CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
Tengo una amiga, amiga de una profesora mía, mamß de una conocida, abuela de una compañera de mi hija, socia de una ex socia del ex marido de la una ex gerente del ex Banco Ganadero, amiga también del padre del padre de mi actual pareja, es decir su abuelo, pariente de un tal García que era vecino del dueño de la verdulería cuyo verdulero había sido proveedor del asesor principal de la feria donde mi tía Estela entró a trabajar (después que el capataz de la malhería echara al marido y se quedaran todos en Pampa y la vía), cuñada de un sobrino casado con la bisnieta de otra amiga que emigró a España con un jefe de policía retirado, tío político del hermano de otro vecino que vivió años a dos casitas de mi casa entre la plaza y la comuna frente a lo Boasso y en ochava a la iglesia del cura que vino de Carmen por orden de una conocida del secretario de gobierno que lo trajo cuando se ordenó, y que resultó familiar de una casi familiar de un primo segundo que nunca quise ver porque sabía que no tenía el apellido verdadero ya que era hijo de mi padre, de una novia que él había andado cuando joven y la dejó embarazada y ella lo quiso tener y el padre de ella lo echó de la casa y nunca mßs lo volvió a ver; amiga también de mi hermana que cuando se enfermó la cuidó con otras amigas del trabajo, compañeras de ruta, entre todas se turnaban de noche junto a esa enfermera que entró después de la que se jubiló y que era la mamß del director del hospital, casado con la secretaria de la sub gerente de la sucursal de la cadena de supermercados de packs de latas de conserva de pescado de mar de sal de hipertensos de argentina de Sudamérica más importante de los últimos tiempos; amiga, muy amiga, muy cercana, amigaza, hermana, como hermana, como mi media hermana, hija de mi mamá que se casó con el cajero de la tienda donde compraba la ropa, que había sido yerno de otro amigo y que se lo presentó en día que mi vieja decidió olvidar a mi padre la noche anterior que un famoso empresario se le declarara y que resultó ser Roberto, un conocido de la infancia quien, enterado de su tortuosa relación, decidió proponerle fiesta a mi vieja por su parecido con una actriz italiana que hacía de camarera en una película de un polaco no muy bueno, estrenada en pocos países ya que trataba sobre falsas verdades del mayo francés , ese de prohibido prohibir, y que esta amiga mía festejó durante toda su vida ya que una prima segunda había participado y era realista y pedía lo imposible mientras la madre fregaba casas ya que ambas habían emigrado a París (el de París Match) en una aventura un tanto física y un tanto química; amiga revolucionaria no como ahora que Alfredo de Angelis habla así todo mal, culta, culturosa, nada de barricadas, no, amiga en lucha que se tuvo que ir finalmente porque los parientes no la dejaban crecer, y aquí estoy recordándola.
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