CONTRATAPA
› Por Daniel Fernández Lamothe *
Mira hacia arriba, deseando poder pedir un deseo. Él, un materialista de pura cepa, se descubre mirando hacia arriba en esta noche de Luna llena y viento fresco, queriendo admirar (como siempre) el paso de una estrella fugaz, alguna de las anunciadas Gemínidas; pero esta vez para pedir o pedirle (no le quedaba claro) un deseo. Materialista trucho.
Trucho nada, porque el sólido materialista que lo habita explica su desear como parte de un tradicional juego, sobre todo popular, dice. Argumenta que juega a pedirle un deseo a una estrella fugaz, mientras sigue esperando que aparezca en esta clara noche de Luna llena y viento cada vez más fresco. Le parece una buena justificación de lo que está haciendo.
La espera se prolonga y el fenómeno celeste no se produce. Se detiene a considerar si lo que está por hacer, pedirle que le conceda un deseo, es correcto. Se interroga sin responderse si está bien apelar a las fuerzas de la naturaleza para solicitar que se cumpla algo anhelado, un deseo.
El deseo. A estas alturas de la meditación ya no es un deseo cualquiera; sino el deseo, uno específico. Es decir, ya sabe qué pedir o pedirle al pequeño astro errante cuando se le aparezca.
Suspende la atenta observación, aunque lamentándolo ante la muy posible eventualidad de que a la esquiva rayita luminosa se le ocurra hacerse ver justo cuando él no la esté mirando. El abrigo procurado mitiga el ya muy fresco viento de la noche clara de Luna llena. Y otra vez expectante.
Estar mirando fija y prolongadamente el cielo y las pocas estrellas que la luz urbana deja ver induce a perderse en los muy variados pasillos de la memoria y de la reflexión. Pero en este caso el tema es desear algo y los recuerdos surgen, mientras continúa la vigilancia astronómica.
Cuántas veces deseó. Con amor. Con alegría. Con ansia. Con temor. Con odio.
Cuántas veces deseó. La número 5 de cuero. La plata para "Rubber soul". Que no se muera. Que no se muera. Deseó un sí adolescente y de tremenda minifalda. Que no sea la bolilla 9, por favor. Deseó un mundo mejor y que pueda hacer algo para cambiarlo. Que no lo alcance aquel Neptuno azul. Deseó que salga todo bien. Que sea nena. Deseó que no se lleven a nadie más. Que se mueran todos estos milicos hijos de puta. Deseó salvarse. Que pare esta locura. Deseó que te vaya muy bien allá. Deseó la democracia y a esa hermosa mujer con hebillitas en el pelo. Deseó verlos en cana apretando las rejas con las manos. Deseó otra democracia, distinta. Y otra vez un mundo mejor. Y un poco de convicción para cambiarlo. Que el gringo Scoponi le ataje el penal a Pico. Deseó verlos en cana apretando las rejas con las manos aunque nunca se hubieran puesto un uniforme. Que esos estudios den bien, que no sea nada. Deseó felicidad y buena fortuna para cada uno de los suyos y también que las distancias no existan.
Acaba de darse cuenta de que se fue al carajo. Lo notó en esa presión leve y firme que se le alojó entre la garganta y la boca del estómago.
Para contrarrestar esa desubicada sensación nada mejor que un trago de esa bebida dorada que le regalaron hace poco. Es que no se puede estar toda la vida deseando tanto. Pero lo que pasa es que muchos deseos se hacen realidad y entonces ya no se puede parar.
Tras otra imprudente pausa en la observación, la ardiente bebida apacigua las fieras desatadas y mitiga el ya frío.
Y esa estrella pelotuda que no aparece. Mejor no atacarla, no vaya a ser cosa. ¿Y después de todo, está mal que un materialista genuino le pida un deseo a una estrella fugaz? Puede que el hecho sea algo contradictorio, pero es divertido. De paso ¿quién te dice? En una de esas.
La Luna se perdió detrás de unos edificios. Se ven más estrellas, pero están todas eternamente quietas. Superado el insólito balance de deseos, la introspección sobre la coherencia ideológica se le presenta como una cortina de humo. Y surte efecto ya que está revolviendo otras claudicaciones, como la estampita de Santa Rita que era de su padre y que conserva no porque sea la abogada de los imposibles, sino por cábala. Igual que la pluma de caburé que lleva en el portadocumento. También piensa en cómo se viste para ir a la cancha, nunca con ropa con los colores del adversario. No se puede ser materialista, y menos de los dialécticos, y creer que la suerte te ayuda, pensó. Y siguió, es una flagrante contradicción pequeñoburguesa. Sí, pero no me importa. Y siguió pensando, la suerte no existirá pero algo hay. A veces pegás una racha de buenas cosas casuales y todo el mundo dice, qué culo que tenés. Te pasan varias cosas jodidas juntas, y nadie te habla sobre las circunstancias que coinciden en un momento determinado para derivar en una sucesión de hechos reiterados de consecuencias negativas; te dicen, qué mala leche, loco...
Claro, no es como le decían cuando era chico: vos si querés mucho algo, desealo con fuerza y se te da. Aun así, él siente todavía que si desea algo con fuerza se le cumple y, aunque sabe que es mentira, siempre lo intenta. A veces tiene suerte.
Estaba perdido en esas consideraciones azarosas, cuando lo sorprendió el efímero trazo luminoso de una estrella fugaz. La visión le produjo una mínima y súbita contracción del cuerpo, reaccionó rápidamente y pidió a tiempo su deseo, con sinceras ganas. No tuvo oportunidad de comprobar si lo que hizo fue pedirlo o pedírselo a la estrellita. Será un tema pendiente. Se incorporó, se desperezó, acomodó los huesos y se fue a dormir muerto de frío y satisfecho.
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