CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Ella saca el espejito, se acomoda el mechón, tiene que retocarse las raíces que la hunden hondo, allá en los 50; pero con Vicki, con los problemas que escupe Vicki, punk, rea de barrio, cepillo violeta cráneo rapado, desestabilizadora, y Talarn que no entiende que algo anda mal en el cerebro de su hija, "no le de importancia, es la adolescencia", ¿se lo achaca a la adolescencia? "usted ya no se acordará, señora", vieja, vieja, 50. Vicki se anuncia en la escalera con sus zapatones y el subversivo despeñar de la mochila peldaños abajo, libros que detonan, pero ella, madre, ha decidido exactamente qué tiene que hacer, "alzalos, Vicki", "después; dejá de reventar" eso sólo lo dice alguien en alto riesgo, y si su hija peligra, ella sabe cómo proceder, sabe, es tan fácil. Se da tiempo para empezar a estacionarla a Vicki en el cuadrante correcto: va a comenzar esta noche aunque a Talarn se le colara una borra de horror en su mirada cuando le comentó su intención, "trate de razonar, señora; de hacer memoria. La adolescencia...", que se sumergiera en lo hondo, allí donde no hace pie, 50, 50, "nadie hace eso, señora, con un hijo", ¿nadie?, "por qué?", "es peligroso, señora". "Yo tampoco, entonces". Poner sonrisa, acomodarse los lentes, "gracias por avisarme. Quédese tranquilo". Qué sabe Talarn de cómo proteger a una hija. Ella sabe. Será a la cena. Debe determinar la dosis apropiada, el arroz para este pollo. Vicki llega empapada después de la clase de gimnasia; mañana la verá la ciudad entera por el canal 5, tirándose en la fuente del parque Independencia, en paños menores. ¿Quién hace eso sino una desequilibrada? Vicki así no puede seguir y su hija que le dirige un torvo "no entendés, no entendés un carajo", y el tipo que en el trabajo, a su paso, murmura, "flaccidez... axilas, ¿viste cómo se le cayeron las...?", tan fácil será empezar a estacionar a Vicki, esta noche.
Los libros siguen despatarrados a la hora de la comida: enciende las luces, Vicki aparece pasada la medianoche; una moto queda en punto muerto, el motor ronroneando que molesta a los vecinos, y su hija y el muchacho que se besan indecentemente, primer plano desde la ventana que da a la calle, por eso pone esta gragea de cordura en el postre de Vicki, y esta otra pastillita de decencia en el café con leche del desayuno, ("cuidado con excederse, señora García, o va a dormirse en el trabajo", le recomendó Talarn cuando finalmente lo consultó por un inexistente insomnio cuando en realidad las pastillas se aplicarán a una terapia de salvataje filial, y lo telefoneó, pese a sus reservas de madre, porque ¿qué ayuda puede esperar de un médico anquilosado, con conocimientos tan desteñidos como el diploma de su consultorio, cuyas telarañas celebran cumpleaños longevos? pero necesitaba la receta archivada para que en la droguería le entregaran los comprimidos de corrección de su hija), y Vicki, de palabras pastosas y lentas, moviéndose en una zona de calma y horarios disciplinados; "hora de desayunar, querida", la despierta, le da el café con leche sosteniéndole la taza para que lo beba, "ya avisé a la escuela que esta semana no podrás ir", "¿qué tengo, mamá? ¿qué dice Talarn", "dice que estás en buenas manos", "no se me va el sueño, mamá", voz doméstica, desconocida, agradable, "ya pasará; necesitás descanso y orden", esta otra píldora de cordura con las milanesas del mediodía, y ya casi puesta en el lugar que le corresponde, sin gritos, desplantes o música de rayos y descargas de taladros, Vicki sentada ante la ventana con un libro que se le cierra entre las manos, Vicki relajada, llamándola mamá, Vicki en proceso de recuperación, recobrándose de su mal aunque esto lleve semanas, meses, hay que tener paciencia. "¿Querés ver esta revista de peinados que te traje, querida? mirá qué lindos cortes de pelo, vienen de París", "bueno, mamá", "¿te pongo el CD de Natalia Oreiro, bajito?", "está bien, mamá". Ya le empieza a crecer cabello castaño alrededor de ese horrible cepillo punk, y pronto se le formará una linda melenita como la que llevaba ella allá, hondo en el tiempo, 50. Falta sacarle los piercings, no sabe cómo proceder con el tatuaje del brazo pero le encontrará la vuelta. "¿Te parece un tecito, querida?", "bueno", acepta Vicki. Vicki por fin, definitivamente, de vuelta en casa.
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