CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
Por una foto, sobre todo, en que aparece de espaldas, caminando hacia un bosque con Aldous Huxley a su lado, Anaïs Nin debe haber sido una mujer bastante menuda, con una cara atractiva, lo que no impide que la suya nos parezca la carita de un lemming, ese animalito que en un tiempo, junto a sus compañeritos, solía arrojarse al mar desde altas montañas en una de las zonas más frías de este sitio que habitamos y llamamos Tierra. Un suicidio colectivo que nunca llegó a explicarse, creo, pues hace tiempo que no leo revistas científicas. A diferencia de ellos Anaïs, si bien tal vez tuvo algunos intentos de suicidio, quiso paladear la vida a fondo y contarnos de qué modo lo hacía y qué era lo que buscaba encontrar en sus experiencias, como escritora, en parte, pero sobre todo como una mujer dedicada al oficio del amor, que ofreció tanto a hombres como a mujeres.
Nacida en París en 1903 y muerta en Los Angeles en 1977, vivió desde los once años en Estados Unidos. Y fue en ese tiempo, es decir más o menos hacia 1914, que comenzó a escribir un diario que continuó escribiendo hasta poco antes de su muerte. No sé cuántos tomos llegó a redactar de ese diario, pues era una escritora compulsiva de la misma manera que también eran compulsivos sus deseos sexuales. Muchos se publicaron en vida; otros fueron expurgados por ella misma, con el propósito que se publicaran, sin esas omisiones, cuando todos los protagonistas o la mayoría de ellos ya estuvieran muertos. Hacia comienzos de la década de los noventa se decidió que ya todos habían muerto y se comenzaron a publicar aquellas páginas que habían permanecido en una relativa oscuridad, pues muchas de sus búsquedas amorosas se conocieron, como las que tuvo con Henry Miller, con algunos psicoanalistas de renombre y también con la mujer de Miller, historia más conocida por la versión cinematográfica que por los libros. El amor en la vida de Anaïs Nin está analizado con lujo de detalles y reflexiones que llamaríamos de carácter espiritual por ella misma, una muestra de su introspección, aunque supongo que para muchos no era ella misma la indicada para ese estudio. Puede ser, pero lo mismo es algo apasionante. Como me ocurre con el cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, creo que ambas son obras que permiten analizar eso que pasa en el amor, la diferencia extrema entre lo meramente sexual y el estar enamorado, misterios que aún hoy perduran aunque la ciencia haya querido develarlos. Anaïs trató de todas las maneras ya que, por ejemplo, hubo un momento de su vida en que tenía relaciones amorosas con su padre, con Henry Miller, con la mujer de Miller, con un par de psicoanalistas y también con su marido.
Ahora leo "Incesto" (diario no expurgado, 19321934), que se publicó hace poco menos de dos años. La versión inglesa original es de 1992 y creo que hubo una en castellano en 1995, pero no he logrado encontrarla. Si en las narraciones de Anaïs (algunas de ellas encargadas por alguien que le pagaba por palabra) existe un clima erótico y en ocasiones alguien diría que llega a lo pornográfico, en los diarios prevalece, creo, un clima estremecedoramente poético. En una carta que dirige a ese tipo excepcional que fue Antonin Artaud, de quien también fue amante, le dice: "Mi amor, te amo tanto que no quiero hacerte mal. He venido a decirte la verdad, en la medida que la conozco. He venido a pedirte que me olvides, que me borres de tu vida, porque esa apariencia sobre la que hablaste es cierta. Hago daño, causo mucho dolor y sólo sé que sufro más que nadie, más que aquellos a quienes hago mal. Para mí es un misterio, terrible y aterrador, que Allendy [un psicoanalista con el cual también tuvo tormentosas relaciones] no ha sabido explicar. Escúchame. He llevado vida, luz y tibieza a aquellos a quienes he amado, pero también les he causado dolor. Allendy, en quien confié, creyó que era una santa y también le hice mal. ¿Ahora comprendes por qué escribo tanto sobre la leyenda de Alraune, la mujer creada por un alquimista? Fórmulas científicas envenenan las fuerzas naturales y surge Alraune, creada para destruir. (...) Me desalentó mi búsqueda de lo absoluto, porque ese anhelo siempre me ha conducido a la catástrofe. (...) Ay, Artaud, los que brindan la vida y la luz también hacen daño...". Textos como el de esta carta se repiten prácticamente en cada página. Debemos dar por supuesto que ella nunca pudo llegar hasta lo más hondo al tratar de comprender la conducta amorosa. Creo que nadie ha llegado. Cuando se llega al punto donde llegó Anaïs Nin se puede comprender la diferencia entre amar y estar enamorado, la distancia abismal que hay entre la infidelidad y la lealtad, la oscuridad laberíntica de los movimientos a través de los cuales llegamos a la experiencia amorosa.
Muchos han escrito que acaso entre el extremo libertinaje del Marqués de Sade y la vida de un santo que ha dedicado su vida a la contemplación se pueda encontrar alguna forma del amor que nos conforme, aun cuando siempre esos límites de la conducta del ser humano serán consciente o inconscientemente añorados. Lo absoluto (como bien lo experimentó Anaïs Nin) lleva como implícito el desastre final. Tal vez al hacer el amor con una extranjera que hable un idioma que desconocemos y que todo en ella nos sea como ajeno, podamos encontrar alguna respuesta. Pero después pensaremos que en realidad toda mujer es una extranjera que habla otro idioma y que es eso, justamente, lo que nos lleva a sentir la experiencia de un amor que se debate en un laberinto. Debe haber una Ariadna que en lugar de rescatar a Teseo (que después la traicionaría) rescate al minotauro y le ofrezca un amor que hasta ese momento el minotauro no ha conocido. (Un agregado final para el posible o imposible lector de estas líneas. Es bueno leer el mencionado libro de Anaïs Nin intercalando su lectura con "El amor loco", de André Breton. Había una edición en español publicada en México en 1967, treinta años después de que Breton escribió el texto original, de particular belleza).
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