CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
No, no creo que me importe saber si aquellos que leen los diarios, entre los que me cuento, lo hacen por esa curiosa superstición de la que hablaba Borges: pensar que todos los días ocurre algo novedoso, algún suceso que en verdad tenga importancia y modifique de alguna manera los acontecimientos de la historia. Ahora, agregados nuevos instrumentos de comunicación, esa superstición se ha superado y se supone que las cosas sorpresivas acontecen o pueden acontecer cada pocos minutos, quizá cada un par de horas.
Con frecuencia me distraigo algunos días mirando partidos de fútbol, y no es difícil descubrir que en ellos las cosas pueden pasar segundo a segundo. Cada noventa minutos van pasando esas como novedades y aún en aquellas ocasiones en que uno puede llegar a aburrirse (o al menos yo suelo aburrirme) o incluso dormirse (yo suelo dormirme), debo reconocer que el director, desde algún sitio que desconozco pero imagino, puede mostrarnos imágenes que nada tienen que ver con el juego pero nos distraen de la monotonía de lo que va sucediendo en la cancha. Las posibilidades del director son bastantes, ya que cada vez existen más ángulos desde los cuales enfocar las acciones y si hay un gol, una jugada confusa, un penal, alguna violencia, la cámara (o cada una de las cámaras) puede regocijarse con primeros planos, planos generales, ángulos invertidos, la reacción del público, y también todo eso puede repetirse hasta el cansancio. La televisión, es cierto, no puede inventar demasiado, pero puede omitir enfocar tal o cual cosa y modificar los hechos. La radio, en cambio, puede inventarlo todo. Los diarios llegan más tarde a los hechos, pero los pueden transformar a su gusto. Es fácil comprobarlo. Y no me refiero a un partido de fútbol sino a cualquier hecho, en especial aquellos relacionados con la política. La vejez y cierta tendencia a la inercia hacen que haya semanas en que conozco la realidad sólo por esos medios de comunicación. Y ya no me asombra comprobar que un mismo suceso, siendo el mismo, se transforme en unos cuantos que son totalmente diferentes. La televisión y la radio tienen la ventaja de lo inmediato, pero los diarios pueden hacernos conocer, en ocasiones sin pudor alguno, intimidades que por ahora los otros medios no pueden.
En el país donde vivimos hay hechos que se han sucedido sin demasiado vértigo (dejemos eso para la erudición) pero con bastante rapidez. La realidad, reconozcamos que tal vez no demasiado atractiva, nos habla de una evidencia: lo que pasó pasó de una única manera. Digamos que una persona que habla a un grupo numeroso de gente nunca será la misma para todos. Las cámaras pueden enfocarse de múltiples modos. Hasta hay ángulos que suelen pasar como novedades insospechadas. Los mecanismos de aproximación (el zoom creo que es uno de ellos) pueden llegar a lo impensable. Una imagen puede mostrarnos a esa persona de la mejor manera posible; otra puede solamente enfocarla de espaldas; una tercera mantener el ángulo desde el cual esa cara se ve mejor. También puede que el director de cámaras (pero detrás de esa actitud habrá siempre una intencionalidad) enfoque no a quien está hablando sino a quienes escuchan y miran. Allí en ese universo de rostros más o menos anónimos puede pasar cualquier cosa. Dejar la cámara fija en un primer plano sobre alguien cuyo bostezo parece interminable o dejarla, también en un primer plano, en alguien que llora, marca dos mensajes opuestos y carentes de toda inocencia. O se pueden enfocar dos o tres personas hablando y sonriendo. En todo caso, lo que se quiere decir no puede escribirse con la fuerza de la imagen. Aquel se aburría como un hongo (nunca supe por qué se cree que los hongos son aburridos), la otra persona estaba emocionada, los otros eran indiferentes a lo que se decía. Si es necesario ser más explícito se puede recurrir, al menos en los medios audiovisuales, a un montaje que convierta lo que sea en algo muy distinto. Al día siguiente, uno buscará confirmaciones en los diarios. Si lo que ha ocurrido tiene trascendencia, entonces habrá títulos en la primera página. Y es probable que todos sean diferentes y que en esa elección del título se encuentre toda una apuesta política. Más adelante, pero de eso no llegaremos a enterarnos, la historia se encargará de contar las cosas de acuerdo a la manera de pensar de cada historiador.
Si el que puede estar leyendo estas líneas toma algunos diarios de escritores y busca las anotaciones correspondientes al mismo día, podrá descubrir mundos opuestos y en otros casos aterradoras contradicciones. Lamentablemente, no hay fuentes que nos ayuden a comprenderlo o son inaccesibles. Podemos imaginarlo, pero hay un límite. Todos, o casi todos, queremos saber qué significado tenía la palabra "Rosebud", la última pronunciada por el ciudadano Kane, pero sólo algunos espectadores, no creo que todos, descubrirán el sentido que esa memoria tenía para Kane. En la historia de lo que ha pasado, pasa y seguirá pasando en el mundo, debe tener un significado que va más allá de las interpretaciones, pero no llegaremos a saberlo. Por mi parte, al menos, eso que llamamos verdad se desliza con demasiada facilidad por entre mis dedos. Por eso siempre sentí una especial predilección por esa anécdota que cuenta que el autor del guión de una película, basado en un libro que él mismo había escrito, no pudo contestarle al director por qué había matado a un personaje. No se acordaba o no quería acordarse o posiblemente no tenía ganas de ponerse a pensar en por qué había tenido la necesidad de matarlo.
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