CONTRATAPA
› Por Eugenio Previgliano *
Los perros, según me explican, también se suicidan en el parque por amor; e incluso Rainer Maria Rilke, en sus Cartas a un Joven Poeta, da una recomendación de cuantía para todos los que escriben: "no escriba poemas de amor", anota Rilke. Pero yo escribo estas líneas porque mi amante ocasional es una muchacha bella, con una mirada tornasolada que vira al verde los sábados por la mañana y empieza el día con una sonrisa suave que yo sé que ella no conoce.
Trae en general consigo una especie de primavera roma que oculta sus filos sutiles y corta el aire de las mañanas de otoño con un aire frío, como de un invierno de otros lados.
Cuando yo la veo triste ya se ha dormido: duerme ocasionalmente en mis brazos y yo le recorro esa piel pecosa que ella lleva celosamente a todas partes observando cómo el fino estremecimiento que recorre sus sueños también tiene sus momentos para mí.
De vez en cuando habla con un gesto breve y sus ojos cambian de forma: en esos ojos entonces encuentro la mirada de muchas mujeres que hubiera querido amar pero nunca conocí. Sus relatos tienen la inquieta facilidad del que busca, incluso los pequeños problemas cotidianos de la vida doméstica tienen una estatura aún sin haber bebido que me revelan buena parte del arte del buen vivir que yo hubiera querido para mí en mi primera juventud.
Las escandidas veces que nos encontramos trae a nuestra reunión un aura de felicidad que yo nunca pude encontrar sin ella: sonríe con sus pies pequeños, alegra con sus muslos finos, siente con sus labios bellos y esos pequeños destellos de paz que ella lleva siempre consigo me vuelven un hombre bueno, porque ella es una mujer virtuosa.
Nunca como entonces me doy cuenta de que soy yo el que está: digo frases inteligentes, entiendo al mundo con compasión, agradezco haber vivido para conocerla y me siento pobre para darle todo lo que merece. Incluso esas veces en que el disgusto preside la ocasión no me alcanza la pena para eclipsar la fuerza tremenda que me lleva a amarla.
La he visto caminar sola de la mano de las preocupaciones, pero entonces el mundo que la rodea toma una textura de incomprensible y su sola presencia hace al universo más tolerable.
Los largos años que paso sin ella los invierto en unas experiencias pasajeras donde mis ojos ven según los retazos de belleza que ella deja en mí: imagino comentarios para ella, invento colores para las cosas, pienso en lo espléndido que sería el mundo si tuviera otra ocasión de recrearse con ella, porque su presencia misteriosa le dá otro sentido a la vida y a las cosas.
Mi amante ocasional no tiene ninguna edad; es una niña inquieta cuando jugamos juntos, una señora asentada cuando regala sus opiniones, una joven prometedora cuando habla de sus proyectos, una persona de vida hecha cuando repasa sus logros y a su lado el tiempo parece haberse detenido en un enorme instante de felicidad donde caben el presente, varios pasados y distintos futuros, todos posibles, simultáneos y deseables.
Cuando está en el agua quisiera ser el agua que la rodea, el aire que la acaricia, el frío que la estremece. Si alguien la mira me inquieto pero a la vez me tranquiliza saber que estoy en el mundo, que también yo afronto día a día a la muerte, y cuando ella se dirige displicentemente a otros yo escucho antes el susurro breve que deja el eco de su voz que esas cosas frívolas y triviales a las que me ha acostumbrado la vida.
Sé perfectamente que tiene toda una vida en un mundo que desconozco, que seguramente tendrá una historia rica, apasionada y compleja y por eso yo, que soy un hombre que nada ha vivido hasta el momento del encuentro la escucho maravillado y lamento ser un hombre pobre, que ignora el mundo. Nunca encuentro qué regalarle: le envío flores, desayunos, poemas, invitaciones, inquietudes y desdenes, pero nada me satisface; incluso tal vez pienso muchas veces haya sido hasta descortes en mi afán de comprenderla. A su lado me siento breve, desnudo, insensible, tal es mi avidez por conformar mi deuda, sus sonrisas, su leve cabecear cuando me da un consejo, una sugerencia, una opinión.
Mi amante ocasional es una mujer comprensiva, lleva en sí el estigma de los que hemos sufrido y apunta al futuro bello con un optimismo contagioso y sonriente. Las pocas veces que llego hasta ella la felicidad me invade, me inunda, me justifica el sufrimiento, la cárcel, las muertes.
Tal vez un día encuentre que hay en ella mucho más que este oficio de amante ocasional, más que estos destellos de felicidad, más que esos instantes de belleza, ¿es eso posible? ¿podrá haber algo más que esta intensa oscuridad que vivo? ¿un largo laberinto de búsqueda del tesoro donde al tesoro se lo han llevado? ¿una vasta pradera de luz donde nos trajo el destino? ¿una navegación procelosa en medio de la tormenta? ¿un tiempo de felicidad plagado de contratiempos? ¿unos dias afortunados de sensatez donde el consejo de Rilke, además de atinado, me resulte practicable?
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