Lun 14.01.2008
rosario

CONTRATAPA

Prohibidas por decreto III

› Por Sonia Catela *

Durante el período 76/83 caen bajo interdicción oficial y pública libros que plantean la crisis de la familia y la moral tradicionales, (como Ganarse la muerte de Gambaro), o cuentos infantiles que promueven la solidaridad y la tolerancia con el diferente, (así, Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Bornemann y La torre de cubos, de Laura Devetach), a los que se suman las proscripciones de las autoras Iverna Codina y Roma Mahieu por textos culpables de "captación ideológica".

Juegos a la hora de la siesta, obra de teatro de esta última, mereció el contundente y escueto Decreto N° 15 del 9 de enero de 1978, el que se reproduce como muestra del lenguaje de la censura: "Art. 1. Prohíbese en todo el territorio de la Nación la circulación, distribución y venta de la obra de teatro Juegos a la hora de la siesta, de Roma Mahieu y secuéstrense los ejemplares correspondientes. Art. 2. Prohíbese la representación de dicha obra por cualquier medio, en todo el territorio nacional. Art. 3. La policía federal dará cumplimiento a la medida dispuesta. Art. 4. Comuníquese etc. Videla, Harguindeguy". Si bien no se especifican los valores del universo militar que afrenta la obra, al leerla se comprende que invierte categorías sagradas del discurso circulante, en este caso, chicos que se manejan dentro de una violencia que apunta a lo social y simbólico, y, de manera subliminal a la represión militar.

Fragmento de Juegos a la hora de la siesta, de Roma Mahieu. (Los protagonistas son niños. Se transcribe entre paréntesis el contexto que construye la autora).

Andrés: Lo maté... lo maté (al pichoncito)

(Alonso ríe. Los demás también ríen. Todo es muy histérico. Julito se para y aplaude)

Andrés: ¿Viste que soy bien macho? Julito, vení Julito, que te muestro una sorpresa... una cosa muy linda... dale, vení, una sorpresita, un regalito...

(Julito, dueño del pichón, se acerca. Andrés levanta la caja y la mantiene abierta. Julito mira adentro (...) y de pronto comienza a gritar:

Julito: ¡Aaaaaaaa ...! Mamáaaaaaaa...

Andrés: ¡mamáaaa...!

Grupo: ¡culpable!

Julito: ¡culpable!

Andrés: ¡Por lo tanto, vistas las causas, esta corte ha decidido que debéis tomar en vuestras manos al gorrión que se encuentra en esta caja y apretarlo hasta morir!

Carolina: Se le mueve una patita...

Andrés: Está vivo...

Susana: La puta que la parió ...

(Levanta un pie y lo clava dentro de la caja. Los niños miran dentro de la caja)

Andrés: Asesina...

Sergio: Está muerto.

Alonso: Lo mató ella...

Andrés: Acá viene la bruja... está condenada a ser quemada en la hoguera. (...) Arrodillate y contemplá tu maldad...

(Susana se resiste a arrodillarse. Andrés la toma de la cadenita y la arrastra (...) La cadenita se corta. (...) Andrés la arroja sobre la falda de Susana. La cadena cae al suelo; Susana no se mueve)

Andrés: Levantala.

Susana: Dejala ahí.

(Se levanta y la pisotea. Diego la empuja)

Diego: Che, es Dios...

Susana: ¿Y a mí qué me importa?

Alonso: ¿No lo querés a Dios?

Susana: No

Alonso: No lo quiere a Dios...

Susana: No

(Los chicos la miran extrañados y aterrados)

Andrés: Porque es una bruja asesina... por eso (...) ¡A ella!

(El grupo responde y todos empiezan a tirar arena a Susana. Es una batalla corta y veloz. Andrés se abalanza sobre Susana, la tira al suelo, después de una lucha, se le sienta sobre la cabeza y la inmoviliza en parte. Susana está boca abajo. Patalea y da manotazos.)

Andrés: Tápenla.

(Los chicos comienzan a acumular arena encima de Susana. Andrés aprieta cada vez más, tapando)

Andrés: Tápenla... Tápenla.

(Las piernas y los brazos de Susana se mueven cada vez menos. Diego salta de la hamaca pero no se acerca demasiado)

Diego: Andrés... che....

(Da otro paso, se mete las manos en los bolsillos y sale corriendo del parque. Susana, cubierta de arena, ya no se mueve. Los chicos dejan de amontonar arena. Andrés está sentado encima del montículo quieto).

Andrés: Ya está.

