos dispararon sus armas, algo antiguas pero impecables, y en cambio el anciano que en realidad no era tan anciano no tuvo tiempo de disparar la suya.
Aún podemos con esto dijo Marlowe un poco sorprendido, y se incorporó lentamente.
Después de tanto tiempo, ¿quién ha mandado matarnos? se quejó Spade, molesto por la interrupción y porque había tenido que soltar su cigarrillo.
Juntos dieron unos pasos hasta el cuerpo caído. Como estaba boca abajo, lo dieron vuelta y le miraron un rato la cara. No tenían la menor idea de quién podía ser. Entonces descubrieron que algo raro ocurría: el pianista seguía tocando una aceptable versión de "Laura", las dos rubias permanecían en su mesa y no miraron hacia donde estaban ellos, los mozos, las mozas y el barman habían desaparecido.
Hay muchas maneras de borrarnos y creo que ésta ha sido una opinó Spade al volver a sentarse.
¿El motivo para hacerlo? quiso saber Marlowe.
Que tal vez ya hemos sido borrados y solamente a fuerza de tenacidad hemos regresado y nos quieren volver a sacar explicó Spade.
Sí, puede ser, pero no hemos intentado hacer nada de lo que hicimos en el pasado. No entiendo. Todo se repite y sin embargo no somos nosotros los que lo repetimos razonó Marlowe.
El pianista ahora iniciaba una improvisación, desde el comienzo, de "Deseable". No le iba nada mal, y hasta parecía citar en algunos momentos a Charlie Parker. El barman había reaparecido. Las rubias seguían, absortas, en su charla, pero las dos habían girado la cabeza hacia la mesa que ocupaban Spade y Marlowe. Una de las chicas que atendía (las mozas y los mozos también estaban de vuelta) se acercó hacia ellos, bandeja en mano.
¿Qué van a tomar? preguntó con desgano.
Otras copas de lo mismo contestaron casi al unísono.
La moza los miró con poca simpatía.
Ustedes recién llegan, todavía no han tomado nada dijo con aspereza, ¿qué es lo mismo?
Ni Sam ni Philip se asombraron. Y tampoco cuando en ese mismo instante el anciano que en realidad no era tan anciano y estaba tendido en el piso, inmóvil y muerto, se levantaba y se dirigía a la puerta.
Ya volveremos a encontrarnos les anunció, con sorna, al pasar junto a ellos. Tenía el brazo izquierdo un poco tieso y los ojos claros, impávidos.
La muchacha, de pie al lado de la mesa, ni reparó en su presencia ni escuchó lo que decía. Esperaba una respuesta golpeando con sus dedos la superficie de la bandeja.
Perdón se disculpó sin necesidad Marlowe, usted es tan bonita que nos confundimos. Le pediremos en un momento. No tardaremos, se lo prometo. Y otra vez, perdón.
La chica se fue, refunfuñando. Se apoyó en el mostrador y se puso a conversar con el barman.
¿Qué es lo que debemos hacer en un caso así? preguntó Spade, y encendió su séptimo cigarrillo.
No lo sé, ni siquiera tengo una vaga idea, el comienzo de una intuición. Lo único que sé es que las dos mujeres rubias ahora son bastante más jóvenes, el pianista es otro y toca mejor, y el barman parece habernos reconocido apuntó Marlowe sin sorprenderse por su descubrimiento.
¿Cómo Spade y Marlowe o como Bogart y Mitchum? dudó Spade mientras daba unas cuantas pitadas a su cigarrillo.
Lo ignoro murmuró Marlowe, levantándose, y creo sinceramente que es mejor ignorarlo.
Ambos caminaron hacia la mesa de las rubias, que parecían listas para recibirlos. Evitaron mirar los espejos que colgaban detrás de la barra. Las rubias, por supuesto, ya tenían preparadas sus mejores sonrisas y habían elegido quién era para cada una de ellas. Marlowe y Spade volvían a comenzar una de sus historias de siempre, con una pequeña diferencia: a la única víctima del caso la habían matado ellos. Y sin embargo el anciano que en realidad no era tan anciano había algo así como resucitado y se había marchado del lugar prometiendo que se encontrarían otra vez. ¿Sería realmente así?
Antes de llegar a la mesa donde los esperaban las rubias, les quedó tiempo para un último diálogo.
Me gustaría ver a Raymond, invitarlo con un gimlet admitió Marlowe con algo de tristeza.
Mañana por la tarde le contestó Spade, sonriente otra vez, el cigarrillo casi apagado entre los dedos tomaré unas copas con Dashiell. Me parece que hace una semana salió de la cárcel agregó con orgullo. Sigue enfrentando con honor, con dignidad de otra época, a los mequetrefes del macartismo (algunos prefieren escribir macarthysmo, pero es lo mismo).
El pianista parecía más que entusiasmado con su propia versión de "Someone to watch over me".
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