Carolina: Tengo hambre. Me llama mi mamá.

(Andrés se levanta. El montículo está quieto. Carolina sale corriendo; la sigue Sergio. Alonso mira consternado y comienza a retroceder de espaldas, hasta que sale corriendo. Claudia busca la bolsita. Andrés se acomoda la metralleta en la espalda, se encasqueta el casco y sale marchando, seguido por su hermana).

Se vedó la distribución, venta y propagación en todo el territorio nacional del libro Cuentos premiados concurso Leopoldo Marechal, de autores varios, editado por Editorial Plus Ultra, (Decreto N° 1459 del 20 de mayo de 1977).

Se adujo que pilares como el orden social, el sistema educativo, la seguridad, la moral, resultaban minados por el libro porque "algunos cuentos incorporados a éste atentan en forma directa contra los valores mencionados".

El argumento de que un escrito puede acrecentar las filas de la subversión, lo marca un singular párrafo del decreto: "El cuento titulado "La noche de las barricadas" de la autora Iverna Codina, describe tácticas subversivas con propósitos de adoctrinamiento y captación ideológica".

Al no haber podido encontrar en parte alguna del país el cuento "La noche de las barricadas", de Iverna Codina se reproduce un fragmento de "Los guerrilleros", Ed de la Flor, 1968, de la misma autora.

"(...) "De qué acción me hablás, che, recoger firmas para esos petitorios boludos: la bomba atómica, la convivencia pacífica, la palomita de la paz, señores generales sean buenitos no nos castiguen demasiado ¡dejame de joder! Me voy, chau, te veo mañana".

(...)

"¡Che, Jorge, anotame para la próxima revolución!"

Antes de ver la cara de los muchachos, de saludar, veo la carta sobre la mesa (...) Tengo tu carta en el bolsillo, Adriana, la estrujo para escucharte, para adivinarte.

"¿A quién responden ustedes?" pregunta el Crespo.

"A la CGT auténtica" dice Carlitos.

"¿Y las armas?, porque nadie se va a mover sin armas" dice el morocho seriote (...).

No, no me gusta nada, no sé por qué, por eso me adelanto: sin el apoyo de las fuerzas armadas no es posible el movimiento sindical, la liberación nacional exige... Adriana, vos me dijiste: "estás atascado de esquemas de erudición que sólo te sirven de fachada" (...)

"Respondemos directamente a los oficiales peronistas retirados por la libertadora".

"Y mañana van a saber si hay o no una acción coordinada porque..."

Mañana fue una tarde friolenta de mayo: toco tu mano y está fría, es la primera vez y tenés miedo, Adriana, yo también, te paso mi brazo sobre los hombros, te aprieto y subimos la escalera.

"Mi viejo fue peronista de la primera hora, después le asqueó la obsecuencia de tantos infelices y se alejó" dice Carlitos Liciaga.

"Y vos ¿por qué sos peronista?" le pregunta su primo Ricardo Rovira".

"Yo no es que sea propiamente peronista, ninguno de nosotros vivió el peronismo, éramos chicos, pero si hay que pelear por alguien, estoy con ellos, no voy a estar con los que echaron a mi cuñado, que era empleado público, y a mi hermano, que trabajaba en el Banco Provincia".

Toco tus labios con un dedo, Adriana, dibujo tu boca suavemente, dibujo una boca que quiero besar (...)

"Pero ¿y las armas? si Perón hubiera armado a la CGT para formar milicias obreras ¿no te parece Jorge?"

"Me parece que la historia es lo que es y no lo que pudo ser".

(...)

"Yo tengo otro puesto, no estoy de acuerdo con el terrorismo sin discriminación, si muere gente inocente, uno no puede sentirse un revolucionario".

"Pero es un arma de subversión que anticipa la huelga revolucionaria..."

"Sí, cuando tiene objetivos políticos bien definidos, hasta ahora ha sido sólo un arma de protesta muy peligrosa" aclara Jorge.

"Para el que no tiene cojones" dice el morocho.

"¡Yo los tengo, che, pero me gusta saber a qué los juego!" se indigna Jorge. (...)

Durante el terrorismo de estado vigente en la Argentina, según la investigación llevada a cabo por la autora de estos artículos, 87 publicaciones fueron prohibidas por decretos oficiales. En esta serie de notas se abordaron únicamente las que recayeron sobre escritoras argentinas. A Roma Mahieu también se le censuró otra obra de teatro, María Lamuerte, por decreto N° 39, 12 de enero de 1978.

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